El cielo como l¨ªmite
Montaje por todo lo alto, al menos en intenciones, de la novela m¨¢s conocida de Merc¨¨ Rodoreda, La pla?a del Diamant, tan discreta que era ella. Como si su director, Toni Casares, hubiese tenido el cielo como ¨²nico l¨ªmite al vuelo metaf¨®rico de Colometa, la protagonista. Como si al pisar la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya, lo m¨¢s parecido en medios al Hollywood de anta?o que tenemos en nuestro peque?o pa¨ªs, se hubiera dicho: "Fot-li, que som catalans". Gran despliegue de recursos, decorados, int¨¦rpretes y efectos. Cuatro horas, entreactos incluidos, para trasladar a escena 230 p¨¢ginas: echen cuentas y ver¨¢n que, de decidirse por la lectura o relectura del cl¨¢sico, acabar¨¢n antes. Y es que si la puesta en escena no escatima en posibles, la adaptaci¨®n teatral que firma Josep M. Benet i Jornet no parece ahorrarnos ni una coma, recre¨¢ndose en an¨¦cdotas que sirven para ahondar en el melodrama de una joven que deja de serlo con la guerra y el paso de las d¨¦cadas.
La pla?a del diamant
>De Merc¨¨ Rodoreda. Adaptaci¨®n: Josep M. Benet i Jornet. Direcci¨®n: Toni Casares. Int¨¦rpretes principales: S¨ªlvia Bel, Anna Sahun, Marc Mart¨ªnez. Teatre Nacional de Catalunya, Sala Gran. Barcelona, 15 de noviembre.
Las palomas que obsesionan a Colometa nos remiten a Hitchcock
En las ant¨ªpodas del montaje que Joan Oll¨¦ hizo de la novela en 2004 -sobrio, sint¨¦tico y est¨¢tico, basado en el mon¨®logo interior de Colometa-, ¨¦ste no quiere restar la dimensi¨®n colectiva de la obra del espacio individual de la protagonista. La voz en off de la narradora acompa?a el ir y venir de la treintena de int¨¦rpretes que componen el reparto, un elenco que en las escenas de grupo se queda corto. Bicicletas, una moto, un cami¨®n, la plaza, las calles que la circundan, edificios enteros, tiendas enteras como la del adroguer, comedores enteros, dormitorios enteros y un palomar lleno de palomas ocupan el enorme escenario con su lujo de detalles y su constante entrar y salir, todo un mecanismo escenogr¨¢fico que, las cosas como sean, se mueve con fluidez. El exceso domina las tres partes en las que se divide y lo de Hollywood no era un decir, pues un par de sus producciones resuenan en la mente del espectador: las palomas que inundan la casa de Colometa obsesion¨¢ndola nos remiten a Los p¨¢jaros de Hitchcock; las penurias por las que pasa durante la Guerra Civil nos arrastran hasta Lo que el viento se llev¨®, con el mismo pu?o en alto con el que Scarlett O'Hara desafiaba a su propio destino. Junto al exceso, la reiteraci¨®n y la dilataci¨®n. Reiteraci¨®n en la melod¨ªa compuesta para el montaje, muy al estilo de las que acompa?an a los culebrones televisivos auton¨®micos, y en la iluminaci¨®n, que parece instalada en los 125 V de los de antes, tanto si dicen estar comiendo como cenando. La dilataci¨®n se da en las acciones y en los di¨¢logos: el que dice que se va, no se acaba de ir nunca; el tiempo parece detenerse cada dos por tres.
Suerte de los int¨¦rpretes, que en general definen muy bien a sus personajes y en concreto ofrecen estupendos momentos individuales. Mi favorito es Carles Mart¨ªnez, un adroguer tan tierno que incluso yo me casar¨ªa con ¨¦l, a pesar de haber quedado in¨²til del mig con la guerra. ?l y Paula Blanco, en el papel de Rita, la hija de Colometa de mayor, sostienen la tercera parte del montaje junto a Ernest Villegas, que interpreta a tres personajes a lo largo de la funci¨®n (su primer novio, un amigo de Quimet y su yerno), y en este desdoblamiento est¨¢ la aportaci¨®n m¨¢s significativa de Casares, pues Colometa les confunde sinti¨¦ndose especialmente vinculada a ellos. Despu¨¦s est¨¢ Marc Mart¨ªnez, a quien le pega mucho el papel de Quimet, un pintas de buen coraz¨®n, y la omnipresente Colometa de S¨ªlvia Bel, quien aborda mejor su personaje en la segunda y tercera parte, con la madurez y el dolor instalados en el rostro.
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