Tendr¨¦ un relato
Las panader¨ªas no est¨¢n hechas de pan, pero los lectores s¨ª est¨¢n hechos de libros y de la levadura ardiente de sus p¨¢ginas. Las panader¨ªas existen para recordarnos que el pan es m¨¢s necesario que la poes¨ªa, y las librer¨ªas se abren, como se cierra una herida, para constatar que estamos hechos ante todo de palabras. A Alberto Palomero, de 46 a?os, hasta hace unos meses director industrial de construcci¨®n de matrices y estampaci¨®n de piezas para el autom¨®vil, la necesidad de dar a conocer al mundo ese otro mundo de palabras, donde ha vivido clandestinamente desde que era un cr¨ªo, le ha llevado a ponerse a buscar las ra¨ªces profundas, el verdadero relato de su biograf¨ªa, y as¨ª, como se abren los brazos a la vida, ha abierto una librer¨ªa en la que ejercen su derecho a la existencia las novelas del Oeste (Los cazadores de lobos, de James O. Curwood; Meseta negra, de Zane Grey; Las pistolas hablan, de Clem Colt), las novelas de guerra, las novelas policiacas, las novelas de miedo y las de ciencia-ficci¨®n, y los tebeos, siempre los tebeos. "De chaval no tuve grandes compa?eros de correr¨ªas", explica el librero, con su perilla canosa de hombre que se inici¨® en la lectura con un libro de historias de piratas. "Antes de leer, me encantaban las pel¨ªculas de indios y vaqueros. Jugaba d¨ªas seguidos con mu?ecos de pistoleros, les hac¨ªa fuertes, ca?adas, caminos. Sal¨ªa a la calle con dos pistolas al cinto. Me fascinaba la ¨¦pica del Oeste, quiz¨¢ porque para m¨ª era normal estar sentado a la puerta de mi casa y ver pasar al pastor con las ovejas. El Oeste pegaba mucho con mi paisaje de descampados, mas¨ªas abandonadas... La verdad es que para un cr¨ªo de entonces la Zona Franca era una pasada".
A Alberto Palomero, para descubrirle en lo m¨¢s penetrante de sus sue?os, hay que ir a buscarle a las viviendas de la Seat, al colegio gratuito para los hijos de los empleados, a la Formaci¨®n Profesional en la rama de M¨¢quinas y Herramientas, salirle al paso en sus gafas espesas como un d¨ªa de niebla, que no le dejan ver m¨¢s que, eso, pel¨ªculas, tebeos, libros de aventuras. "Pasaba horas discutiendo con mis amigos sobre si Spiderman pod¨ªa solo contra toda la Patrulla X. Yo estaba enganchado a la Patrulla X. Eran muy misteriosos. Y unos marginados, unos excluidos que quer¨ªan servir al mundo que les rechazaba, igual que a muchos de los h¨¦roes del Oeste".
En el librero de tebeos, en el librero de cultura popular, est¨¢ la ¨¦pica del muchacho impugnado por un mundo que antepone las panader¨ªas al pan, y los libros a la literatura, y el prestigio de los libros a los propios libros en su sencillez de papel y de abecedario tipogr¨¢fico. La persona que al final lo deja todo, como quien al final abandona su patria, para poner una librer¨ªa de literatura de popular es en primer lugar una persona que ha le¨ªdo lo que a menudo el escritor no se atreve a poner en su libro; pero es adem¨¢s un h¨¦roe popular que ha determinado, con el mismo arrojo con que el oc¨¦ano lanza sus olas, ponerse calladamente al servicio de un mundo que no acaba de aceptarle, o que le teme, para ofrecerle el sagrado regalo de una novela con platillos volantes, coyotes, ventiscas, soledades.
Con el librero de literatura popular encuentran su ¨²ltimo refugio los excluidos de la literatura, que son los g¨¦neros de di¨¢logo y pistola, las novelas de quiosco, los dibujos con vocaci¨®n de novela, o de cuento. A su librer¨ªa, en la confluencia de la calle de Proven?a con la de Dos de Maig, Alberto la ha llamado Outsider y ha reproducido en el r¨®tulo la vi?eta de un b¨¢rbaro de los del creador de Conan, un rey picto que dice: "Tendr¨¦ un relato".
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