As¨ª comi¨® Zaratustra
No hay nada como el descubrimiento de una obra desconocida de un gran pensador para provocar un gran revuelo en la comunidad intelectual y hacer que los acad¨¦micos vayan de ac¨¢ para all¨¢ a toda prisa, como esas cosas que uno ve cuando mira una gota de agua por el microscopio. En un reciente viaje a Heidelberg para procurarme unas raras cicatrices de duelo del siglo XIX, me top¨¦ precisamente con un tesoro de esa clase. ?Qui¨¦n habr¨ªa pensado que exist¨ªa el libro Sigue mi dieta de Friedrich Nietzsche? Si bien su autenticidad podr¨ªa antojarse un pel¨ªn sospechosa a los puntillosos, la mayor¨ªa de quienes han estudiado la obra coinciden en que ning¨²n otro pensador occidental ha estado tan cerca de reconciliar a Plat¨®n y el dietista Pritikin. He aqu¨ª una selecci¨®n.
La grasa es una sustancia, o la esencia de una sustancia, o un modo de esa esencia. El gran problema se plantea cuando se acumula en la cadera. Entre los presocr¨¢ticos, fue Zen¨®n quien sostuvo que el peso era una ilusi¨®n y que por mucho que comiera un hombre, siempre ser¨ªa s¨®lo la mitad de gordo que el hombre que nunca hace flexiones. La b¨²squeda del cuerpo ideal obsesion¨® a los atenienses, y, en una obra de Esquilo extraviada, Clitemnestra rompe su juramento de no picar nunca entre horas y se arranca los ojos al tomar conciencia de que ya no le cabe el traje de ba?o.
Fue necesaria la mente de Arist¨®teles para explicar el problema del peso en t¨¦rminos cient¨ªficos, y, en un fragmento inicial de la ?tica, declara que la circunferencia de cualquier hombre es igual al contorno de su cintura multiplicado por el n¨²mero pi. Esto bast¨® hasta la Edad Media, cuando santo Tom¨¢s de Aquino tradujo al lat¨ªn unos cuantos men¨²s y se abrieron las primeras marisquer¨ªas buenas de verdad. La Iglesia segu¨ªa viendo con malos ojos eso de salir a cenar, y el uso de aparcacoches era pecado venial.
Como sabemos, durante siglos Roma consider¨® el s¨¢ndwich de pavo abierto -un canap¨¦ avant la lettre- el colmo de la vida licenciosa; muchos s¨¢ndwiches fueron obligados a permanecer cerrados y no se abrieron hasta la Reforma. Las pinturas religiosas del siglo XIV representaban al principio escenas de la condenaci¨®n en las que los obesos vagaban por el Infierno, castigados a una dieta a base de ensaladas y yogur. Especialmente crueles fueron los espa?oles, y, durante la Inquisici¨®n, un hombre pod¨ªa ser sentenciado a muerte por rellenar de cangrejo un aguacate.
Ning¨²n fil¨®sofo se acerc¨® siquiera a resolver el problema de la culpabilidad y el peso hasta que Descartes dividi¨® en dos mente y cuerpo, para que el cuerpo pudiera atracarse mientras la mente pensaba: "?Y qu¨¦ m¨¢s da? ?se no soy yo". La gran duda de la filosof¨ªa sigue sin soluci¨®n: si la vida no tiene sentido, ?qu¨¦ hacer con la sopa de letras? Fue Leibniz el primero en decir que la grasa se compon¨ªa de m¨®nadas; Leibniz hizo dieta y ejercicio, pero nunca se libr¨® de sus m¨®nadas, o al menos no de las que se adher¨ªan a sus muslos. Spinoza, por su parte, cenaba frugalmente porque cre¨ªa que Dios estaba presente en todo, y resulta intimidatorio engullir un bollo si uno piensa que est¨¢ echando mostaza a la Causa Primera de Todas las Cosas.
?Existe relaci¨®n entre una dieta sana y el genio creativo? Basta con fijarse en el compositor Richard Wagner y ver lo que se echa al coleto. Patatas fritas, queso gratinado, nachos: Dios santo, el apetito de ese hombre no tiene l¨ªmite, y sin embargo su m¨²sica es sublime. Cosima, su mujer, tampoco se queda corta, pero al menos sale a correr todos los d¨ªas. En una escena extra¨ªda del ciclo del Anillo, Sigfrido decide salir a cenar con las doncellas del Rin y, heroicamente, devora un buey, dos docenas de aves, varios quesos de bola y 15 barriles de cerveza. Luego le traen la cuenta, y no le alcanza. Aqu¨ª la conclusi¨®n es que en la vida tenemos derecho a un acompa?amiento de ensalada de col o de patata, y debemos hacer nuestra elecci¨®n sumidos en un estado de terror, con plena conciencia de que no s¨®lo nuestro tiempo en la Tierra es limitado, sino tambi¨¦n de que la mayor¨ªa de las cocinas cierran a las diez.
La cat¨¢strofe existencial de Schopenhauer no residi¨® tanto en las comidas como en el picoteo. Schopenhauer despotricaba contra el h¨¢bito vano de andar picando cacahuetes y patatas fritas mientras se realizaban otras actividades. Una vez iniciado el picoteo, sosten¨ªa Schopenhauer, la voluntad no puede resistirse a seguir, y el resultado es un universo lleno de migas por todas partes. No menos desencaminado iba Kant, que propuso que pidi¨¦ramos la comida de modo tal que todos pudi¨¦ramos pedir lo mismo, y as¨ª el mundo funcionar¨ªa de una manera moral. Lo que Kant no previ¨® es que si todos pedimos el mismo plato, se entablar¨¢n disputas en la cocina para decidir a qui¨¦n le corresponde la ¨²ltima lubina. "Pide como si estuvieras pidiendo para todos los seres humanos de la Tierra", aconseja Kant; pero ?y si al vecino no le gusta el guacamole? Al final, claro, no hay alimentos morales, a menos que consideremos como tal el humilde huevo pasado por agua.
En s¨ªntesis: aparte de mis Cr¨¦pes M¨¢s All¨¢ del Bien y del Mal, y del Ali?o de Ensalada La Voluntad de Poder, entre las recetas verdaderamente extraordinarias que han cambiado el pensamiento occidental, la empanada de Hegel fue la primera que emple¨® sobras del d¨ªa anterior con implicaciones pol¨ªticas significativas. Las gambas salteadas con verduras de Spinoza pueden satisfacer el paladar tanto de ateos como de agn¨®sticos, mientras que una receta poco conocida de Hobbes para costillas de cerdo adobadas a la barbacoa sigue siendo un enigma intelectual. Lo mejor de mi dieta, la Dieta Nietzsche, es que, en cuanto se pierden unos kilos, ya no se vuelven a recuperar, lo que no ocurre si se sigue el "Tractatus sobre las f¨¦culas" de Kant.
DESAYUNO
zumo de naranja
2 lonchas de beicon
profiteroles
almejas al horno
tostadas
infusi¨®n
El zumo de naranja es la esencia misma de la naranja puesta de manifiesto, y con esto me refiero a su aut¨¦ntica naturaleza y a aquello que le confiere su "naranjidad" y le impide presentar un sabor como, por ejemplo, el del salm¨®n al horno o la s¨¦mola de ma¨ªz. A los devotos, la idea de desayunar cualquier cosa que no sea cereales les provoca ansiedad y temor, pero con la muerte de Dios todo est¨¢ permitido, y pueden comerse profiteroles y almejas a voluntad, e incluso alitas de pollo.
ALMUERZO
espaguetis con tomate y albahaca
pan blanco
pur¨¦ de patata
Sacher Torte
Los poderosos siempre almorzar¨¢n comidas suculentas, bien condimentadas con salsas pesadas, mientras los d¨¦biles picotear¨¢n germen de trigo y tofu, convencidos de que su sufrimiento les proporcionar¨¢ una recompensa en otra vida, una vida donde las costillas de cordero asadas causan furor. Pero si la otra vida es, como yo afirmo, un eterno retorno a esta vida, los sumisos deber¨¢n cenar a perpetuidad a base de escasos carbohidratos y pollo hervido sin piel.
CENA
bistec o salchichas
patatas y cebollas doradas a la sart¨¦n
langosta thermidor
helado con nata o porci¨®n de pastel
?sta es una cena para el Superhombre. Que los que viven angustiados por los triglic¨¦ridos y las grasas saturadas coman para complacer a su pastor o a su nutricionista, pero el Superhombre sabe que la carne veteada, los quesos cremosos, los postres suculentos y, c¨®mo no, muchos fritos es lo que comer¨ªa Dionisos, si no tuviera siempre resaca y v¨®mitos.
AFORISMOS
Desde el punto de vista epistemol¨®gico, hacer dieta es discutible. Si todo lo que existe est¨¢ s¨®lo en mi cabeza, no s¨®lo puedo pedir cualquier cosa en un restaurante, sino que tambi¨¦n puedo exigir que el servicio sea impecable.
El hombre es el ¨²nico ser capaz de no dejar propina al camarero.
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