Zuckerman vuelve
Me acuerdo de la figura enjuta, de la cara muy seria, de la mirada intensa y recta de Philip Roth, sentado al otro lado de una mesa larga y vac¨ªa, en un despacho en la oficina de su agente, Andrew Wylie, una ma?ana de septiembre de hace dos a?os. Por la ventana abierta de un decimoquinto piso entraba la trepidaci¨®n urbana de Manhattan atravesada por largos agudos de sirenas. En el otro extremo de la mesa, un tel¨¦fono sonaba de vez en cuando, timbrazos repetidos e hirientes que nadie contestaba y que ambos fing¨ªamos no o¨ªr. Roth vest¨ªa una camisa de un azul gastado, unos pantalones claros de lona. Con los brazos cruzados me miraba desde el otro lado de la mesa en la que s¨®lo hab¨ªa una peque?a grabadora y esperaba la primera pregunta de una entrevista que iba a durar exactamente sesenta minutos. Sometido a su escrutinio me acordaba de la inseguridad que siente el joven Nathan Zuckerman cuando visita a su maestro E. I. Lonoff en aquella novela corta de 1979, The Ghost writer. El aspirante a novelista reci¨¦n salido de la universidad que a¨²n no ha publicado m¨¢s que unos pocos relatos llama a la puerta del autor a quien debe una parte de su vocaci¨®n y del que quiere aprender no s¨®lo el secreto de la literatura sino tambi¨¦n el de la vida.
De dos cosas en apariencia incompatibles nos advierten las novelas narradas por Zuckerman: de que la materia prima de la ficci¨®n es la realidad inmediata; y de que la una y la otra no deben ser confundidas
Los materiales del novelista son las vidas humanas, y al inventar a veces se est¨¢ jugando con fuego. Quiz¨¢s ¨¦sa fue una de las razones por la que Zuckerman sali¨® huyendo y se qued¨® escondido durante doce a?os
La semejanza, en este caso, acababa en mi acceso de timidez y de inseguridad. Uno se hace mayor y se vuelve m¨¢s bien inmune a las veneraciones insalubres, y muy esc¨¦ptico ante cualquier misticismo juvenil sobre el oficio de la literatura y sobre el alma de los escritores. La capacidad de admirar, sin embargo, permanece intacta, si bien aquel encuentro a secas en una oficina inclemente no era la ocasi¨®n m¨¢s propicia para decirle a Philip Roth cu¨¢nto me importaban muchos de sus libros, con qu¨¦ entusiasmo hab¨ªa le¨ªdo tantos a?os atr¨¢s, ahog¨¢ndome de risa en la litera de un cuartel, El lamento de Portnoy, qu¨¦ impacto de fervor por las posibilidades de la literatura como relato del alma humana y del mundo me hab¨ªan producido The Counterlife, The human stain, I married a communist, Zuckerman bound, Patrimony, The facts, cu¨¢nto me hab¨ªa ense?ado su determinaci¨®n insobornable de explorar con las palabras lo m¨¢s hondo y lo m¨¢s ¨¢spero y lo m¨¢s c¨®mico y lo m¨¢s desgarrado de la experiencia de la vida.
Esa mirada que ten¨ªa delante de m¨ª por primera vez era la explicaci¨®n de todas las p¨¢ginas que llevaba leyendo tantos a?os. Una mirada que no parpadea en una cara que no cambia de expresi¨®n, con algo de la inmutabilidad fan¨¢tica con que Buster Keaton presencia las calamidades s¨²bitas del mundo. Una mirada de mir¨®n, de testigo impasible, de observador morboso, una mirada de cirujano, de relojero con una lente de aumento en el ojo gui?ado y de microbi¨®logo asomado al visor del microscopio, una mirada de forense, una mirada de eremita que pasa mucho tiempo en su retiro sin hablar con nadie y que cuando vuelve temporalmente a la ciudad que dej¨® atr¨¢s registra cada s¨ªntoma de modificaci¨®n o decadencia. Una mirada que taladra la vaguedad y detecta los signos reveladores de lo que el interlocutor quiere esconder o no sabe que esconde detr¨¢s de sus palabras.
Me acuerdo de la mirada de Philip Roth mientras leo estos d¨ªas su novela reci¨¦n publicada Exit Ghost, en la que Nathan Zuckerman regresa unos d¨ªas a Nueva York desde su retiro mis¨¢ntropo en una casa en medio de un bosque, igual que volv¨ªa el propio Roth esa ma?ana de mi encuentro con ¨¦l. En aquella primera novela en la que apareci¨® por primera vez visitando a su maestro recluso Zuckerman ten¨ªa veintitr¨¦s a?os. Ahora tiene setenta y uno. Sabemos por otras novelas c¨®mo ha sido su vida reciente. Sabemos que se retir¨® del mundo como un monje hace doce a?os, resuelto a consagrarse exclusivamente a la escritura y a la lectura y a reducir al m¨¢ximo los v¨ªnculos emocionales con sus semejantes, huyendo sobre todo de la celebridad literaria y de los sobresaltos del amor. Tuvo un c¨¢ncer de pr¨®stata. A ra¨ªz de la operaci¨®n para extirp¨¢rselo se qued¨® impotente, y perdi¨® la facultad de controlar la vejiga. El s¨¢tiro temerario de tantas novelas ahora es un eunuco; el var¨®n arrogante y en¨¦rgico tiene que cambiarse varias veces al d¨ªa el pa?al para no oler a meado. El hombre vigoroso que particip¨® con temeridad y descaro en la gran revuelta sexual de los a?os sesenta, que parec¨ªa prometer la gratificaci¨®n universal y la juventud ilimitada, descubre con estupor y rabia que le ha llegado la vejez y que delante de s¨ª, igual que a su alrededor, no tiene mucha m¨¢s perspectiva que la enfermedad y la muerte.
En Portnoy's complaint Roth escribi¨® sobre el sexo y sobre cada una de las funciones y secreciones corporales con una minuciosa desverg¨¹enza heredada de Joyce y de los cuentos escatol¨®gicos de adolescentes, con un j¨²bilo digno de Rabelais. Con la misma fascinaci¨®n por los detalles materiales describe ahora los estragos de la edad, la cicatriz de una operaci¨®n, el pingajo arrugado e in¨²til que cuelga de la ingle de un viejo, goteando como un grifo oxidado. En su juventud el esc¨¢ndalo y el ¨¦xito le sobrevinieron en la misma avalancha. Invent¨® a Nathan Zuckerman a la manera de esos magnates que contratan un doble para que los sustituya en situaciones de peligro. En Zuckerman y a trav¨¦s de la ficci¨®n experiment¨® con variaciones posibles de su propia vida y sobre todo con los efectos que el h¨¢bito de fabular del escritor puede tener sobre las personas de las que se alimentan sus historias. De dos cosas en apariencia incompatibles nos advierten las novelas narradas por Zuckerman: de que la materia prima de la ficci¨®n es la realidad inmediata; y de que la una y la otra no deben ser confundidas, porque lo que alimenta el talento del escritor es la potestad de manipular los elementos de la realidad tan libremente como el alfarero manipula el barro o como Picasso mezclaba trozos de chatarra encontrados al azar para componer la escultura de una cabra o de una cabeza de toro.
Pero los materiales del novelista no son el barro ni el metal, sino las vidas humanas, y al inventar a veces se est¨¢ jugando con fuego. Quiz¨¢s ¨¦sa fue una de las razones por la que Zuckerman sali¨® huyendo y se qued¨® escondido durante doce a?os. Ahora ha vuelto, como si regresara de la tumba o del sue?o de Rip van Winkle para mirar de frente la decadencia y la extinci¨®n pero tambi¨¦n el fantasma carnal y tangible del deseo. Philip Roth cre¨® a Zuckerman d¨¢ndole su misma edad, su mismo oficio, su origen -aunque no sus padres- , su reclusi¨®n: tal vez tambi¨¦n su furia y su experiencia de la enfermedad. Los contornos de la realidad y la ficci¨®n son inciertos, pero hay algo de lo que estoy seguro. La mirada de Nathan Zuckerman yo la he visto en los ojos de Philip Roth. -
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