Dicho en la calle
El parlez-vous fran?ais? que (supuestamente) le espet¨® el otro d¨ªa Carod a la camarera inmigrante que le serv¨ªa, hel¨® de alipori a un tal Pere Sabala y a Laia Boada, que han difundido la escena, muy comentada ahora en la prensa y sobre todo en la Red. Lo interesante aqu¨ª no es el exabrupto, sino lo que pas¨® en la conciencia de Pere, Laia y la an¨®nima camarera: ese "momento de la sensaci¨®n verdadera" en que entendieron de qu¨¦ va esto, de una vez y para siempre.
Palabras de la calle, frases impromptu, improvisadas sobre la marcha, que revelan la miseria moral o las gloriosas honduras de un alma, una mentalidad o algo m¨¢s. Cuando uno las caza al vuelo ve lo que no se ve¨ªa. Sobre todo si las caza en persona. 1) Yo no o¨ª, pero oigo el alucinante di¨¢logo que Manuel Recalde sostuvo hace siete a?os con su esposa cuando se bajaban del coche, frente a su casa en San Sebasti¨¢n. Son¨® un estampido, ella pregunt¨®:
-?Qu¨¦ ha sido eso?
-Un tiro.
-?A qui¨¦n le han dado?
-A m¨ª.
2) Del mismo talante que el parlez-vous fran?ais? era la conversaci¨®n que o¨ª tiempo atr¨¢s, una agradable noche de verano, en la terraza del Ponsa, donde dos se?ores de avanzada edad cenaban muy gustosamente en la mesa de al lado hablando del Bar?a. La camarera no les entend¨ªa y tuvieron que pedir las clo?sses en castellano. Cuando la chica se dio la vuelta, uno de los burgueses, frunciendo los labios hastiados, coment¨®:
-Molt Ponsa, molt Ponsa, per¨° aix¨®, de catal¨¤, res. De catal¨¤, res!
El otro sigui¨® zampando y hablando de Ronaldinho...
3) Gente as¨ª ser¨ªa capaz de hundir en abismos de misantrop¨ªa incluso a la madre Teresa de Calcuta. Efecto similar al que produjo entre los espectadores de la tele una se?ora, que evidentemente hab¨ªa sufrido mucho pero que ahora, reci¨¦n divorciada de Pajares o de Esteso, exclam¨®, aliviada y triunfal:
-?Por fin puedo ser yo misma! ?Por fin puedo ser... Chonchi Alonso!
4) Este oto?o, en un paso de peatones del paseo de San Juan, esquina Al¨ª Bei, se pararon a mi lado dos chicos, cada uno con su casco de moto en la mano. Los dos eran bajitos, los dos guapos, ¨¦l con una belleza convencional y ella m¨¢s atractiva y misteriosa. Y ¨¦l dec¨ªa:
-Escucha, Mari, por favor. Pero escucha...
Su tono inquieto y un poco quejumbroso revelaba que, aunque ¨¦l no lo supiera, a su romance le quedaba ya muy poca vida. "Escucha, Mari" era un responso. Aunque quiz¨¢ tuviese parte en esa impresi¨®n la hora crepuscular y la turbiedad del cielo, cielo que en aquella esquina es tan grande.
5) Emili Pardi?as, que fue del MIL, me se?al¨® hace unos meses la cafeter¨ªa de Gran de Gr¨¤cia donde en 1974 le pregunt¨® a Puig Antich: "Salvador, ?t¨² crees que un d¨ªa llegaremos a ver la revoluci¨®n?". A lo que el otro respondi¨®:
-Si este a?o no tocamos la revoluci¨®n, me aventuro con los caballos salvajes.
Se ve que durante una estancia en Suiza, hab¨ªa visto unas estupendas reservas forestales, con caballos salvajes, que le hab¨ªan gustado mucho. Pardi?as titul¨® sus memorias (editorial Denes) con esa frase tan literaria de su colega; aunque, seg¨²n me confes¨®, lo de "me aventuro" es de cosecha propia, pues Puig s¨®lo dijo: "Si este a?o..., me voy con los caballos salvajes".
6) El otro d¨ªa al salir de casa tempranito pasaba por la acera una mujer de media edad, seguramente una criada o una canguro, con un ni?o muy orondo, bien abrigado y abotonado hasta el cuello, camino de la escuela. Y ella le explicaba:
-Yo te lav¨¦ los pu?os del abrigo para quitar un poco de marca.
"Yo te lav¨¦ los pu?os del abrigo"... As¨ª solicitaba al ni?o amor y reconocimiento. Con este humilde soborno de detergente. Su extra?a sintaxis de eco galaico le dio a la frase una dulzura irresistible.
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