La sombra del padre
Tuve una relaci¨®n desastrosa con mi padre, y los a?os que viv¨ª con ¨¦l, entre los once y los diecis¨¦is, fueron una verdadera pesadilla. Por eso siempre envidi¨¦ a mis amigos y compa?eros de infancia y adolescencia, que se llevaban bien con sus progenitores y manten¨ªan con ellos, m¨¢s que una relaci¨®n jer¨¢rquica de autoridad y subordinaci¨®n, de cari?o y complicidad. Recuerdo, de manera muy n¨ªtida, por ejemplo, c¨®mo me hubiera gustado tener con el m¨ªo ese c¨¢lido contubernio que exhib¨ªa mi condisc¨ªpulo de La Salle, el flaco Ramos, con su padre, quien lo llevaba y tra¨ªa todos los s¨¢bados a los entrenamientos del equipo de f¨²tbol del colegio, e iba luego a hacerle barra en los partidos emocion¨¢ndose hasta las l¨¢grimas cuando su hijo met¨ªa un gol. Alguna vez tuve la suerte de acompa?ar a Ramos hijo y Ramos padre al Estadio, a ver jugar a la U, y a m¨ª me distra¨ªan de lo que ocurr¨ªa en la cancha las bromas y burlas que ellos se gastaban todo el tiempo, como si fueran no un padre y un hijo sino un par de compinches de la misma edad. ?Vaya suerte que ten¨ªa el flaco Ramos! Probablemente desde esa ¨¦poca se me ocurri¨® pensar que una buena relaci¨®n con el padre debe dejar en quienes la viven algo positivo en el car¨¢cter, tal vez eso que llaman buena entra?a.
?sa, aparte de lo bien hecho que est¨¢, debe ser una de las razones por las que me ha emocionado leer el ¨²ltimo libro de Juan Cruz Ruiz, Ojal¨¢ Octubre, una memoria enteramente construida en torno a la figura paterna que marc¨® profundamente la ni?ez del autor y que ha sobrevivido en su coraz¨®n y en su memoria en im¨¢genes v¨ªvidas, sentidas y dispersas sobre las que se estructuran los distintos cap¨ªtulos de su libro. Se trata de una memoria literaria, no hist¨®rica, lo que significa que hay en ella no s¨®lo recuerdos, tambi¨¦n seguramente fantas¨ªa y algunas libertades con lo vivido, pero sobre un sustrato emotivo y sentimental que se adivina muy aut¨¦ntico y que est¨¢ expuesto en esas p¨¢ginas con tanta discreci¨®n como elegancia. Al igual que algunos de los ¨²ltimos libros de Juan Cruz, Ojal¨¢ Octubre es una alianza de g¨¦neros, en la que el lirismo, el relato, la evocaci¨®n, la introspecci¨®n, la nostalgia y la vi?eta se confunden en un texto hermafrodita, a caballo entre la poes¨ªa y la prosa, la autobiograf¨ªa y la ficci¨®n.
El t¨ªtulo proviene de una frase de Truman Capote, quien, en una ¨¦poca en que pasaba una temporada muy feliz, le escribi¨® a un amigo: "Me gusta tanto este mes que ojal¨¢ siempre fuera octubre". La frase es bonita pero contiene una falacia esencial, pues si uno siempre fuera feliz ser¨ªa siempre desdichado, o por lo menos un indiferente, ya que la felicidad, como el placer, una de sus manifestaciones m¨¢s excelsas, s¨®lo existe como un contraste, algo que rompe excepcionalmente la rutina de una normalidad que para el com¨²n de los seres humanos es a veces m¨¢s bien infeliz, aunque por lo general mon¨®tona e ins¨ªpida. Es una frase que s¨®lo vale como un sue?o ut¨®pico, paradis¨ªaco, la de prolongar, aboliendo el tiempo, por una eternidad aquella intensa y vertiginosa experiencia que por un breve lapso nos saca de las obligaciones y las preocupaciones y limitaciones m¨²ltiples en que discurre nuestra vida y nos exalta y colma y nos da la ilusi¨®n de ser otros, en absoluta concordancia con nuestro ¨ªntimo ser y materializando nuestros sue?os m¨¢s rec¨®nditos.
Lo curioso es que aquella infancia que Juan Cruz evoca con tanta nostalgia y ternura en Ojal¨¢ Octubre, transcurrida a la sombra del padre, estuvo muy lejos de ser un lecho de rosas. Por el contrario, fue la de un ni?o pobre y enfermizo, v¨ªctima de peri¨®dicos ataques de asma que le cortaban la respiraci¨®n y lo pon¨ªan a orillas del desmayo y que su familia, tinerfe?a, de origen campesino, muy humilde y de rudimentaria instrucci¨®n, curaba a baldazos de agua fr¨ªa. La vida era escasez, deudas, cobradores incesantes, inseguridad, dietas de papas y algunos d¨ªas los ni?os de la familia no pod¨ªan ir a la escuela fiscal pues no hab¨ªa con qu¨¦ pagar el boleto de la guagua (el autob¨²s). La madre, la t¨ªpica matriarca espa?ola que haciendo milagros daba de comer a todo el mundo -aunque fuera pl¨¢tanos y m¨¢s pl¨¢tanos- y manten¨ªa a flote la barca de la b¨ªblica familia sorteando con diestra mano e incombustible buen humor todos los diarios remolinos y tempestades, parece haber afrontado todo aquello con la m¨¢s absoluta naturalidad, sin una queja, totalmente inconsciente de su grandeza moral y su hero¨ªsmo cotidiano, como si la vida fuera eso y no pudiera ser nada m¨¢s que eso. Uno de los mejores logros de Ojal¨¢ Octubre es hablar de la pobreza y de los pobres sin la menor truculencia ni autocompasi¨®n, m¨¢s bien con una soterrada ternura, y, a la vez, arregl¨¢rselas para hacernos sentir todo lo que hay de cruel e injusto en semejante condici¨®n.
En esa casita donde ocurre buena parte de lo que se cuenta y que me imagino endeble, contrahecha, r¨²stica, rodeada de platanales, por la que se pasean las gallinas y en la que se hacina en unos pocos cuartos un enjambre humano, hay un ni?o que, a veces, la oreja pegada al receptor,escucha ansioso la radio, un aparato que, supongo, deb¨ªa ser prehist¨®rico. Pero, m¨¢s a menudo, encogido bajo un foco sin mampara que cuelga de un cord¨®n mecido por el aire, vive las m¨¢s esforzadas aventuras, leyendo a Julio Verne. Sus padres lo miran como un bicho raro, pero lo dejan hacer. Leer es una pasi¨®n precoz, una aventura gracias a la cual se ha transformado su existencia, pues lo compensa de todo aquello que no tiene ni vivir¨¢; la otra pasi¨®n de su vida -no lo dice pero la va haciendo sentir con ligeras alusiones, con an¨¦cdotas, referencias, hasta que ella llega a impregnar la atm¨®sfera del libro- es su padre, ese hombre al que, en la incierta luz del amanecer, esp¨ªa cuando se afeita ante un espejito diminuto y que parece pose¨ªdo por el mal de San Vito, pues est¨¢ siempre saliendo, y¨¦ndose, en busca de algo o alguien que nadie, empezando por ¨¦l, sabe qu¨¦ ni qui¨¦n es.
La figura del padre est¨¢ maravillosamente bosquejada en el libro, al trasluz, a base de silencios y datos escondidos. Rara vez lo o¨ªmos hablar, nunca lo vemos hacer un cari?o ni decirle un halago a ese hijo que lo sigue y lo contempla como un perrito faldero; la ¨²nica vez que le pega y luego, se arrepiente, trata de reconciliarse con ¨¦l con una frase tan parca y hosca como las que pronuncia de vez en cuando y que parecen destinadas no a propiciar la comunicaci¨®n y el di¨¢logo sino m¨¢s bien a impedirlos. Y, sin embargo, en este ser estoico, fatalista, hosco, que no sabe sujetarse los pantalones como es debido y anda a veces como un espantap¨¢jaros, y al que los acreedores persiguen hasta en los sue?os, late, detr¨¢s de esa fachada fr¨ªa y dura, una humanidad c¨¢lida y sabrosa, que asoma de pronto en ciertos gestos, como cuando abre la puerta del cami¨®n en que trabaja y le indica al ni?o, con un adem¨¢n, que se siente all¨ª a su lado pues lo acompa?ar¨¢ en su recorrido de esta jornada, o lo hace trepar a la motocicleta de los repartos prendido a su espalda, o, los fines de semana, lo lleva, a campo traviesa, a ver trepado en una cerca los partidos de f¨²tbol que disputan los equipos del barrio en la cancha junto al cementerio. Esas ocasiones colman al ni?o de una dicha inexpresable que, buen hijo de su padre, evita formular con adjetivos, pero consigue como por ¨®smosis, mediante sutiles reminiscencias o insinuaciones del estilo, comunicar al lector, toc¨¢ndole fibras muy ¨ªntimas.
Al igual que la pobreza, la solidaridad familiar y el amor filial est¨¢n evocados con tanto pudor en el libro que el efecto es precisamente el opuesto: en vez de minimizarlos, magnificarlos. La pobreza est¨¢ all¨ª, por doquier, frustrando y recortando las vidas de todos, grandes y chicos, parientes cercanos y lejanos, salvo quiz¨¢ la de aquellos que consiguen emigrar a Venezuela, pero lo que el libro de Juan Cruz hace sobre todo sentir al lector es c¨®mo, pese a ese entorno, quienes viv¨ªan todo aquello, no s¨®lo sobreviv¨ªan: eran tambi¨¦n capaces de gozar, a ratos, arranc¨¢ndole a la mala vida de privaciones y fracasos, momentos de alegr¨ªa y entusiasmo, los de la amistad, los del deporte, los de las visitas y las grandes reuniones familiares, los de la ilusi¨®n, los de las excursiones a lugares desconocidos, por ejemplo aqu¨¦l, secreto y misterioso, donde hab¨ªa ca¨ªdo un meteorito.
Estoy seguro de que, si tuviera que elegir una entre todas sus vocaciones y profesiones, Juan Cruz elegir¨ªa el periodismo. ?l es un hombre de entusiasmos y yo, que lo conozco hace tiempo, lo he visto entusiasmarse muchas veces. Pero, nunca, con el frenes¨ª delirante que puede embargarle una entrevista, una cr¨®nica, una primicia que logr¨® para el diario o la revista y que le sali¨® redonda. Ahora bien, la literatura que hace est¨¢ en los ant¨ªpodas del periodismo; es avara con la informaci¨®n y reh¨²ye el espect¨¢culo, la prosa, muy cuidada, se interpone entre el lector y la realidad como una realidad propia, hecha de evanescencias y siluetas en sombras, de ligeros apuntes sobre los que la conciencia divaga o se interroga, sin concluir. Una demostraci¨®n m¨¢s de que la literatura es casi siempre un contrapunto de la realidad que vivimos y de lo que somos, una operaci¨®n m¨¢gica que nos permite vivir otra vida y ser distintos de lo que parecemos. Ahora bien, en este Ojal¨¢ Octubre, embebido de una visi¨®n tan generosa y comprensiva de la vida, lo que transpira de manera irresistible es un esp¨ªritu sin recovecos ni miserias, sano y limpio incluso cuando se codea con la bajeza y la ruindad. O sea que, por lo menos en el caso de Juan Cruz Ruiz, aquella teor¨ªa o prejuicio m¨ªo de la buena entra?a s¨ª funciona.
? Mario Vargas Llosa, 2007. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2007
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