Fool's Paradise
Hubo una ¨¦poca, y buena ¨¦poca era aquella, pese a la negrura circundante, en la que llegaban a nuestro pa¨ªs, v¨ªa cinematogr¨¢fica o por la televisi¨®n fronteriza, los mejores c¨®micos franceses. Hablo de los a?os sesenta del siglo pasado. Hablo del Tati de Mi t¨ªo y Play Time, del Funes de La gran juerga, del carablanca Pierre ?taix de El gran amor y Mientras haya salud, del pelirrojo y desgalichado Robert Dh¨¦ry de La bella americana y Busquen al 202, de los mon¨®logos de Fernand Raynaud en TF-1, o de aquellas grand¨ªsimas payasas que fueron Jacqueline Maillan (Pouic-Pouic, Mathilde) o Annie Fratellini, la mujer de Pierre ?taix, por cierto. Brontosaurios de oro (o sea, brontos¨¢ureos), sepultados por el chapapote de la desmemoria, esa marea arrasadora que tambi¨¦n cubre aqu¨ª a los que emergieron una d¨¦cada despu¨¦s, desde Rufus a Caub¨¨re o Les Inconnus pasando, faltar¨ªa m¨¢s, por J¨¦r?me Deschamps. Decir Deschamps (otro "por cierto": sobrino de Tati) quiere decir tambi¨¦n Macha Make?eff, unidad indivisible desde har¨¢ cinco lustros. En esos 25 a?os, el t¨¢ndem Deschamps & Make?eff ha cocinado otros tantos espect¨¢culos, de los que aqu¨ª habremos visto apenas tres o cuatro. Yo recuerdo C'est dimanche (Romea, 1988), Lapin Chasseur (Expo de Sevilla) y, al a?o siguiente, en el Mercat, Les Fr¨¨res Z¨¦nith. Fin de las visitas. Si pillabas por sat¨¦lite el Plus franc¨¦s, ah¨ª estaban, en contundentes rel¨¢mpagos, las apariciones de Les Deschiens, que han creado escuela: C¨¦sar Sarachu y Esperanza Pedre?o, de Camera Caf¨¦, son, conscientemente o no, hijos de esa estirpe maravillosa. Para ver "lo nuevo" de Deschamps-Make?eff ten¨ªas que ir a Avi?¨®n o a Chaillot, o cazarles en gira por el sur de Francia. Temporada Alta (que sigue siendo, no me cansar¨¦ de decirlo, el mejor festival de Espa?a) se ha marcado el detallazo de presentar en el Municipal de Girona, con un ¨¦xito despiporrante, "lo nuevo" de la pareja y su troupe de perros perdidos sin collar: Les ¨¦tourdis, estrenada en Nimes en 2004. Sus nueve protagonistas (diez, contando a la perrita Lubie) son c¨®micos de precisi¨®n milim¨¦trica y gracia por quintales, pero la gran estrella, el gran descubrimiento de la velada ha sido para m¨ª (y dir¨ªa que para todo quisque) el extraordinario Patrice Thibaud. Har¨¢ cosa de tres semanas les hablaba de un clown fuera de serie, James Thi¨¦rr¨¦e, el nieto de Chaplin, y ahora llega Thibaud, tan renovador y tradicionalista como su compa?ero. A diferencia de nosotros, los franceses se las pintan solos para mantener y reinventar las esencias. Thibaud tiene padres conocidos: la vocecita desvalida de Bourvil, la gestualidad psic¨®tica de Funes y la malignidad, tan cercana a W. C. Fields, de Reynaud. Ram¨®n Fontser¨¦, otra m¨¢quina transformista, podr¨ªa ser su hermano catal¨¢n.
Thibaud tiene la ligereza y la alucinante precisi¨®n gestual de los grandes maestros de la pantomima
Les ¨¦tourdis transcurre en un espacio muy ¨¤ la Tati, una f¨¢brica como la del cu?ado de Hulot, que fue muy moderna en su tiempo y ahora es casi una reliquia donde nada funciona: sillas de pl¨¢stico descascarillado, puertas batientes como bofetones, vidrios que estallan fuera de campo, timbres como silbatos militares, aspiradores que echan a andar de repente y cajas que se convierten en pozos sin fondo. Thibaud es el jefe, un tirano molieresco que ametralla a sus empleados con ¨®rdenes contradictorias y desp¨®ticas. Sus empleados son los ¨¦tourdis titulares, los atolondrados, los que viven en las nubes y nunca tienen prisa y jam¨¢s encuentran lo que les piden, a diferencia de ese p¨¢jaro obsesivo, en permanente estado de histeria febril, que vive manoteando tel¨¦fonos, interfonos, in¨²tiles mensajes en tubos neum¨¢ticos (no ve¨ªa un trasto de esos desde Besos robados). A Thibaud no le hacen maldita falta, porque inventa todos los sonidos, todos los objetos, todos los desastres imaginables. Lucha con una m¨¢quina de escribir invisible (ah¨ª, puro Lewis) o con un folio infinito, piafa y cocea como un caballo impaciente, nos hace creer que una cesta oculta un gato furioso y, en uno de sus grandes solos, transforma dos sillas plegables en un avi¨®n de combate para mutar, delirante y megal¨®mano, en el mism¨ªsimo Bar¨®n Rojo. Te cruzas por la calle con Thibaud y ni le ves: de hecho, cuando se present¨® a una prueba, tras a?os de vagabundeo y desastre escolar, la Make?eff ni se fij¨® en ¨¦l. Calvo, trip¨®n, desma?ado, uno de tantos. Y es justo al rev¨¦s: no es uno, es tant¨ªsimos que no puedes dejar de mirarle. Acaba agotando, como los ni?os hiperactivos y superdotados, pero tiene la ligereza y la alucinante precisi¨®n gestual de los grandes maestros de la pantomima, levantando gags como catedrales g¨®ticas, tiernos y blancos o negr¨ªsimos y feroces, como el del gato, el del pez machacado, el de la cocotte-minute para asar cabezas rebeldes. "Los otros" tambi¨¦n mandan lo suyo, como en Perdidos. Herv¨¦ Lass?nce, que habla en un idioma inventado, tan feliz e incomprensible como "le Shaga" de la Duras. Jean Delavade, con la mirada tropical de Henri Salvador y el mech¨®n vencido de Manolo G¨®mez Bur, proclamando su plan de felicidad diaria: "Canto por la ma?ana, bailo por la noche, y por la tarde hago la siesta". Los atolondrados, escribi¨® Daniel de Almeida, "cantan y bailan su dulce renuncia a integrarse en el fren¨¦tico mundo laboral". Dolly (Nicole Forestier), una Castafiore americana, canta Elle ¨¦tait si jolie; Jackie (Catherine Gavrilovic), tan victimizada como el forzudo Luc Tremblais, gorjea y danza, a la que el jefazo se da la vuelta, el espumoso C'est la f¨ºte, de Michel Fugain. Gaetano Lucido, l¨²cido por son¨¢mbulo, empu?a su ukelele como un arma secreta, igual que ese acorde¨®n rojo que Pascal Le Pennec despliega en los peores momentos, ventana de sol en una ma?ana de lluvia. Y la list¨ªsima perrita Lubie, quintaesencia tot¨¦mica de la insumisi¨®n en estado puro, que hace siempre lo contrario de lo que le ordenan. Quiz¨¢s por su mudo y pertinaz magisterio, la oficina de Les ¨¦tourdis acaba cubierta por un diluvio de repentinos papeles, aviones infantiles que caen del cielo abierto como si los cr¨ªos de Cero en conducta hubieran tomado definitivamente el poder. -
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