Un p¨ªcaro refinado
Ten¨ªa a gala ser arist¨®crata y socialista, republicano y amigo del Rey. Era la suya una planta de se?or, alt¨ªsimo y tieso como un quijote. Y mostraba unos modales refinados y relajados al mismo tiempo, como corresponde a un grande de Espa?a que disfrut¨® de una formaci¨®n privada francesa. Vest¨ªa muy bien, con una elegancia algo conservadora. Fue actor, escritor, bon vivant, derrochador, simp¨¢tico, malicioso, amigo de s¨ª mismo y de casi nadie m¨¢s, enemigo de un buen mont¨®n de gente. Tuvimos que tratar en varios periodos de su vida y en asuntos de cierta enjundia, y siempre me distingui¨® con su simpat¨ªa y buen trato.
Como escritor, obtuvo cierto ¨¦xito en Francia con sus novelitas semiautobiogr¨¢ficas que, en Espa?a, pasaron con m¨¢s pena que gloria. Pero fue un m¨¢s que notable entrevistador, y un fabuloso reciclador de sus propias columnas, que aparec¨ªan m¨¢s o menos retocadas ahora aqu¨ª y luego all¨¢, en versiones puestas al d¨ªa, porque no siempre un columnista tiene las ideas o las ganas, qu¨¦ caramba.
Fui su editor primero en la edici¨®n espa?ola de Vogue, y me tra¨ªa de cabeza porque aprovechaba su lengua viperina para meterse con toda la seudoalcurnia hispana. Detestaba tanto a ciertas damas de alto copete y reputaci¨®n dudosa como a los tripudos caballeros que tan horteras le parec¨ªan. Los retrataba, a unas y a otros, con un ingenio inagotable. Me espantaba la clientela, pero sab¨ªa escuchar y modificar un adjetivo excesivo tras media hora de tel¨¦fono. Luego me enter¨¦ de que estaba escribiendo Le Roi, un encargo de Bernard Fixot, el editor franc¨¦s, que llevaba tiempo adelant¨¢ndole dinero, convencido de que al final Jos¨¦ Luis de Vilallonga ser¨ªa capaz de cumplir el encargo. Para sorpresa de todos, lo fue, y escribi¨® el libro. Me le¨ªa por tel¨¦fono fragmentos del texto, y convenc¨ª a mi empresa, Plaza & Jan¨¦s, para que apostara un dineral. La jugada sali¨® tan bien que aquella editorial en horas bajas comenz¨® a recobrar fuerzas. El Rey, en espa?ol, se convirti¨® en el mayor de los ¨¦xitos editoriales de Vilallonga, pero a punto estuvo de ser un fiasco. Fernando de Almansa y Rafael Spottorno, reci¨¦n nombrados por la Zarzuela, ayudaron al pobre editor que se hab¨ªa metido en camisa de once varas.
Luego, cost¨® muy poco convencer a Jos¨¦ Luis de que era imprescindible corregir algunos deslices de su texto. Pero no hubo en cambio modo alguno de que hiciera ¨¦l el trabajo. As¨ª que, en el fr¨ªo febrero de 1993, me pas¨¦ horas en el peque?o despacho de su apartamento con vistas al Sena enmendando, en mi mal franc¨¦s, el original que iba luego a ser la matriz de la traducci¨®n espa?ola y de las dem¨¢s.
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