El club de los comedores de basura
Los 'freegan' reciclan los alimentos que otros desechan. Es una convicci¨®n y una forma de vida. Les acompa?amos 'de compras' por los contenedores de Nueva York. Y luego, a cenar.
No les empuja ni el hambre ni la pobreza. Revolver cada semana entre las basuras responde simplemente a la llamada de sus conciencias. Hastiados de observar c¨®mo la sociedad occidental deja morir en sus calles toneladas de comida en perfecto estado, un pu?ado de ciudadanos repartidos por el mundo y autodenominados freegan tratan de retrasar el colapso ecol¨®gico al que afirman que est¨¢ abocado el planeta evitando pagar por consumir y recuperando parte de la comida salvable que se tira a diario. Que no es poca.
En la puerta de supermercados neoyorquinos como D'Agostino, en el barrio de Midtown, se hacinan cada noche decenas de bolsas de supuestos residuos. Pero si uno mira dentro, como hacen dos veces por semana profesores de instituto como Janet Kalish o expertos en comunicaci¨®n como Madeleine Nelson, es posible encontrar todo tipo de frutas y verduras en perfecto estado, yogures, zumos de fruta, pasta, arroz, huevos, carne, pescado ahumado?
"El 80% de lo que como lo consigo as¨ª desde hace un a?o. Lo que m¨¢s abunda es pan. Cada noche se tiran miles de barras. La verdura suele venir empaquetada y limpia. La fruta a veces est¨¢ golpeada, pero en general tiene buen aspecto. Se encuentran much¨ªsimos yogures y la mayor¨ªa sin caducar. La pasta o el arroz a veces simplemente tienen el paquete roto, y eso ya los convierte en basura", explica Madeleine, que no es vegetariana, a pesar de que la palabra freegan naciera como contracci¨®n entre free (libre, gratis) y vegan (vegetariano que rechaza cualquier producto animal).
"Cada persona decide su grado de compromiso", explica esta mujer de 50 a?os. Ella vive en el coraz¨®n del West Village, en un amplio apartamento lleno de libros; trabaja como portavoz de una ONG, y antes, para una multinacional. "Lo m¨ªo es una decisi¨®n consciente: desobedecer la orden de comprar. Es un boicot a la sociedad de consumo. Se gasta en exceso, y eso est¨¢ matando al planeta. Por eso he minimizado todas mis compras. Los libros son usados, los electrodom¨¦sticos los arreglo, la ropa es de mercadillos gratuitos".
Ella es parte del centenar de personas que constituyen el grupo de los freegan neoyorquinos. El Pa¨ªs Semanal acompa?¨® a una decena en una de sus compras nocturnas y despu¨¦s cen¨® con ellos, algo que hacen a menudo para demostrarle a la prensa que todo lo que se encuentra es tan co??mestible como si se hubiera comprado en una tienda de gourmet. Y en muchos casos, los alimentos proceden precisamente de esas tiendas, porque los freegan saben cuidarse, no buscan bocadillos mordisqueados, sino setas italianas, pero en lugar de pagar precios astron¨®micos por ellas, las recogen de la basura.
Quiz¨¢ lleven un d¨ªa caducadas. Quiz¨¢ caduquen dos d¨ªas despu¨¦s. La diferencia, dicen, es imperceptible. Los comercios ponen esas fechas mucho antes de lo necesario. Pero ?por qu¨¦ acaban en la basura? Por la sobreabundancia. "Muchos supermercados simplemente tiran productos cuando les llegan otros m¨¢s frescos por falta de espacio", asegura Adam Weissman, de 28 a?os, uno de los impulsores de este movimiento nacido en la costa oeste hace d¨¦cadas y que ¨¦l ayuda a promover en Nueva York desde hace dos a?os. Un trabajador del supermercado D'Agostino lo confirma mientras observa c¨®mo los freegan hacen sus compras: pl¨¢tanos, melocotones, espinacas, tofu?
El grupo bucea en las basuras y va sacando tesoros que se escogen con sumo cuidado. "A veces hay tantas cosas que tenemos que dejarlas ah¨ª", dice Janet, con su mochila cargada de alimentos. Y no miente: frente a ella hay dos bolsas de basura llenas de zanahorias impolutas en contenedores de pl¨¢stico. Caducan ese mismo d¨ªa. Se sirven en la cena dos d¨ªas despu¨¦s. Exquisitas.
Seg¨²n un estudio de la Universidad de Arizona, el 40% de los alimentos que se producen en Estados Unidos acaba en la basura sin pasar por ning¨²n est¨®mago; lo que significa que las familias tiran cada a?o al estercolero 40.000 millones de d¨®lares. Un esc¨¢ndalo si se tiene en cuenta que hay 852 millones de personas malnutridas en el mundo, seg¨²n la FAO, y que dentro de una ciudad como Nueva York, casi dos millones de personas viven por debajo del ¨ªndice de pobreza, seg¨²n el censo nacional.
"La primera vez encontr¨¦ 130 bagels [rosquillas de pan jud¨ªo t¨ªpicas de Nueva York] perfectamente limpios y empaquetados. Me jur¨¦ a m¨ª misma que nunca volver¨ªa a pagar por ellos", cuenta Wendy Scher, de 26 a?os, quien ha convertido el freeganismo en una forma de vida. Se viste con ropa usada, su medio de transporte es una bicicleta reciclada, se est¨¢ planteando ocupar una casa, pues hay muchos apartamentos vac¨ªos en la ciudad, y en la medida de lo posible, tampoco consume cultura de masas, algo que los freegan m¨¢s ortodoxos, como Adam Weissman, se toman muy en serio.
"Si compras un cd, tienes que pensar en el impacto ecol¨®gico del pl¨¢stico que lo envuelve. Si ves una pel¨ªcula, sabes que te est¨¢n me??tiendo en ella mensajes subliminales sobre qu¨¦ beber o c¨®mo vestir, y adem¨¢s, en su producci¨®n se desperdician toneladas de materiales. Antes de tomar cualquier decisi¨®n me pregunto el impacto econ¨®mico o social de cada producto que se consume. Y la cultura de masas es tremendamente contaminante, ps¨ªquica y f¨ªsicamente", afirma Weissman, que tampoco tiene televisi¨®n.
Sin embargo, es dif¨ªcil escapar de todas las tentaciones. ?l consume c¨®mics, aunque no los compre y los consiga gratis. Y durante la cena, la serie Star Trek, que todos devoraron de peque?os, se convierte en animado tema de conversaci¨®n. Al menos Weissman reconoce sus debilidades: "El efecto de la cultura de masas es incre¨ªblemente poderoso. Y es muy dif¨ªcil escapar de ¨¦l. Pero hay que intentarlo".
M¨¢s informaci¨®n en: http://freegan.info.
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