?En qu¨¦ cree el ser humano?
A 150 kil¨®metros al norte de Puerto Pr¨ªncipe, la capital de Hait¨ª, existe una cascada que se precipita desde m¨¢s de treinta metros de altura, y que funciona como un im¨¢n para miles de peregrinos cada 16 de julio. Se denomina Saut d'Eau (Salto de Agua), y all¨ª acuden, generalmente vestidos de blanco, hombres, mujeres y ni?os para transformarse, de una manera literal, en el recept¨¢culo de los dioses.
Para alcanzar la cascada deben atravesar varias escarpaduras de piedra caliza. El contacto con el agua representa el momento culminante, pero anteriormente a que esto suceda, los que aguardan pueden contemplar c¨®mo algunos de sus amigos se mueven imitando el movimiento de las serpientes: han sido pose¨ªdos por la diosa africana Damballah-Wedo. El agua cae con una fuerza tremenda, de forma que no es raro advertir que algunos que se colocan debajo de la cascada dejan que su ropa sea arrancada literalmente a pedazos. El contacto "es lo que permite que el esp¨ªritu se meta en ellos", explica la fot¨®grafa italiana Giorgia Fiorio, que ha viajado por todo el mundo recogiendo momentos as¨ª. Ese instante culminante permite la entrada en un trance tras el cual los peregrinos caen derrumbados sobre las aguas. Han venido a pedir a la diosa del amor, Erzulie Freda, que purifique sus cuerpos, en busca de fortuna o de fertilidad.
Se trata de uno de los m¨¢s importantes ritos vud¨²es. Aunque quiz¨¢ lo extraordinario es que muchos de esos peregrinos llevan cruces cat¨®licas colgando de sus cuellos, y que algunos tambi¨¦n veneran a la Virgen del Carmen, un elemento sustancial del cristianismo en Hait¨ª, que tiene en Saut d'Eau su lugar de culto, precisamente el mismo 16 de julio. La leyenda cuenta que la Virgen se apareci¨® a los haitianos en 1847 en este lugar, encima de una palmera, y que cur¨® a muchos enfermos cerca de las cascadas sagradas.
Resulta fascinante comprobar c¨®mo aqu¨ª la tradici¨®n cat¨®lica se entremezcla con las religiones africanas que forman parte del vud¨², plagadas de dioses -existen hasta 401- y, por supuesto, de magia. Cerca del 80% de los haitianos profesa el vud¨², pero no reniega de su catolicismo. Muchos de sus antecesores llegaron aqu¨ª como esclavos, fueron bautizados en el cristianismo, pero conservaron en la clandestinidad sus rituales africanos.
El propio vud¨² tiene una leyenda negra -los zombis, muertos vivientes- que el cine de Hollywood ha sabido explotar de maravilla, lo que constituye probablemente el c¨²mulo de mentiras m¨¢s efectivo que ha distorsionado una creencia religiosa. De acuerdo con el antrop¨®logo norteamericano Wade Davis, la idea de que el vud¨² se basa en la pr¨¢ctica de la magia negra y que los zombis atacan a la gente es una invenci¨®n de Estados Unidos, y en especial de la ocupaci¨®n militar de Hait¨ª por parte de los marines entre 1915 y 1936. Sus mandos les proporcionaron novelas en las que se dec¨ªa que los sacerdotes vud¨²es -los hougans- criaban ni?os para cocerlos en calderos, practicaban el canibalismo y decid¨ªan el destino de la gente atravesando mu?ecos con alfileres. Con estos contratos tan particulares, el cine encontr¨® un fil¨®n para fabricar malas pel¨ªculas de terror.
Wade investig¨® lo que hab¨ªa de real detr¨¢s de los zombis, y logr¨® identificar un compuesto tradicional -cuya existencia se reconoc¨ªa incluso en el C¨®digo Penal del Gobierno haitiano- que lograba que una persona pareciese muerta. Se trataba de una tetrodotoxina presente en un pez, un anest¨¦sico 160.000 veces m¨¢s potente que la coca¨ªna, que bloquea los canales de sodio de los nervios (tambi¨¦n un veneno mil veces mayor que el cianuro); el individuo siente una par¨¢lisis facial total mientras que su metabolismo se reduce al m¨ªnimo, hasta que fallece. De acuerdo con este antrop¨®logo, la zombificaci¨®n es un castigo social que algunas sociedades secretas de Hait¨ª imponen a ciertos individuos por transgredir las reglas, envenen¨¢ndolos. Pero esto es algo extremadamente raro. Hait¨ª no es una f¨¢brica de zombis, indica Davis, pero al ser la zombificaci¨®n un castigo -los haitianos no tienen miedo a los zombis, sino a convertirse en uno de ellos- resulta aceptada como algo cre¨ªble? y posible.
El vud¨² es una religi¨®n denominada sincretista, que mezcla dos fuentes: una tradicional, como el cristianismo, y los ritos m¨¢gicos africanos de los esclavos que fueron llevados a Hait¨ª entre 1730 y 1790. Los que profesaban estos cultos, para contentar a sus amos franceses sol¨ªan ligar un loa (esp¨ªritu) a un santo cat¨®lico. El dios guerrero Ougun, por ejemplo, se corresponde con el ap¨®stol Santiago, y ofrece una de las manifestaciones m¨¢s extremas que puedan verse.
Una semana despu¨¦s del ba?o sagrado de la cascada Saut d'Eau, los peregrinos acuden a un lugar llamado Plaine du Nord, que se halla no muy lejos del punto de la costa alcanzada por Crist¨®bal Col¨®n en las navidades de 1492. Cantan y tocan los tambores, al sentirse pose¨ªdos por Ougun, y se ba?an en una piscina sagrada de unos veinte metros de largo y algo m¨¢s de un metro de profundidad? hecha de barro. Durante tres d¨ªas enteros sacrifican animales en el fango, dejando que la sangre se mezcle con los excrementos de los animales, y arrojan grandes cantidades de alcohol y comida al cieno. El barro fermenta y despide un hedor insoportable, pero es algo sagrado. "Est¨¢ prohibido tocarlo. S¨®lo aquellos que est¨¢n en un trance completo pueden entrar en ¨¦l", explica Fiorio. Se trata de una posesi¨®n sexual extrema, donde los afortunados se zambullen buscando quiz¨¢ una fusi¨®n perfecta con esp¨ªritus agresivos y mal¨¦volos.
El espect¨¢culo resulta chocante para la mentalidad occidental, y, sin embargo, algunos aspectos de los rituales vud¨²es, como beber sangre de gallina, recuerdan ciertos ritos eclesi¨¢sticos que se celebran durante la eucarist¨ªa: el sacerdote tiene el poder de transformar el vino en sangre (de Cristo). As¨ª lo ha explicado Wade Davis en sus conferencias. "Si uno bebe sangre en una Iglesia cat¨®lica, creo que deber¨ªa ser capaz de beber sangre en un rito haitiano". Es s¨®lo un ejemplo de lo que ocurre cuando se escarba en la antropolog¨ªa de las religiones: los elementos en com¨²n afloran y no dejan de sorprender.
?Qu¨¦ es lo que empuja a una persona a creer? Las manifestaciones de los seres humanos cuando quieren comunicarse con sus dioses adquieren una variedad asombrosa e interminable en cada rinc¨®n del planeta. Al sur de Tailandia, los penitentes atraviesan con agujas sus cuerpos en un ritual sangriento y purificador; en el r¨ªo Ganges, en la India, millones de peregrinos se acercan a sus aguas para depositar los cad¨¢veres de sus difuntos en barcos que se pierden en la bruma; en las monta?as sagradas del T¨ªbet, los fieles acuden desde diversas partes de China e India para rodear las cumbres a m¨¢s de 4.000 metros de altura, desafiando el fr¨ªo y la edad; en los volcanes de Sumatra, los fieles suben hasta asomarse al cr¨¢ter para arrojar animales y regalos a los dioses, pese al calor y los gases.
Giorgia Fiorio no es antrop¨®loga ni te¨®loga, pero ha recogido con su c¨¢mara testimonios excepcionales, en diversas partes del mundo, de personas que experimentan un momento revelador, algo que ella describe como "una forma de conciencia m¨¢s profunda que el nivel intelectual". A veces le costaba manejar la c¨¢mara y apretar el disparador, hipnotizada por ese instante en el que el tiempo parece detenerse: la persona recita una frase o hace un gesto que se viene repitiendo desde hace incontables generaciones. Es algo que est¨¢ fuera del alcance de la educaci¨®n tradicional. Surge desde dentro; es primitivo, instintivo si se quiere. En cierto sentido, fotografiar a los hombres en contacto con sus dioses es para ella una manera de viajar atr¨¢s en el tiempo.
El ritual vud¨² de la cascada, por ejemplo, puede contemplarse con otro prisma bien distinto en el culto del shinto (sinto¨ªsmo), una religi¨®n en Jap¨®n que tiene m¨¢s de 2.500 a?os de historia. All¨ª, el agua ca¨ªda en un salto propicia de nuevo el encuentro con los esp¨ªritus, a pesar de que Hait¨ª y Jap¨®n est¨¢n separados por un continente y todo un oc¨¦ano. Shinto deriva de la palabra japonesa shin tao (el camino hacia los dioses), y la culminaci¨®n del ritual tiene lugar debajo de una cascada sagrada llamada Konryu Myojin no Taki, en el santuario de Tsubaki, al sur del pa¨ªs. Los sacerdotes (guji, en japon¨¦s) se encargan de tomar sake y sal de sus copas para luego arrojarlos a la cascada. Aquellos que se colocan bajo las aguas llevan s¨®lo una cinta blanca en el pelo y calzones blancos. "La temperatura del agua es baj¨ªsima, de entre dos y cuatro grados, tanto que no se puede aguantar", describe Fiorio. "Como mucho, la gente se detiene all¨ª unos cuatro o cinco segundos". El agua cae con tanta violencia que resulta mortal para ni?os o ancianos, ya que puede da?ar el cr¨¢neo incluso a trav¨¦s de la sutura que une los huesos (la fontanela). Los m¨¢s iniciados son capaces de aguantar entre 10 y 12 minutos, y sobre ellos se proyecta un ¨¦xtasis en el que luego aseguran que el agua "fluye a trav¨¦s de ellos, entrando por el centro de la cabeza y saliendo por debajo del cuerpo". Apenas murmuran algunas oraciones, el ritual transcurre en un silencio s¨®lo roto por la ca¨ªda del agua.
El deseo de entrar en contacto con los dioses es universal: si contabilizamos todos los creyentes (6.158 millones aproximadamente) de las 14 mayores religiones que existen en el mundo, suponen un 91% de la humanidad actual (estimada en unos 6.700 millones de seres humanos). Esta apabullante mayor¨ªa demuestra que el hombre es fundamentalmente un animal religioso, aunque resulta extremadamente curioso -y fascinante- constatar que la especie humana haya generado la fe y las creencias, por un lado, y desarrollado la ciencia, por el otro. A juzgar por el n¨²mero, quiz¨¢ exista dentro de nosotros una programaci¨®n gen¨¦tica que nos impulsa a creer.
Por el planeta hay esparcidas miles de religiones: cerca de 1.200 millones de personas son cat¨®licas, 300 millones son ortodoxas, 600 millones son protestantes y 13 millones profesan el juda¨ªsmo, mientras que unos 1.300 millones son musulmanes. Las religiones polite¨ªstas agrupan a hind¨²es (900 millones), budistas (700), sinto¨ªstas (110), sijistas (27), religiones chinas (700), religiones ind¨ªgenas y sicretismo (300) y jainistas (8 millones). Lo que comparten todas ellas, de acuerdo con Eli Barnavi, director del departamento de Historia de la Universidad de Tel Aviv y profesor asociado en la ?cole des Hautes ?tudes et Sciences Sociales en Par¨ªs, son las cuestiones fundamentales sobre el sentido de la vida: "?Qu¨¦ hay despu¨¦s de la muerte? ?Cu¨¢l es la relaci¨®n con el Estado? ?Qui¨¦nes son los mediadores entre los hombres y los dioses?".
En la mayor¨ªa de las ocasiones, los ritos y las manifestaciones colocan al homo sapiens en un escenario plagado de esp¨ªritus o de seres sobrenaturales que en el pasado pertenec¨ªan adem¨¢s al reino de lo m¨¢gico. "Todas las religiones tienen una parte de magia", dice Barnavi. Pero ?qu¨¦ es la magia y c¨®mo podemos distinguirla de la religi¨®n? Para este experto, "la magia es la manipulaci¨®n de las fuerzas divinas o diab¨®licas".
El fil¨®sofo e historiador irland¨¦s James George Frazier explica en su obra La rama dorada la fascinante transici¨®n de la magia a la religi¨®n: mientras que, en la primera, los magos eran los elegidos para dominar a las fuerzas sobrenaturales mediante sortilegios y embrujos, en las religiones hemos descubierto -de una manera lenta y dolorosa- que nuestra magia no surte ning¨²n efecto sobre los dioses del agua, de la tierra y de los vientos o de la fertilidad. Hemos perdido esa libertad, y nos vemos obligados a confesar nuestra abyecta postraci¨®n y dependencia respecto a las fuerzas divinas, a las que sometemos nuestra voluntad: tenemos que rebautizarnos como el crisol de los dioses.
Quiz¨¢ esto explique algunas de las manifestaciones religiosas m¨¢s extremas, en las que se desaf¨ªa el dolor hasta l¨ªmites casi imposibles. Puket, al sur de Tailandia, sigue siendo uno de los paisajes m¨¢s paradisiacos del mundo, a pesar de los devastadores efectos del maremoto que asol¨® esta regi¨®n hace tres a?os. Cada a?o, a comienzos del mes de octubre -el mes lunar nueve en el calendario chino- se congregan centenares de personas en templos para someterse a un proceso de purificaci¨®n que los desnuda de cintura para arriba.
Vestidos de blanco, invaden las calles entre el atronador ruido de los fuegos artificiales y los petardos. Llevan a hombros figuras de dioses chinos -la poblaci¨®n que emigr¨® a estas tierras de Tailandia procede fundamentalmente de China-, se ba?an en aceite caliente, y algunos andan sobre brasas. Los puestos callejeros ofrecen frutas y vegetales, la carne es el elemento ausente; las mujeres embarazadas y aquellas que tengan el periodo no pueden desfilar junto con los dem¨¢s. Los masong -versi¨®n occidental de los m¨¦diums, personas que entran en contacto con los dioses- se congregan en los distintos templos para honrar a las divinidades del emperador -Tam Lao, responsable de los vivos, y Pak Tao, que dirige a los muertos, entre otros-, y mortifican sus cuerpos atraves¨¢ndolos con cuchillos y agujas, especialmente en la boca.
Con estos implantes met¨¢licos, los masong aguantan durante horas, en un d¨ªa caluroso y atronador, empujando un poco m¨¢s los l¨ªmites humanos. "Entran en una especie de trance, y cuando esto ocurre no sangran", asegura Fiorio. Si el estado de trance desaparece, la sangre fluye de nuevo. El dolor es percibido como algo subjetivo. Hay un aspecto quiz¨¢ m¨¢s llamativo que el triunfo del cuerpo sobre el dolor: el origen de esta celebraci¨®n es reciente. Se remonta a 1825, cuando una compa?¨ªa de artistas chinos viaj¨® hasta estas tierras para entretener a los mineros chinos que trabajaban en una regi¨®n selv¨¢tica en Puket llamada Takur.
V¨ªctimas de una fiebre pal¨²dica, los artistas cayeron enfermos, y recurrieron entonces a una dieta vegetariana en honor de sus dioses chinos, Kiew Ong Tai Teh y Yok Ong Sone Teh. La curaci¨®n consiguiente gener¨® la idea de ofrecer ceremonias a los dioses en las que se prohib¨ªa expresamente la carne. Y el dolor se convirti¨® en requisito obligatorio para conseguir un billete a ese mundo sobrenatural, ya que a trav¨¦s de ¨¦l los masong alcanzan lo que definen como un "estado de conciencia", un "contacto con lo absoluto", describe Fiorio. Parecen expresiones de un texto de filosof¨ªa, pero lo extraordinario, de acuerdo con esta fot¨®grafa italiana, es que estos fieles son a menudo analfabetos. A pesar de ello, hablan con un convencimiento y una naturalidad desconcertantes.
La mortificaci¨®n que reproduce literalmente la crucifixi¨®n de Cristo se recoge cada viernes de Semana Santa en la localidad filipina de San Pedro Cutud, en Luz¨®n, a pesar de la oposici¨®n de la Iglesia cat¨®lica. ?sta es una tierra convulsionada por los terremotos y que fue el objeto de la furia de una de las erupciones volc¨¢nicas m¨¢s importantes del pasado siglo, la del volc¨¢n Pinatubo, en 1991. Pero, al mismo tiempo, es el escenario de pasiones llevadas al extremo. Centenares de hombres se someten voluntariamente a diversas flagelaciones en patios y calles -los actos no est¨¢n permitidos dentro de los templos cat¨®licos-, y las escenas de hombres semidesnudos con sus espaldas sangrantes se han convertido en un espect¨¢culo para las cadenas de televisi¨®n.
La crucifixi¨®n se lleva a cabo con clavos reales que atraviesan las manos y pies, aunque ¨¦stos est¨¢n dispuestos sobre un soporte de madera para aguantar el peso del cuerpo. Cada a?o, unas quince personas son crucificadas de esta forma. Algunos llevan d¨¦cadas haci¨¦ndolo. El deseo de ser bendecidos, manifiestan, es lo que les conduce a hacerlo; piden la ayuda divina para sus asuntos mundanos, y ofrecen el dolor a cambio.
Las autoridades eclesi¨¢sticas siempre han contemplado este asunto con recelo. Los comentarios de monse?or Pedro Quitorio, portavoz de los obispos cat¨®licos en Filipinas, a la agencia Associated Press resumen la postura de la Iglesia: los flagelantes practican realmente el animismo, la creencia en innumerables esp¨ªritus que est¨¢n involucrados en los asuntos humanos y que son capaces de satisfacer sus deseos o de ocasionar da?os. "Creen que si lo hacen recibir¨¢n la bendici¨®n para el a?o siguiente, y esto no es una idea cristiana".
Las religiones tratan de distanciarse de la magia, pero es en ?frica donde las tradiciones m¨¢gicas dominan los ritmos vitales de las comunidades tribales. La religi¨®n est¨¢ aqu¨ª m¨¢s ligada a la supervivencia f¨ªsica que a la psicol¨®gica. En la tribu Turkana, en Kenia, viven como n¨®madas del pastoreo en una tierra ¨¢rida que ha escupido m¨¢s hom¨ªnidos f¨®siles para la ciencia de la evoluci¨®n humana que ning¨²n otro lugar del mundo. El paisaje es de una belleza lunar, devastadora; un desierto semi¨¢rido donde apenas crecen algunos ¨¢rboles y arbustos como islas en un pedregal en que hay que excavar profundos pozos para encontrar agua, azotado por tormentas de polvo y temperaturas que rozan los 50 grados.
Las aguas del lago -infestadas de cocodrilos- son alcalinas y no aptas para el consumo, por lo que la salud de los turkanas depende de las escasas lluvias. Cuatro meses despu¨¦s de la estaci¨®n lluviosa, la mayor parte de las mujeres turkanas concibe con ¨¦xito, ya que es la ¨¦poca en la que est¨¢n mejor nutridas. La tribu cree en un dios supremo, Ajuk, y aquellos que interceden ante ¨¦l son considerados como divinos. Y aunque los animales son sacrificados como alimento, los rituales est¨¢n envueltos en fiestas y c¨¢nticos, y los intestinos de las bestias se consideran casi "textos sagrados", donde los or¨¢culos los leen e interpretan.
A pesar de creer en un ¨²nico dios, la tradici¨®n animista presente en estos n¨®madas contrasta enormemente con la religi¨®n cristiana presente en Etiop¨ªa, que tiene su frontera con el norte de Kenia y que abraza el extremo m¨¢s septentrional del mismo lago Turkana. El cristianismo copto -derivado de las ense?anzas del ap¨®stol san Marcos en Egipto en la ¨¦poca del cruel emperador Ner¨®n- se ha asentado aqu¨ª desde el siglo XII, convirtiendo el pa¨ªs en un centro de peregrinaci¨®n. En Lalibela hay una tradici¨®n, a medio camino entre la historia y la leyenda, que mantiene que el Arca de la Alianza fue trasladada desde Jerusal¨¦n a esta comunidad en la que se construyeron 11 iglesias.
Estas extraordinarias bas¨ªlicas est¨¢n bajo tierra, excavadas en roca y comunicadas por t¨²neles subterr¨¢neos a ambos lados del Jord¨¢n, un r¨ªo et¨ªope que toma su nombre del r¨ªo sagrado en Israel. Los rituales cristianos coptos, largos y meditados, se celebran en el fondo de un abismo "de hasta 34 metros de altura", asegura Fiorio. La ceremonia que tiene lugar en Timkat, a unos 640 kil¨®metros de Addis Abeba, la capital, es quiz¨¢ la m¨¢s notable. Miles de fieles se asoman a este barranco, esperando su turno para bajar hasta la bas¨ªlica excavada en el fondo, mientras contemplan los rituales, en los que los sacerdotes recitan la liturgia en un tipo de lenguaje sem¨ªtico muy antiguo llamado ge'ez. Los bautismos colectivos se hacen con el agua tomada del Jord¨¢n, y a menudo los fieles entran en una especie de ¨¦xtasis.
La tradici¨®n animista, desde luego, no est¨¢ presente s¨®lo en ?frica, sino que se reparte por los cinco continentes, y alcanza para¨ªsos que s¨®lo en los ¨²ltimos siglos estuvieron al alcance de los exploradores occidentales. La isla de Pentecost¨¦s en Vanuatu, al sur del Pac¨ªfico, es un crisol de religiones. Descubierta en 1766 por el explorador franc¨¦s Louis Antoine de Bougainville y bautizada as¨ª un d¨ªa despu¨¦s de la festividad de Pentecost¨¦s -por la que el Esp¨ªritu Santo desciende sobre los ap¨®stoles 50 d¨ªas despu¨¦s de la resurrecci¨®n de Cristo-, los cat¨®licos pueblan el centro de la isla, mientras que en el norte la poblaci¨®n es anglicana.
Desde hace algunos a?os, las autoridades han cerrado las c¨¢maras a un ritual para preservar su pureza de la excesiva comercializaci¨®n: el Nangol. Los nativos se lanzan al aire, con una liana enrollada a los pies, desde torres de madera de 30 metros de altura. Tocan con sus cabellos la tierra en un acto de fertilizaci¨®n para que los esp¨ªritus bendigan la cosecha del siguiente a?o. Se les llama "buceadores de la tierra", debido a su prodigiosa habilidad para manejar las lianas y hacerlas extensibles, de forma que nunca llegan a golpearse contra el suelo (aunque antes de la ceremonia, sus fieles ablandan el lugar de aterrizaje retirando cualquier roca).
La leyenda se remonta siglos atr¨¢s, cuando la mujer de un nativo llamado Tamale tuvo que subirse a la copa de un ¨¢rbol para escapar de sus golpes. Tamale la persigui¨®, trepando por las ramas, cuando ella se arroj¨® al vac¨ªo. El marido, desesperado al creerla muerta, se suicid¨®, sin advertir que su mujer hab¨ªa atado sus pies a una liana para salvar la vida. En los a?os cincuenta, el naturalista brit¨¢nico David Attenborough film¨® para la BBC estos incre¨ªbles ritos. Los hombres realizan tres saltos en su vida, s¨®lo despu¨¦s de haber sido circuncidados.
El lugar donde la peregrinaci¨®n, la religi¨®n y los l¨ªmites de la fisiolog¨ªa humana se entremezclan como quiz¨¢ en ning¨²n otro lugar de la Tierra es una monta?a que se ubica detr¨¢s de la cordillera del Himalaya, en el T¨ªbet. Su nombre, Kailas, evoca terremotos ling¨¹¨ªsticos en cuatro religiones diferentes: el hinduismo, el budismo, el jainismo y la fe tibetana de B?n (una serie de pr¨¢cticas ancestrales animistas anteriores al propio budismo que constituyen la religi¨®n tibetana m¨¢s antigua). La forma redondeada de su cima, cubierta por nieves eternas -est¨¢ a m¨¢s de 6.600 metros-, bien podr¨ªa asemejarse a una gigantesca c¨²pula de San Pedro que domina un paisaje salvaje; otros ven en esa figura la cabeza de una vaca gigante, animal sagrado de la India. Los tibetanos lo llaman Kang-Rimpoch¨¦ (Joya de las Nieves), y para los hind¨²es es la escalera que conduce a Shiva, destructor y generador del mundo.
Es un lugar tan sagrado que la mera idea de escalarlo constituye un sacrilegio. "Proponer a un tibetano subir al Kailas es como pedirle a un cristiano que orine en el c¨¢liz de las hostias sagradas", manifiesta Javier Jayme, escritor y explorador de la Fundaci¨®n Regiones Polares, que conoce a fondo este lugar. Por eso, aquellos que quieren rendir tributo a la monta?a no la escalan, sino que la rodean. Recorrer el per¨ªmetro de la monta?a -el Parikrama- es recorrer el c¨ªrculo perfecto de la vida y la muerte, dos caras de una misma existencia.
Esa peregrinaci¨®n supone caminar por un paisaje de belleza infernal: el cielo es de un pesado azul cobalto que casi cae a plomo sobre los hombros. Rodear la monta?a supone 51 kil¨®metros de dur¨ªsima marcha, ya que hay que salvar dos collados situados a m¨¢s de 4.000 metros de altura. Alguien ya entrenado necesita tres o cuatro d¨ªas para completar el recorrido, pero los peregrinos que parten hacia el Kailas tienen que arrastrarse por el suelo. "Dan un paso de pie, luego se arrodillan", explica Giorgia Fiorio, "y despu¨¦s alargan el cuerpo y hacen en el suelo un dibujo con las manos". Colocan las rodillas sobre las huellas dejadas, caminando a cuatro patas, y repiten el proceso. Los budistas y los hind¨²es deben circunvalar el monte sagrado en el sentido de las manecillas del reloj, mientras que los tibetanos y jainistas lo hacen en el sentido opuesto.
Las condiciones de esta peregrinaci¨®n no pueden calificarse sino de brutales. "Es como atravesar un desierto helado, batido por vientos ululantes, y someterte a la acci¨®n de un sol despiadado", describe Jayme. Uno de los pasos est¨¢ situado a 5.600 metros de altura, por lo que la transici¨®n desde los 4.000 metros representa una tortura f¨ªsica que empuja al cuerpo humano hasta el l¨ªmite. "A mediod¨ªa, cuando est¨¢s a 4.000 metros, la temperatura puede ser de unos veinte grados", indica este explorador. "Pero a 5.600 metros est¨¢s a entre ocho y diez grados bajo cero". En esas condiciones, dar un solo paso equivale al esfuerzo de un centenar.
Los peregrinos acuden al per¨ªmetro del monte sagrado, cuyas laderas est¨¢ prohibido pisar. Algunos han atravesado toda la India y llegan completamente agotados, exhaustos y en ocasiones aquejados de serios problemas respiratorios o incluso cerebrales. Otros proceden de Nepal. Los m¨¢s viejos pueden tener incluso 70 a?os, y a pesar de su estado f¨ªsico quieren ascender para rodear la monta?a. Muchos llevan ropas ligeras, no est¨¢n preparados para el fr¨ªo y el mal de las alturas, y los gu¨ªas se niegan a conducirles. "He visto a la gente llorar porque los gu¨ªas no les dejaban subir", dice Fiorio. El instinto imparable que crece dentro de estos creyentes muchas veces se cobra sus vidas.
El monte Kailas se encuentra en la parte m¨¢s septentrional del Himalaya, en pleno T¨ªbet. Al sur del Kailas se ubica un lago, el Mapam (Manasarowar, en tibetano), a 4.570 metros de altitud, que constituye la reserva de agua dulce m¨¢s grande conocida a esa altura. Es un lago sagrado, como casi todos los accidentes geogr¨¢ficos del lugar, aunque no est¨¢ muy alejado (a unos 200 kil¨®metros al oeste) del glaciar Gangothi. Los expertos creen que las aguas de este glaciar son las que alimentan al Ganges, el gran r¨ªo sagrado de la India.
Sus comienzos son humildes -un riachuelo de agua helada que se ensancha entre un pedregal-, aunque el paisaje est¨¢ dominado por ese pesado firmamento azulado casi met¨¢lico t¨ªpico del T¨ªbet en el que destacan las dobles cumbres del monte Baghirathi. Los peregrinos tambi¨¦n acuden aqu¨ª, por supuesto, pero el Ganges, alimentado desde el Himalaya, va creciendo gracias a la aportaci¨®n de otros afluentes, los monzones y las inundaciones peri¨®dicas, mientras se desliza recorriendo m¨¢s de 2.500 kil¨®metros a trav¨¦s de la India hasta ensancharse en el delta que ba?a Bangladesh, en el golfo de Bengala.
El Ganges ha atra¨ªdo a los seres humanos en sus peregrinaciones con una fuerza que quiz¨¢ consista en una mezcla de fe y de miedo, seg¨²n las impresiones del escritor Mark Twain cuando acudi¨® en 1895, como desconcertado testigo, a una celebraci¨®n del Maha Kumbh Mela, acto que se realiza cada 12 a?os en diversos lugares de culto de la India, con las aguas del Ganges como escenario y la muerte en el tel¨®n de fondo. "En el principio eran las aguas, incluso antes de que los dioses existieran", explica Javier Jayme.
En Katmand¨², dentro de Nepal y cerca de la frontera con India, asegura este explorador, se mantiene la pureza de este tipo de celebraciones: los peregrinos depositan los cad¨¢veres de los difuntos a orillas del r¨ªo, y si pertenecen a una casta superior, se les que??ma primero la lengua. "El olor a estofado humano pone los pelos de punta", asegura. "Es el olor de la muerte"; si bien existe una aceptaci¨®n total de la inevitabilidad del momento final, un deseo de ayudar al moribundo a pasar al otro lado sin derramar una l¨¢grima. Ya dentro del gigante indio, en Allahadad -a poco m¨¢s de 200 kil¨®metros de la frontera con Nepal-, la congregaci¨®n de fieles alcanza cifras astron¨®micas, solamente comparables a los millones de peregrinos en su viaje anual a La Meca.
Han acudido aqu¨ª desde diversos lugares y usando cualquier medio a su alcance: a pie, en bicicleta, a lomos de caballos o burros; en autobuses, trenes, autom¨®viles e incluso barcazas cargadas de gente que se pierden en la bruma. Son tan numerosos los que aqu¨ª llegan que Fiorio los describe como "olas humanas" entre las cuales es f¨¢cil disgregarse, por lo que los grupos han de ir atados entre s¨ª para conservar su unidad. Vienen a rezar de cara al sol, antes de que amanezca, seg¨²n la tradici¨®n hind¨², juntando las ma??nos y doblando el cuerpo hacia adelante, y a realizar las abluciones, los ba?os sagrados, en aguas que en enero resultan muy fr¨ªas. Y acuden para incinerar a sus difuntos.
Aunque quiz¨¢ la incineraci¨®n se materializa de forma m¨¢s masiva en Benar¨¦s, en el Estado de Uttar Pradesh, que algunos consideran la ciudad del encuentro con la muerte. Las piras sagradas funcionan aqu¨ª durante 24 horas, en una cadena de cremaci¨®n de cuerpos humanos que no cesa. La incineraci¨®n tambi¨¦n constituye un lujo inalcanzable para las castas m¨¢s pobres, que no pueden comprar la madera necesaria -un cuerpo humano precisa al menos de tres horas de quema, explica Fiorio-, por lo que arrojan los cad¨¢veres de sus difuntos a las aguas sagradas. Es un acto puramente instintivo y asumido por los fieles como algo natural, dice esta fot¨®grafa, que confiesa que llor¨® la primera vez que asisti¨® a estas cremaciones.
Los hind¨²es creen en un principio inviolable y trascendente, un esp¨ªritu c¨®smico o Brahman, y para ellos las cremaciones son una forma de escapar de ese ciclo continuo de vida y muerte, el samsara. Los budistas, cuya religi¨®n se entronca, en origen, en aquellos decepcionados por el hinduismo, consideran igualmente que a trav¨¦s del culto uno debe romper este ciclo: es la destrucci¨®n del fuego que alimenta la ilusi¨®n, las pasiones y las dependencias humanas; si la vida es algo que se est¨¢ quemando, el nirvana -el mensaje de Buda, el fundador que probablemente vivi¨® entre los a?os 563 y 483 antes de Cristo- es el estado ideal que se alcanza cuando uno consigue apagar este incendio.
Desde el siglo VI antes de Cristo, el budismo se ramific¨® desde la India hasta Asia central y el sureste asi¨¢tico, China, Corea y Jap¨®n. La cima del monte Kyaikto, en Myanmar (Birmania), es uno de los lugares santos de peregrinaci¨®n de los budistas theravadas, una clase de budismo m¨¢s puro o cl¨¢sico, si se quiere, basado fundamentalmente en las ense?anzas de Buda, cuyos restos se veneran como los de un santo. En el borde de esta monta?a yace una enorme roca que parece ba?ada en oro, con una stupa -estructura funeraria- en su parte superior. Su equilibrio, explican los fieles, es milagroso debido a que contiene en su interior un cabello del propio Buda. La leyenda dice que el rey Tissa, en el siglo XI, recibi¨® este cabello de un ermita?o, por lo que le fueron conferidos poderes sobrenaturales que le permitieron encontrar una roca sumergida en el mar y trasladarla a la cima. "A la roca s¨®lo se acercan los hombres, a los que les est¨¢ permitido tocarla", dice Fiorio. "Las mujeres s¨®lo pueden mirar".
El mundo del siglo XXI est¨¢ conociendo un retorno de las religiones que Eli Barnavi califica como "fervor religioso". "Parte de la raz¨®n es la globalizaci¨®n", asegura este experto; decenas de millones de personas han tenido que abandonar sus pa¨ªses de nacimiento para asentarse en otros lugares, traspasando fronteras que en la antig¨¹edad eran casi infranqueables. "La gente se siente insegura en este mundo global".
En Espa?a hay 32 millones de cat¨®licos y m¨¢s de 23.000 parroquias, pero nuestro pa¨ªs acoge a un mill¨®n de fieles musulmanes que expresan sus creencias en 400 mezquitas, 600.000 cristianos ortodoxos, 300.000 budistas y 50.000 que profesan el juda¨ªsmo, entre otros. Es ya un mapa multicolor. En parte, este retorno a las religiones se debe a un "colapso de las ideolog¨ªas seculares", por lo que la religi¨®n "rellena estos huecos".
El fen¨®meno es interesante: en conjunto, Europa no se hace m¨¢s religiosa, pero en el resto del mundo asistimos a una explosi¨®n de los rituales y las creencias; entre las religiones claramente en expansi¨®n est¨¢n el islam y el cristianismo evangelista (que en Espa?a cuenta ya con 1,2 millones de creyentes en 2.000 lugares de culto).
Curiosamente, dentro de Europa lo que sucede es que las comunidades que s¨ª son religiosas est¨¢n consolid¨¢ndose. Los europeos viven en una sociedad que dista mucho de aquellas de los tiempos medievales. "Hasta el siglo XVIII era pr¨¢cticamente imposible separar los aspectos religiosos de la vida social en Europa", indica Barnavi. "Luego comenz¨® el proceso de la secularizaci¨®n de la mente [el abandono de los valores religiosos]".
Los extremismos religiosos est¨¢n aflorando con fuerza, desatando incendios dif¨ªciles de sofocar en este mapa global. El terrorismo islamista es un claro ejemplo del uso de la religi¨®n como ideolog¨ªa, de forma masiva, y utilizando los medios modernos de comunicaci¨®n. Esta utilizaci¨®n masiva de la religi¨®n, en opini¨®n de Barnavi, es nueva, especialmente en el caso de la red terrorista Al Qaeda: "Ellos dicen que forman parte de la religi¨®n tradicional, pero no es cierto. Est¨¢n usando la religi¨®n a trav¨¦s de los medios globales de comunicaci¨®n. Es un nuevo fen¨®meno de la globalizaci¨®n, muy poderoso, y por eso es tan dif¨ªcil hacerle frente".
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