El actual imperio de la ausencia
La huera condici¨®n de la pol¨ªtica, la banalizaci¨®n del sexo, la indiferencia del arte y la trivializaci¨®n del saber ti?en a nuestra ¨¦poca de una atm¨®sfera de vac¨ªo. La existencia tiende s¨®lo a durar m¨¢s y mejor
La fascinaci¨®n del p¨²blico por la desaparici¨®n de Madeleine, la creciente valoraci¨®n del trabajador de "lastre cero", sin compromisos, sin especialidad, sin hijos, sin arraigo, o incluso la pr¨®xima Bienal de S?o Paulo consistente en la exhibici¨®n de un espacio vac¨ªo, sin las esperables obras de arte, son muestras de un extra?o auge de la ausencia. Otros tiempos se representaron a trav¨¦s de la histeria, hoy la patolog¨ªa ps¨ªquica tiene en su centro la depresi¨®n, la as¨ªntota cero de la ilusi¨®n o del proyecto. Igualmente, mientras el c¨¢ncer o el sida simbolizaron un tiempo, el Alzheimer se alza ahora como la se?a del nuevo padecimiento. A la multiplicaci¨®n celular del c¨¢ncer o la invasi¨®n del virus se opone la direcci¨®n cerebral hacia la ausencia.
No hay totalitarismos ni verdades lapidarias, como tampoco recompensas gloriosas
Los ciudadanos fueron pasando de productores, materiales y espirituales, a consumidores
La falta, el vac¨ªo, la vaciedad, todo esto se re¨²ne en una atm¨®sfera de ausencia que, como una angustia fina, recubre la actualidad del espacio y ralentiza la acci¨®n. As¨ª, la actual crisis financiera desarrolla la met¨¢fora de una falta de fondos, un agujero en los deudores o un vac¨ªo de solvencia que se opone a la plenitud de la construcci¨®n inmobiliaria en el periodo anterior.
Ciertamente, todo sentimiento de ausencia se parece a un duelo, pero en la ausencia el objeto perdido no golpea duramente ni su dolor desespera, sino que el rev¨¦s absorbe para s¨ª mismo todo el consuelo. El objeto de la ausencia se ensimisma y segrega la sustancia sedosa que regula la intensidad de una soportable melancol¨ªa.
La sensaci¨®n actual de ausencia se relaciona con la huera condici¨®n de la pol¨ªtica, la banalizaci¨®n del sexo, la indiferencia del arte, la trivializaci¨®n general del saber. Sin pol¨ªtica, sin sexo, sin arte, sin maestros pensadores, en pleno apogeo de lo virtual, la impresi¨®n de pertenecer a este tiempo se confunde con la experiencia de un tr¨¢nsito intestinal tan fluido que podr¨ªa abocarnos al sumidero. O nos est¨¢ colando ya.
No es para tanto. La ausencia se caracteriza por su inherente flacidez y el lacio mareo de su permanencia. Sin fuertes elementos de referencia no sabemos, efectivamente a qu¨¦ atenernos pero tambi¨¦n nos libramos de aquellos elementos macizos y graves capaces de laminarnos.
En la ausencia no hay totalitarismos ni verdades lapidarias, como tampoco se obtienen recompensas gloriosas ni sobresalientes opciones de salvaci¨®n. Se vive como se habita, al punto de que la existencia tiende a ser una secuencia encarrilada a procurarse tan s¨®lo las condiciones id¨®neas para durar m¨¢s y mejor.
Desde la cultura de consumo, consolidada como la cultura total, hasta la "personalizaci¨®n" de las personas en busca de una identidad m¨¢s apropiada, la biograf¨ªa se encuentra suficientemente ocupada en rellenar ausencias. Ausencias que empiezan a manifestarse en la vida laboral, donde la mayor parte de la poblaci¨®n, pese al aumento de la instrucci¨®n y sus opciones, no trabaja en casi nada que le llene y, en consecuencia, se alistan en especialidades y dedicaciones s¨®lo para cobrar.
El trabajo, que lo fue pr¨¢cticamente todo en el siglo XIX, perdi¨® buena parte de su misi¨®n identitaria en la ¨²ltima parte del siglo XX y los ciudadanos fueron, poco a poco, pasando de productores, materiales y espirituales, a consumidores, materiales, espirituales y emocionales.
Pocos abrazan un destino familiar o profesional con fuerza y, en la holgura de ese abrazo, crece la fantas¨ªa de una felicidad basada en la variedad, la aventura simulada y la surtida composici¨®n del tiempo libre. Libre u ocioso, desocupado o vac¨ªo.
As¨ª, el tiempo ausente (de trabajo, de obligaci¨®n) va convirti¨¦ndose en el ¨¢mbito m¨¢s propicio para conseguir el simulacro de un yo m¨¢s o menos diferente o tuneado. La briosa construcci¨®n de la identidad a partir del trabajo ("somos lo que hacemos", dec¨ªa el marxismo) se suple con el dise?o flexible de un personaje capaz de ser modulado por sus consumos y contraconsumos, los logos y los no-logos o anti-logos.
No hay ciudadan¨ªa pol¨ªtica que llegue a gran cosa pero hay ciudadanos consumidores que piensan ser algo en la tarea de consumir. No hay sexo fuerte pero hay sexo muy surtido, incluido el no-sexo o el a-sex. No hay arte nuevo pero no falta forma de arte alguno y, en su exasperaci¨®n, el arte de nada.
El mundo de la Red, como gigantesco paradigma de nuestro tiempo, coincide con el absoluto imperio de la Ausencia. Los nexos personales o comerciales, las web sociales, Google o las wikipedias crean el nuevo universo basado en el juicio de la muchedumbre, un saber magm¨¢tico e inseguro como corresponde a la ausencia de autoridad en el conocimiento.
Todo el mundo parece presente en la comunicaci¨®n electr¨®nica pero, a la vez, se traduce en una descomunal constelaci¨®n de fantasmas. Centenares de millones de personas en MiSpace, Google o YouTube, todas ellas sum¨¢ndose como intangibles en el planeta de la ausencia. No se trata, sin embargo, de zombies de cuyo rastro se desprendiera un aroma funerario, sino de seres tan extra?os como impalpables, tan inesperados como vol¨¢tiles. Con una particularidad adicional: su apilamiento no produce, su concierto no clama, su presencia se corresponde con el exacto tama?o de su ausencia.
Podemos sentirnos multitudinariamente comunicados, pero basta un clic para provocar la desaparici¨®n de lo presente y obtener la sensaci¨®n de haber abandonado parte del mundo o haber elegido su disipaci¨®n. Esta facilidad que cruza de lo presente a lo ausente y de lo importante a lo m¨¢s trivial, se corresponde con la escasa densidad de la presencia.
De hecho, los objetos, las ideas, las religiones, las pel¨ªculas o los m¨®viles, las estaciones o los acontecimientos, pesan cada vez menos. Y apenas valen nada. Los relojes o los peri¨®dicos, las enciclopedias o los bolsos, casi cualquier cosa se regala por cualquier pretexto y los promotores inmobiliarios de la crisis han comenzado a donar coches, aparcamientos y largu¨ªsimos viajes que ahora circulan con low cost y conocimiento tur¨ªstico cero.
Todo el conocimiento, tur¨ªstico o no, ha venido a cebarse de ausencia. El empleo se posa con igual liviandad que la identidad o la pertenencia. La p¨¦rdida de territorialidad y fijeza de los empleados se dobla hoy con los cientos de millones de emigrantes arrancados de sus patrias y creando d¨ªa tras d¨ªa una masa ingente que vive y respira en permanente estado de ausencia.
El grado de disponibilidad para cambiar la presencia por la ausencia de prejuicios, fidelidades, h¨¢bitos o lealtades, define el car¨¢cter imperante en nuestros tiempos. La facilidad del cambio, la facilidad de las transferencias, reconversiones, destrucciones y restauraciones, expanden el efecto y la autoridad de las ausencias.
?Conmemoraciones? ?Memoria hist¨®rica? ?Reciclajes? ?Vintages? El pret¨¦rito siempre ha pasado dejando una oquedad pero su ausencia aumenta o decrece de acuerdo al impulso de cada ¨¦poca. Descompuesto el proceso hist¨®rico, exasperado el presente, declarado el instante perpetuo, la ausencia es la sombra genuina del momento.
?La muerte? La muerte no. La ausencia es un suced¨¢neo de la mortalidad y ya no morimos, nada muere, s¨®lo se sufre el mal de la obsolescencia y se queda arrinconado o ausente. Se habita, en fin, sin la tortura del duelo, s¨®lo entre una angustia que no sobrepasa la n¨¢usea ben¨¦vola, aunque constante.
El malestar en la cultura que diagnosticaba Freud no era otra cosa que el malestar de otra ausencia. El flujo de la gran decepci¨®n tras constatar que las conquistas cient¨ªficas y t¨¦cnicas "no hab¨ªan sabido elevar la satisfacci¨®n placentera que exige la vida".
Ahora, tras la in¨¦dita corpulencia de los avances tecnol¨®gicos, tras la tumba del comunismo, entre la aparatosa y sofisticada teatralidad del consumismo, hemos reingresado en una nueva hospitalizaci¨®n. No parece desde luego tan grave como la ca¨ªda de una civilizaci¨®n pero significa un estado cultural de continua ansiedad que no encuentra remedio en objeto alguno. El objeto, el sexo, el padre, la vocaci¨®n, han ido deshaciendo su cimentaci¨®n hasta fomentar que el planeta flote sobre la delgada superficie de su plasma y la realidad funde su visi¨®n en ese caldo que humea. O, tambi¨¦n, que apoye su voz en la gran caracola de los media donde un son vaciado de todo proyecto se complace en la nacarada angustia de su ausencia.
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