La casa del fetichista
Las palabras y las cifras son las grandes protectoras del esp¨ªritu humano. M¨¢s all¨¢ del lenguaje y el ¨¢lgebra se extiende el peligroso atractivo de lo irracional. Hubo un siglo, quiz¨¢ el m¨¢s hermoso de todos, que pudo asomarse al horror del sentimiento sin despegar los pies de la raz¨®n; que formul¨® grandes ideas sin perpetrar los cr¨ªmenes impl¨ªcitos en ellas; que rompi¨® con Dios sin llegar a lamentar su ausencia; que trabaj¨® con palabras y cifras, la ciencia, y hundi¨® a la vez las manos en el material viscoso del romanticismo. El siglo XIX, ¨²ltimo vestigio del para¨ªso, contar¨¢ siempre con una vaga secta de adoradores. Uno de los m¨¢s brillantes se llam¨® Mario Praz.
Cuando traspasa la frontera de las palabras y las cifras, el esp¨ªritu necesita adherirse a lo inefable (Dios, ciertos pasajes musicales) o a lo concreto. Praz opt¨® por lo concreto. Los objetos. El fetichismo.
Mario Praz (1896-1982) naci¨® y muri¨® en Roma. Su devoci¨®n por el siglo XIX naci¨®, como suele ocurrir, por la nostalgia de un pasado seguro. Su familia era originaria del este europeo. Los vaivenes de la historia obligaron al abuelo Praz a desprenderse de su casa, el recinto del que el peque?o Mario escuch¨® hablar en su infancia y que identific¨® con la sabidur¨ªa inmutable. Mario Praz dedic¨® su vida a reconstruir el espacio de su abuelo. Y el fruto de esa vida extra?a y pecaminosa (el fetichismo extremo, la transformaci¨®n de la existencia en objetos, es pecado, y Praz lo sab¨ªa) se puede visitar hoy en el centro de Roma, a dos pasos de la plaza Navona. Est¨¢ en el palacio Primoli, n¨²mero 1 de Via Zanardelli, tercera planta, junto al T¨ªber.
Praz se licenci¨® en Derecho y Letras y en 1923 se instal¨® en Inglaterra, donde ense?¨® Literatura Italiana en las universidades de Manchester y Liverpool. Sus a?os en la patria del fetichismo consolidaron la vocaci¨®n por el objeto y, muy probablemente, su horror por la definici¨®n abstracta. Ese otro vicio tan continental y tan poco brit¨¢nico, la abstracci¨®n (que suele derivar en ansia de pureza y, finalmente, en desastre), le era del todo ajeno.
Se cas¨® con una inglesa, Vivyan Eyles, de quien se separ¨® en 1943, y volvi¨® a Italia en 1934, en plena edad dorada del fascismo. Hab¨ªa publicado ya una de sus obras maestras: La carne, la muerte y el diablo en la literatura rom¨¢ntica.
Mario Praz se adhiri¨® a los proyectos editoriales de Leo Longanesi, un hombre inteligente que hizo suyo el lema "el Duce tiene siempre raz¨®n" (lo cual da una idea de los l¨ªmites de la inteligencia humana). Praz era demasiado pesimista para ser fascista. Como cualquier persona estrictamente culta y proclive a la erudici¨®n, era elitista. Como cualquier persona capaz de apreciar la sociedad inglesa, era conservador. Esos fueron sus ¨¢ngulos de uni¨®n con Longanesi. Pasada la guerra, colabor¨® con la revista Il Borghese, derechista y l¨²cida, desde la que se observaba con sorna la m¨¢gica transformaci¨®n de Italia en Rep¨²blica mod¨¦lica.
Por todo lo cual no fue un hombre estimado por la gran mayor¨ªa de sus compatriotas. No le ayudaban ni el car¨¢cter, seco y moderadamente despectivo, ni el estilo. Se dedic¨® a la cr¨ªtica y al ensayo, pero, aborreciendo las definiciones tajantes (que conducen a las construcciones abstractas) e incapaz, por honradez, de atenerse a un canon te¨®rico, escrib¨ªa con largos rodeos. Para entendernos, lo hac¨ªa como los redactores b¨ªblicos. Mezclaba historias, ejemplos, antecedentes, fogonazos de intuici¨®n. "Pertenezco a la categor¨ªa de personas dotadas de una inteligencia imperfecta, es decir, las que se contentan con algunos fragmentos de la verdad", dijo en una de sus ¨²ltimas entrevistas.
La intelectualidad italiana de la ¨¦poca le consideraba incomprensible y le ve¨ªa como un rid¨ªculo vestigio del pasado. Otros de su estirpe (Indro Montanelli, por ejemplo) se adaptaron a las circunstancias sin perder la iron¨ªa. Praz s¨®lo era capaz de adaptarse a s¨ª mismo.
Viv¨ªa como un pr¨ªncipe en el palacio Ricci, situado en la hermos¨ªsima Via Giulia. Compraba muebles y objetos con una voracidad insaciable. Utilizaba su condici¨®n p¨²blica de monstruo para negociar los precios: se atribu¨ªa la capacidad de lanzar un inconcreto mal de ojo sobre cualquier operaci¨®n comercial, y los vendedores le cre¨ªan. Dec¨ªa, por ejemplo: "Si no me vendes a m¨ª estas sillas por este precio, nadie te las comprar¨¢ jam¨¢s". Y funcionaba. El monstruo de los anticuarios acumul¨® en su domicilio m¨¢s de 3.000 piezas, producidas entre finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX. La ¨¦poca de su abuelo.
Hacia el final de su vida se traslad¨® a un apartamento en el palacio Primoli, sede de una espl¨¦ndida biblioteca y del Museo Napole¨®nico. Ten¨ªa menos espacio que en Via Giulia, pero logr¨® instalar toda su colecci¨®n, incluidas las piezas f¨²nebres, que dispuso en el comedor. Aunque su hija Lucia ya no viv¨ªa con ¨¦l, mantuvo su habitaci¨®n: la cuna oscura sostenida por un cisne, las casas de mu?ecas, el horror concreto de los utensilios infantiles victorianos. Lucchino Visconti se inspir¨® en el Praz crepuscular para el personaje del profesor en Retrato de familia. Sus memorias (la extraordinaria La casa de la vida y, en un tono menor, El mundo que he visto) ya estaban publicadas. S¨®lo le quedaban las cosas.
Antes de morir, sugiri¨® que el Estado comprara su colecci¨®n y mantuviera ¨ªntegra su casa. Su deseo empez¨® a cumplirse en 1986, cuatro a?os despu¨¦s de su muerte, cuando la Galer¨ªa Nacional de Arte Moderno adquiri¨® la colecci¨®n, y qued¨® satisfecho en 1995, con la apertura del Museo de Mario Praz. Las dilaciones burocr¨¢ticas dieron tiempo a que todas las piezas de plata y otros metales preciosos fueran sustra¨ªdas. Queda la casa, rebautizada como La casa de la vida. Todo est¨¢ como estaba, pero en las estanter¨ªas ya no reposa su colecci¨®n de libros valiosos, trasladados a la biblioteca Primoli del piso inferior y sustituidos por tomos comprados al peso en librer¨ªas de baratillo. La abundancia de obras de Frederick Forsyth en ese ambiente augusto constituye una iron¨ªa amarga que Praz habr¨ªa apreciado como met¨¢fora.
La entrada es libre. El lugar depara una irracionalidad dulce y densa, quiz¨¢ sabia.
Casa-Museo de Mario Praz. Mario Praz nace en Roma el 6 de septiembre de 1896 y muere en la misma ciudad el 23 de marzo de 1982. Palacio Primoli. Via Zanardelli Giuseppe, 2. Roma. Abierto de martes a domingo de 9.00 a 14.00 y de 14.30 a 19.30. Los lunes, de 14.30 a 19.30. Entrada libre. www.museopraz.beniculturali.it
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