Y volv¨ªan cantando
Los que r¨ªen los ¨²ltimos es una obra sobre la b¨²squeda de la trascendencia, es "pura y reluciente esperanza". El montaje del texto de Eusebio Calonge es "lo m¨¢s claro, redondo y rotundo" de La Zaranda
Har¨¢ un par de semanas, a prop¨®sito de Peter Brook, habl¨¢bamos de espiritualidad, esa palabra que despierta tantas sonrisitas. Para Brook, la espiritualidad es el eje del teatro, lo que ha de "permitirnos atisbar los valores que hemos olvidado". Brook tendr¨ªa que conocer a los de La Zaranda. Se convertir¨ªa, instant¨¢neamente, en su abuelo adoptivo y les pagar¨ªa tres rondas. Habr¨ªa que montar ese encuentro ya. De entrada, los de La Zaranda son negros, como a ¨¦l le gustan. Es decir, espa?oles pur¨ªsimos, carbones ardientes, rientes, que juegan y se la juegan como negros. Escuche, mister Brook; escuche las santas palabras de Eusebio Calonge, "el Alejandro Sawa de La Zaranda", como bien le llama Rosana Torres: "Yo creo que lo que le falta al artista de estos tiempos es preguntarse por el verdadero sentido de la vida. El teatro es una herramienta que tiene Dios para comunicarse con el hombre. Y digo Dios sin ning¨²n complejo". ?Complejos, los de La Zaranda? Ni medio. Tienen complejidad, que no es lo mismo. A espuertas. Y espiritualidad, a c¨¢ntaros. Los que r¨ªen los ¨²ltimos, lo m¨¢s claro, redondo y rotundo que han hecho, es una obra sobre la b¨²squeda de la trascendencia, de lo sagrado. Y su gasolina (o su manzanilla) no es otra que la fe. "La fe es la creaci¨®n. La fe es siempre alegre", dice Calonge, m¨¢s spinozista que Spinoza. Lo dice, lo escribe, lo siente, y sus cofrades lo act¨²an con todo el cuerpo, como negros. De Andaluc¨ªa la Baja, la m¨¢s africana. Por eso llegan y convencen, siempre. ?No se ha dicho que la fe mueve monta?as, y permite avanzar cuando est¨¢s rodeado de basura, y salir volando? La fe y la risa "de los que a¨²n sienten la nostalgia del para¨ªso frente a la carcajada desdentada del tiempo". En su anterior espect¨¢culo, Homenaje a los malditos, todos estaban muertos en la espeluznante escena final, colgados en el ropavejero, mascando naftalina, archivados para siempre. Ahora, la resurrecci¨®n. ?Hosanna! "?Ladies and gentleman, welcome to the Fantastic World of the Zarandini Brothers!", clama, sobre un redoble de tambor, la voz adventicia. Los que r¨ªen los ¨²ltimos es pura y reluciente esperanza, porque "entre d¨ªa y d¨ªa est¨¢n los sue?os". Tres payasos de mala muerte y mucha vida: una entrada de clowns que dura hora y veinte. San Juan de la Cruz les presta el lema para su escudo de armas: "?Qu¨¦ bien s¨¦ yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche!". Aqu¨ª, de nuevo en el Espa?ol, su sede madrile?a, vuelven a estar en la carretera. On the road again. Aqu¨ª el triciclo no se para, no hay vueltas en c¨ªrculo. Hay, por supuesto, mucho dolor atr¨¢s y a los lados. La carretera es la Strada, y el camino desolado de El viaje a ninguna parte, y aquella autopista de El le?ador y la muerte, de Berlanga, donde el organillero sin manubrio buscaba en vano un ¨¢rbol para ahorcarse. No, ellos no. "Ya hemos reventao", dice Paco S¨¢nchez, la respuesta jerezana a Danny De Vito, "lo que pasa es que seguimos vivos". ?Est¨¢n perdidos? "Si no te pierdes", dice Gaspar Campuzano, el niet¨ªsimo de Don Pepe Isbert, "no puedes encontrar nada". El cr¨ªstico Campuzano parece muerto en una ba?era de zinc, "gravemente muerto", pero le reviven el pasodoble y el confeti. Polvo y charanga de circo, de circo terminal pero coleante. ?La invicta tradici¨®n! ?Las esencias! Hablando de muertos, me cont¨® Rosana que no quer¨ªan pisar el escenario del Espa?ol. Por miedo y por respeto. "?Ah¨ª estuvo ayer el cuerpo de Fern¨¢n-G¨®mez!", susurr¨® a voces Paco S¨¢nchez. Vaya si hablaba en serio. Los de La Zaranda creen en los Grandes Muertos Vivos. De eso tambi¨¦n va su obra. Un Gran Difunto gu¨ªa los pasos de los Zarandini, "cinco generaciones de Grandes Artistas Difuntos". Puede ser el Pelirrojo, puede ser Valle, puede ser Pr¨®spero. ?A qui¨¦n no le hace falta un abuelo? "Deb¨ªamos de haberle disecao", dice el Payaso Paco. "Hemos tocao fondo. El d¨ªa menos pensao, me voy", dice Enrique Bustos, el Payaso Rizao, aqu¨ª en funciones de m¨¢nager. Pero tampoco se va. "Empuja, empuja...". Y as¨ª arranca el triciclo, con la ba?era a guisa de sidecar. "?Ad¨®nde vamos?", pregunta el Rizao. "A donde haya que ir. A hacer lo que se tenga que hacer", contesta Don Pepe redivivo. Aunque ya nadie se acuerde de ellos, aunque sus presuntos colegas s¨®lo sepan hacer "ruido con la boca". Ellos siguen tocando su eterna canci¨®n, "la mismita de siempre", mitad r¨¦quiem mitad charanga para acorde¨®n, trompa oxidada y ukelele. "Cuando se cambian las cosas, nunca gustan. Y si no cambias, dicen que te repites". De golpe, fin de viaje. Aparentemente. Est¨¢n en un inmenso vertedero. "En cerros se acumula la basura, tan altos que no dejan pasar la luz". Nudo gordiano, hendido por una decisi¨®n capital: "Trabajar para las ratas o trabajar para nuestro padre". ?Sagrado conjuro! La tronante voz del Padre Pr¨®spero desata la tormenta, y convierte la ba?era en balsa que se alza prendida a un globo infantil, y sobrevuela la mierda y el estr¨¦pito de los ruidos con la boca. No es, ni mucho menos, el globito rojo de Lamorisse. Viene, que ni pintado, de San Salvador, de las Am¨¦ricas: se lo prest¨® a Calonge aquel vendedor de globos que estuvo agonizando tres d¨ªas en un parque, sin que nadie le prestara atenci¨®n. Vuelan, vuelan... "Desde aqu¨ª", dice el Payaso Paco, "el mundo parece un palmo de terreno". Es el loco Edgar hablando al ciego Gloucester. Aterrizan. Lejos, en el pa¨ªs del Padre. La gran carpa. Ha llegado el momento supremo, el M¨¢s Dif¨ªcil Todav¨ªa: un salto de veinte metros para caer de cabeza en un cubo rid¨ªculo. O sea, hacer re¨ªr a la muerte. Retumba el pasodoble africano, parte de cuyo viento (Banda del Empastre + Orchestra Baobab) les ha llevado a ese llano. El Payaso Hijo trepa por la escala en busca del Padre. ?se es su mandato: no hace falta saltar, basta con atreverse a subir. Y all¨ª queda, glorioso en lo alto, con los brazos en cruz, la barba enloquecida y brotada de florecitas del camino que nunca se acaba: el carro de La Zaranda sigue, ya, por Castilla, por Asturias, y luego por media Suram¨¦rica. ?Y Catalu?a? ?No hay carpa en Catalu?a para los zaranderos?
?Complejos, los de La Zaranda? Ni medio. Tienen complejidad, que no es lo mismo. A espuertas. Y espiritualidad, a c¨¢ntaros
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