Loco retrato de familia

En 35 idiomas se dio a conocer Mark Haddon con El curioso incidente del perro a medianoche (2003), un best seller con sobradas virtudes literarias, buena parte de las cuales nacen de la seductora y compleja personalidad del protagonista, una suerte de ¨¦mulo de Holden Caulfield llamado Christopher, adolescente candoroso y repelente a un tiempo, capaz de cautivar al lector merced a su racionalidad hiperb¨®lica, rayana en la parodia, y a su extra?o autismo, por llamarlo de alguna manera. Esa novelita de aprendizaje, original¨ªsima, en la que Christopher disfrutaba jugando a ser su admirado Sherlock Holmes al investigar la muerte de un perro (y acabar por husmear en nefandos asuntos familiares que tendr¨ªan que haber permanecido ocultos), dio realmente en el clavo. Acert¨® con el punto de vista —una primera persona obsesiva junto a una ¨®ptica objetivista— y con su ins¨®lito y seudona?f inter¨¦s en la evidencia f¨ªsica, que se puso de manifiesto usando y abusando del collage (un plano del zoo, una gu¨ªa del metro de Londres, una sopa de letras con los carteles de Heathrow amontonados en la memoria del chico, fotos y emoticones). S¨ª, le cog¨ªas cari?o al bueno de Christopher, un personaje concebido con la experiencia de ilustrador, de narrador de literatura infantil y de monitor de ni?os con deficiencias, y en esa empat¨ªa resid¨ªa la magia literaria de Haddon.

Su nueva novela no pod¨ªa seguir en la l¨ªnea de la anterior, formalmente demasiado audaz y sumamente exc¨¦ntrica, salvo en el sentido del humor, que si acaso aumenta en Un peque?o inconveniente, en muchas ocasiones forzado por el objetivo de la novela de convertirse enseguida en una tragicomedia familiar narrada desde la m¨¢s ancestral tradici¨®n de la british comedy, con Evelyn Waugh y Tom Sharpe a lo lejos. Haddon, impulsado por la seguridad que le dio su exitosa ¨®pera prima, se embarca en una novela m¨¢s ambiciosa —pero menos inspirada— que la anterior, que podr¨ªa haber funcionado tambi¨¦n con doscientas p¨¢ginas menos pero que su autor estira como un chicle hasta las casi quinientas, y que si alcanza a entretener es porque Haddon se encarga de enzarzar todos los t¨®picos familiares habidos y por haber y jugar con ellos con gracia caricaturesca a trav¨¦s de un pu?ado de personajes de telecomedia de ¨¦xito. George es el padre jubilado y de vuelta de casi todo, Jean, la madre encantada de verse echando una cana al aire como si se hubiese bebido un frasco entero de elixir de la eterna juventud, Katie, la hija alocada que queriendo casarse por segunda vez solivianta la saludable paz que, pese a las inclemencias del clima emocional, respira la familia y Ray el pretendiente de Katie y fiel peluche de su hijo Jacob, excelente en el papel de ni?o (est¨¢ claro que Haddon domina el casting de ni?os). Las tribulaciones de la familia traen un poco a la memoria las de Ben Stiller y Robert de Niro en El padre de la novia, y Julia Roberts podr¨ªa encarnar muy bien a Katie, torbellino irredento con corazoncito al fondo. Haddon es un observador espl¨¦ndido, pero su impecable costumbrismo y su voluntarioso buen humor no parecen resultar suficientes a la hora de convertir su ¨²ltima novela en una novela de altos vuelos.