Epopeya del horror nazi
Sobre la memoria hist¨®rica -que es plural, ego¨ªsta y, sobre todo, personal- es muy dif¨ªcil legislar. Conviene hacerlo sobre las consecuencias indeseables de la memoria sectaria del poder, pero, en lo que toca a las memorias personales o grupales, lo que procede es que se confronten, se rebatan y se repiensen. La novela contribuye poderosamente a ello porque es la manera m¨¢s f¨¦rtil de reducir la Historia a conciencia cr¨ªtica del pasado. Y por eso, la narrativa prospera a favor de los periodos de transici¨®n, de las jornadas inciertas, cuando se est¨¢ en el l¨ªmite mismo de los olvidos. ?Nos extra?ar¨¢ que todas las novelas brit¨¢nicas de los ochenta hablen en el fondo de la cercana cat¨¢strofe Thatcher? ?O que muchas grandes novelas francesas recientes resuciten la lejana II Guerra Mundial, ya sea con la piedad cr¨ªtica de Patrick Modiano, la sabidur¨ªa simb¨®lica de Michel Tournier o la memoria en carne viva de Ir¨¨ne N¨¦mirovski (en la feliz recuperaci¨®n de Suite francesa)?
Las ben¨¦volas
Jonathan Littell
Traducci¨®n de Mar¨ªa Teresa Gallego Urrutia RBA. Barcelona, 2007
992 p¨¢ginas. 25 euros
Les benignes
Jonathan Littell
Traducci¨®n de Pau Joan Hern¨¤ndez
Quaderns Crema. Barcelona, 2007
1202 p¨¢ginas. 27 euros
Para confirmarlo, Jonathan Littell un escritor jovenc¨ªsimo (nacido en 1967), norteamericano, ha escrito en un franc¨¦s -peculiar pero espl¨¦ndido- Les bienveillantes (Las ben¨¦volas), un relato de m¨¢s de setecientas p¨¢ginas que le granje¨® los premios Goncourt (y de la Academia) de 2006 y la nacionalidad francesa. Gracias a la traductora Mar¨ªa Teresa Gallego Urrutia, los lectores espa?oles tienen ahora la posibilidad de zambullirse en esta larga pesadilla que no ha brotado de la memoria, sino de la bibliograf¨ªa, y que, a modo de rapsodia, enlaza ficciones e ideas previas acerca del mundo del nazismo. Me explico: la convicci¨®n del autor acerca de la "banalidad del mal" procede de Hannah Arendt (y le ha inspirado inolvidables perfiles novelescos de Eichmann y Himmler), pero Littell tambi¨¦n ha visto El ocaso de los dioses, de Luchino Visconti, que asoci¨® incesto, tragedia y suntuosidad al recuerdo del nazismo, igual que ha le¨ªdo a Vassili Grossmann para evocar los d¨ªas de Stalingrado y conoce muy bien las letras colaboracionistas de los olvidados Lucien Rebatet y Robert Brasillach, a los que ha hecho amigos de su protagonista.
Y se ha inventado, sobre todo, un diab¨®lico personaje y narrador: Maximilien Aue es el hijo de una alsaciana y de un alem¨¢n, que combati¨® en las crueles tropas especiales en la Guerra Europea de 1914. Tambi¨¦n es homosexual, o mejor todav¨ªa, una suerte de hermafrodita que prefiere ser penetrado para no perderse el goce femenino. Es incestuoso, como ya he apuntado. Y es un criminal inaccesible a la idea de culpabilidad, aunque tambi¨¦n es un joven cult¨ªsimo. Eligi¨® ser alem¨¢n y, huyendo de una redada de la polic¨ªa en medios homosexuales de Berl¨ªn, ha sido reclutado por las SS, donde llega a ser teniente coronel. Durante la guerra, vive sucesivamente la experiencia de la liquidaci¨®n de jud¨ªos y comunistas en Ucrania, las pintorescas especulaciones ¨¦tnicas de los cient¨ªficos nazis en el C¨¢ucaso, el espanto de Stalingrado, los lager de Polonia, y llega a dirigir el uso de mano de obra hebrea en Hungr¨ªa, para concluir en el Berl¨ªn del hundimiento final. Y se ha salvado para poder contarnos -con una mezcla de probidad de funcionario, ego¨ªsmo de adolescente caprichoso y sentido po¨¦tico- esta historia siniestra que esconde unos cuantos asesinatos a sangre fr¨ªa. ?Y la culpa? ?Y el horror? En esta novela, la culpa y el horror se expelen. La repugnancia de Max por algunas servidumbres de su trabajo le lleva a padecer diarrea permanente, y esa dolencia se repite durante su idilio berlin¨¦s, aunque la complacencia en lo fecal tambi¨¦n preside la caracterizaci¨®n de su mentor inv¨¢lido, el pestilente Mandelbrod. Sangre y mierda: en pocas novelas se hacen tan f¨ªsicamente evidentes estas dos respuestas y signos de la vida humana. Y porque est¨¢ muy familiarizado con ambas, Aue puede reducir su testimonio a un estremecedor, meticuloso e imparcial relato, tocado de finos detalles de paisaje. Y puede justificarse, ¨¦l y todos, gracias al venenoso concepto de Weltaschuung, visi¨®n personal del mundo. Precisamente por ella debe salvarse: porque sabe que todo ha debido ser as¨ª y hasta osa llamarnos "hermanos" a sus lectores.
Lo somos, por supuesto. No me parece casual que este Fausto perverso sea un refinado m¨²sico y helenista. Los largos cap¨ªtulos del relato se titulan como las partes de un concierto barroco, su armon¨ªa predilecta: allemande, courante, sarabande, gigue... El t¨ªtulo original, Les bienveillantes, traduce -como sabe cualquier lector franc¨¦s de Esquilo- el nombre de las Eum¨¦nides, los seres protectores y ben¨¦volos cuyo coro dio nombre a la ¨²ltima tragedia de La Orest¨ªada, toda ella dedicada al horror y la venganza; pero las Eum¨¦nides hab¨ªan sido previamente las Erinias, el coro que hostig¨® a los personajes hacia el espanto. Y Aue ha sobrevivido indemne, para cont¨¢rnoslo, bajo tan ambigua protecci¨®n.
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