No ir¨¦ a Roma
Otra vez, la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica espa?ola con sus heridas y sus m¨¢rtires como coto privado, como legado exclusivo, y no como invitaci¨®n al recuerdo fraterno, cat¨®lico por universal, de esta herencia terrible, com¨²n a todos los espa?oles de cualquier credo o ideolog¨ªa, de cr¨ªmenes y dolores sin cuento que fue nuestra Guerra Civil y su v¨¦rtigo posterior de vencedores y vencidos. Como son patrimonio com¨²n Auschwitz e Hiroshima, heridas abiertas en la conciencia de la humanidad entera.
La jerarqu¨ªa espa?ola siempre vuelve con esta visi¨®n martirial en beneficio propio que nos hiela el coraz¨®n a muchos. Y lo hace con una campa?a masiva y agitada para mover las voluntades hacia la gloriosa ceremonia de beatificaci¨®n en la Roma imperial y vaticana, ma?ana, domingo. Como si se tratara no del recuerdo dolorido de unas personas v¨ªctimas cruelmente sacrificadas, sino de exaltar el martirio al precio que sea; de una suerte de soberbia u orgullo espiritual competitivo que hay que exhibir a bombo y platillo en contra de alguien. Y hasta en algunos medios (esc¨²chese la Cope; bueno, no; mejor, no) pareciera que esos m¨¢rtires son un arma arrojadiza que usar en las contiendas pol¨ªticas actuales de unos partidos contra otros.
Siento fr¨ªo en el alma por la jubilosa llamada de la Conferencia Episcopal
Yo, cat¨®lico y sacerdote dominico, estoy sintiendo un fr¨ªo oto?al en el alma, antiguo ya y repetido, por esa jubilosa llamada con que comienza el mensaje oficial de la Conferencia Episcopal Espa?ola: "Os anunciamos con profunda alegr¨ªa la beatificaci¨®n de 498 hermanos, de los muchos miles que dieron su vida por amor a Jesucristo en Espa?a durante la persecuci¨®n religiosa de los a?os treinta". ?Profunda alegr¨ªa, celebraciones jubilosas y masivas peregrinaciones para festejar muertes injustas y feroces? Yo no siento alegr¨ªa, sino una terrible tristeza ante el recuerdo de sus vidas rotas, del horror de aquella persecuci¨®n religiosa en el marco de una guerra civil, criminal y fratricida, atroz. Guerra civil que llen¨® de v¨ªctimas los dos bandos enfrentados.
Nac¨ª y fui educado sentimental e ideol¨®gicamente en un bando. Pero hace tiempo que hui de la visi¨®n parcial, y de la sola sangre de unos, hacia la comprensi¨®n de aquella guerra desde el rostro sacrificado de las v¨ªctimas, de todas las v¨ªctimas. Y eso lo he aprendido no s¨®lo en los an¨¢lisis de historiadores sobre los distintos factores y responsabilidades que confluyeron en la contienda civil -entre otros, el alineamiento pol¨ªtico expreso y partidista de la mayor¨ªa jer¨¢rquica cat¨®lica de entonces, que no hizo de fuerza de mediaci¨®n, un alineamiento por lo que habr¨ªa que pedir perd¨®n-, sino, antes y despu¨¦s de eso, en el camino propuesto por Jes¨²s de Nazaret, que practic¨® con sus obras la ense?anza de la par¨¢bola del Buen Samaritano: todo hombre herido, v¨ªctima aherrojada, es mi pr¨®jimo.
Por eso me duele la soberbia exhibici¨®n mayest¨¢tica y pontifical de alegr¨ªa, esa remarcada memoria s¨®lo de unos, de quienes fueron sacrificados por motivos religiosos ?Y los que lo fueron por otros motivos en aquella encrucijada de intereses, de pasiones y venganzas que incendi¨® Espa?a? ?Acaso todos no son mis pr¨®jimos?
S¨ª lo son porque me identifico con el Buen Samaritano de la par¨¢bola y no con el sacerdote que da un rodeo para no mancharse legalmente con la sangre de la v¨ªctima. He aprendido en la herencia del Cristo a tener horizontes y sentimientos universales -cat¨®licos-, seg¨²n el esp¨ªritu de las bienaventuranzas. No a sentirme miembro de una Iglesia autista e inmisericorde que s¨®lo mira los intereses y heridas de sus socios de carnet. Para quienes aceptamos un Dios Padre, todo hombre es nuestro hermano por encima de razas, credos y fronteras.
No quiero olvidarme que esto lo he aprendido en la comunidad cat¨®lica, donde hay visiones y sensibilidades muy distintas a la hora de valorar hist¨®rica y evang¨¦licamente el complej¨ªsimo fen¨®meno de la Guerra Civil. Y desde luego, de sus v¨ªctimas. Pero, amigo, hay quien manda e impone voces ¨²nicas en los escaparates oficiales.
A pesar de todo, agradezco a la jerarqu¨ªa espa?ola que me haga una llamada al recuerdo de los cat¨®licos asesinados. Su memoria, olvidada en la lejan¨ªa del tiempo, da calor a mi coraz¨®n de hombre y creyente en estos d¨ªas fr¨ªos ya del oto?o. Pero no ir¨¦ a Roma, a esas concentraciones fara¨®nicas, costos¨ªsimas, que honrar¨¢n s¨®lo a algunos. Me acercar¨¦, s¨ª, a lugares de v¨ªctimas de uno y otro bando y les honrar¨¦ con unos minutos de silencio desolado. Un domingo ir¨¦ a Monsagro, a los pies de la Pe?a de Francia salmantina, donde nacieron dos dominicos sacrificados. Otro domingo visitar¨¦ la fosa an¨®nima, oculta en un jardincillo pegado a la pared de la iglesia de Pelabravo -Salamanca- de donde hace unos d¨ªas fueron desenterrados los restos de 14 personas sacrificadas por asesinos del bando franquista. As¨ª querr¨ªa hermanar, con un gesto ¨ªntimo, desnudo de cualquier ceremonia, bandera o credo, a todas las v¨ªctimas de la Guerra Civil. Antes de que nos devore de nuevo el invierno del olvido. O el fr¨ªo de los odios fratricidas.
Quint¨ªn Garc¨ªa Gonz¨¢lez es sacerdote dominico, periodista y escritor.
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