Historia de un cuerpo masculino
Despiertas a media noche y no puedes respirar. Te duele la garganta. Te duele todo el cuerpo. Tiemblas. Llevabas cuatro d¨ªas con lo que parec¨ªa una gripe, pero en vez de mejorar, te sientes mucho peor. Como eres un hipocondriaco, sospechas que esto s¨®lo terminar¨¢ con tu muerte.
Tu esposa, que es menos alarmista, llama a un m¨¦dico mientras t¨² te retuerces de dolor y desesperaci¨®n. Mientras el doctor llega, te da tiempo de llorar y tirar al suelo la l¨¢mpara del velador, como muestra del mal humor que tienes. Finalmente, suena el timbre y aparece una argentina alta y guapa. Y t¨² ah¨ª, hecho una porquer¨ªa. Para cuando cruza la puerta no te da tiempo ni de peinarte, pero tratas de fingir alguna compostura. Ella te pone el term¨®metro y escucha tus pulmones con el estetoscopio. T¨² no puedes ni hablar, pero procuras conservar la dignidad. Finalmente, ella te dice con un acento lindo un mont¨®n de cosas que no entiendes: cosas como "pleura", "equimosis", "neogorria", algo as¨ª. Al final, te manda al hospital.
Tras varios d¨ªas con gripe llamas al m¨¦dico pensando que nunca te vas a curar
En el hospital, con esa bata verde no eres un hombre, sino una cosa que hay que arreglar
A la sala de Urgencias de la Cl¨ªnica de Nuestra Se?ora del Pilar se entra por una v¨ªa subterr¨¢nea y despoblada. Con la fiebre, el tiempo se te hace m¨¢s largo, y tienes la sensaci¨®n de que desciendes hacia tu sagrada sepultura. Pero luego, cuando ves lo r¨¢pido que te atienden, tienes la certeza de que est¨¢s pagando demasiado dinero por el seguro m¨¦dico.
Mientras tu esposa espera en una sala, una enfermera te lleva a una habitaci¨®n con una camilla y te ordena que te quites la ropa. Nunca te lo hab¨ªan dicho con tan poco sentimiento. Aunque, ahora que lo piensas, nunca te lo hab¨ªan dicho. Obedeces. Te pones una bata verde con una abertura atr¨¢s y te acuestas en una camilla. Te sientes como la versi¨®n patol¨®gica de La maja desnuda. La enfermera regresa y constatas con preocupaci¨®n que es bonita. Tratas de contar alg¨²n chiste para mostrarte en control de la situaci¨®n, pero recuerdas que no puedes respirar y te duele la garganta.
Intentas resistirte cuando te saca de la habitaci¨®n, pero no lo consigues. S¨²bitamente, est¨¢s caminando semidesnudo por un pasillo. Llevas una bata verde con un pronunciado escote en la espalda, zapatos marrones y medias de pares distintos que cogiste del caj¨®n sin ver porque pensabas que ibas a morir y que ya todo daba igual. Tomas nota mental: la pr¨®xima vez, morir con medias del mismo par.
Entras en una habitaci¨®n oscura y la enfermera te pregunta:
-?Te gusta abrazar?
Desfalleciente pero viril, le aseguras que s¨ª. Y ella te responde:
-Entonces abraza esta placa. Y cuando yo te diga, tomas aire y lo retienes.
Abrazas la placa -que est¨¢ fr¨ªa- y sigues sus instrucciones, primero de frente y luego de perfil, como las fotos de tu ficha policial. Despu¨¦s te quedas sentado en un taburete mientras ella manipula una m¨¢quina y saca tus radiograf¨ªas. De vez en cuando, atisbas tus huesos entre sus manos. Un enfermero entra y conversa con ella. Debe de tener tu edad, pero te parece mucho m¨¢s joven y fuerte. Se mantiene en pie por s¨ª mismo y todo. Y lo m¨¢s llamativo es que no lleva una bata verde y medias de colores distintos. Comprendes que no te han vestido, te han envuelto. Con esa bata no eres un hombre, sino una cosa que hay que arreglar, como una tuber¨ªa o una calefacci¨®n.
Alguien te devuelve al cuarto original y vuelven a tumbar en la camilla. Esta vez entran dos mujeres. Una te da unas pastillas y un vaso de agua. La otra lleva una jeringa, y empieza a hacer cosas en tu brazo. Ya no est¨¢s haciendo esfuerzos para mostrarte como un ser humano. Te has resignado a ser un objeto de trabajo rutinario, como un filete para un carnicero, o un frasco de champ¨² para el empleado de la perfumer¨ªa. Hay que meterte cosas y sacarte cosas y tu participaci¨®n en todo ese proceso es prescindible, lo ¨²nico que necesitan es tu cuerpo, no tu voluntad.
Finalmente, alguien viene y te pone una m¨¢scara transparente. Te anuncia que van a nebulizarte, y a ti te suena como si fuesen a pulverizarte. De repente, s¨®lo ves una neblina blanca expandi¨¦ndose a tu alrededor. Tu respiraci¨®n se vuelve lenta y sonora, como la de Darth Vader, y todo a tu alrededor se vuelve m¨¢s lento. Ya ni siquiera te interesa si la enfermera de la m¨¢scara es atractiva. Sin saber por qu¨¦, te viene a la cabeza una frase de Philip Roth: "Nuestro cuerpo nos hace traicionar a las personas que amamos, y luego nuestro cuerpo nos traiciona a nosotros".
Parpadeas. Cuando abres los ojos, tu esposa se materializa entre el vapor. Cuando vuelves a abrirlos, se le ha sumado una doctora. Te est¨¢n hablando. La doctora te explica cosas que no entiendes: dice "bronquial", "estreptococo", "proceso v¨ªrico", algo as¨ª. Escribe cosas en un papel. Sabes que no ser¨¢s capaz de entender. Se?alas a tu esposa. A fin de cuentas, es la ¨²nica que est¨¢ dispuesta a hacerse cargo de tu cuerpo sin cargo a tu tarjeta de cr¨¦dito. Es la ¨²nica que, en ese mont¨®n de huesos y vasos capilares que reposa en la camilla, reconoce a una persona como ella, tan s¨®lo un poco peor. Al verla conversar con la doctora, te sientes m¨¢s tranquilo. Ya no necesitas fingir ante nadie que tienes voluntad. El mundo empieza a desaparecer tras la nebulosa blanca. Cierras los ojos.
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