El cogote de la pintura
Todav¨ªa Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) es capaz de llenar, como si nada, la kilom¨¦trica galer¨ªa de ?lvaro Alc¨¢zar. Lo hace, adem¨¢s, con el natural desenfado de siempre: un buen lote de ¨®leos sobre lienzo, en su mayor¨ªa fechados en 2006 y 2007, junto a un no menor conjunto de dibujos y gouaches, algunos de ¨¦stos extra¨ªdos selectivamente del pasado para de esta manera apoyar mejor la argumentaci¨®n actual, que, como se lee en la presente convocatoria, est¨¢ centrada en el anonimato por partida doble o, si se quiere, le¨ªdo en doble direcci¨®n. Pintores ciegos, fantasmas, m¨¢scaras, la identidad del artista, para Arroyo, ha estado siempre tan opacada como la propia pintura, que ha sido un fluido an¨®nimo desembocando en un pastiche. Es como si el pintor y la pintura s¨®lo pudiesen sobrevivir neg¨¢ndose. La verdad es que hoy no quedan demasiados herederos de esta corriente dad¨¢-surrealista, que activen el anquilosamiento reum¨¢tico del arte, y, a¨²n menos, que lo expliquen. ?ste es el solitario privilegio de Eduardo Arroyo, que, encima, se divierte.
EDUARDO ARROYO
'An¨®nimos Sominoma'
Galer¨ªa ?lvaro Alc¨¢zar
Hermosilla, 58. Madrid
Hasta el 3 de noviembre
H¨ªbrido de mil cabezas, Arroyo practica lo que otros teorizan, no arrastrado por ning¨²n designio sobrenatural, sino porque para ¨¦l un verdadero artista se expresa sin esperar ¨®rdenes previamente consensuadas. Ha elevado ese m¨ªnimo com¨²n denominador del cuadro a su en¨¦sima potencia, convirti¨¦ndolo en libro, arenga, cartel, escenario, m¨²sica y discurso: el cauce para que discurra cualquier acontecimiento imaginable e inimaginable.
Pero sigue pintando. Pinta el fondo como forma y la forma como fondo. En el delgado filo de esta paradoja, multiplica las im¨¢genes, que se encadenan sin fin, procurando que se puedan leer en las dos direcciones. Hay un cuadro en esta exposici¨®n prodigioso: An¨®nimo en Espa?a al rev¨¦s, que nos enfrenta a una embocadura teatral, pero sin que sepamos qu¨¦ est¨¢ del derecho y qu¨¦ del rev¨¦s; cu¨¢l es la realidad y cu¨¢l el reflejo; qu¨¦ es la figura y qu¨¦ es el fondo. Pero esta confusi¨®n est¨¢ pintada con un implacable esmero, con una t¨¦cnica de una precisi¨®n sobria y cruel. Es, en mi opini¨®n, la ora que da el tono al resto, la clave de b¨®veda de esta instalaci¨®n, donde cada imagen, cada composici¨®n, cada pincelada, cada color no puede ser retirado sin que el edificio se venga abajo. Es como uno de esos rascacielos del art d¨¦co, donde los contundentes bloques intercalan su intimidante regularidad con una g¨¢rgola, desafiando al cielo y al infierno, al progreso y al regreso, a Fausto y a Mefist¨®feles. Lo an¨®nimo de Arroyo es mostrar el cogote de la pintura y hacerlo con una inequ¨ªvoca paleta espa?ola. No me dejar¨¢ de sorprender.
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