El lujo de las citas
1
"?Yo? Persigo una imagen, solamente" (G¨¦rard de Nerval).
2 El lujo de las citas, de las l¨ªneas ajenas que incluimos en nuestros propios textos, el atractivo de una declaraci¨®n tan enigm¨¢tica como la de Nerval. Algunos de mis paisanos odian las citas: ven mal cierta erudici¨®n y dan la consigna est¨²pida de que "al escribir no hay que deberle nada a nadie". Amante de las citas, voy caminando por Par¨ªs bajo la lluvia, por el cementerio laico de P¨¨re-Lachaise, dej¨¢ndome llevar por el inconsciente fluir de los d¨ªas de siempre. Voy hacia la tumba de Nerval, aqu¨ª enterrado. Y avanzo enmascarado. Aspiro a que alguien descubra que he perseguido siempre mi originalidad en la asimilaci¨®n de otras m¨¢scaras, de otras voces. Voy caminando por P¨¨re-Lachaise mientras recuerdo las palabras de Juan Perucho que C¨¦sar Antonio Molina recoge en un emotivo cap¨ªtulo de Esperando a los a?os que no vuelven, libro de viajes y de recuperaci¨®n de la memoria art¨ªstica en el que no faltan las citas, porque el autor levanta actas culturales de todo cuanto le sale al paso y convierte en tan intenso como perfectamente veros¨ªmil el regreso a lugares donde nunca estuvimos.
"No regresar¨¦ jam¨¢s a Albi?ana", dice Perucho hacia el final de la visita de su amigo Molina a su piso de la avenida de la Rep¨²blica Argentina de Barcelona. Como se sabe, Perucho no volvi¨® a Albi?ana despu¨¦s de su pol¨¦mica con las autoridades del pueblo, que no le concedieron el deseo de poder yacer en tierra dentro del cementerio y no en un horrible nicho. Perucho comenta, en la hora de su despedida, lo mal que el pa¨ªs ha tratado siempre los huesos ilustres: "En el P¨¨re-Lachaise de Par¨ªs, donde hay enterrados jud¨ªos, musulmanes y cristianos an¨®nimos junto a nombres como los de Rossini, Chopin, Balzac, Proust, Apollinaire o Wilde, estuvo Leandro Fern¨¢ndez de Morat¨ªn, uno de nuestros afrancesados y librepensadores. Estaba tan tranquilo hasta que luego se lo llevaron a la colegiata de San Isidro, despu¨¦s al cementerio del mismo santo madrile?o donde, de acuerdo con su categor¨ªa de huesos de espa?ol ilustre en el ejercicio de las letras, se perdieron definitivamente (...) S¨ª, no volver¨¦ m¨¢s a Albi?ana".
3 Comenta Susan Sontag en el pr¨®logo de la singular y hoy algo extraviada novela Vud¨² urbano, de Edgardo Cozarinsky: "Su derroche de citas en forma de ep¨ªgrafes me hace pensar en aquellos filmes de Godard que estaban sembrados de frases ajenas. En el sentido en que Godard, director cin¨¦filo, hac¨ªa sus filmes a partir de y sobre su enamoramiento con el cine, Cozarinsky ha hecho un libro a partir de y sobre su enamoramiento con ciertos libros".
Me form¨¦ en la era de Godard. Lo que hab¨ªa visto en Godard y otros cineastas innovadores de los a?os sesenta lo asimil¨¦ con tanta naturalidad que despu¨¦s, cuando alguien reprochaba, por ejemplo, la incorporaci¨®n de citas a mis novelas, me quedaba asustado de la ignorancia de quien censuraba aquello que para m¨ª era lo m¨¢s normal del mundo. Adem¨¢s, no pod¨ªa olvidarme de ejemplos extremos como El libro de los amigos, de Hugo von Hofmannsthal, colecci¨®n de aforismos que, junto a textos del autor, incorporaba "voces amigas": un centenar de m¨¢ximas ajenas que se integraban en la visi¨®n del mundo del propio Hofmannsthal.
Fernando Savater dice que las personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar. Por eso, algunos de los escritores m¨¢s aut¨¦nticamente originales del siglo pasado, como Walter Benjamin o Norman O. Brown, se propusieron (y el segundo llev¨® a cabo su proyecto en Love's Body) libros que no estuvieran compuestos m¨¢s que de citas, es decir, que fuesen realmente originales...
Plenamente de acuerdo con Savater cuando dice que los mani¨¢ticos anticitas est¨¢n abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir, las dos peores variantes del t¨®pico. Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los t¨®picos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma cuando nos empe?amos en esa vulgaridad suprema de "no deberle nada a nadie". Y es que, en el fondo, quien no cita no hace m¨¢s que repetir, pero sin saberlo ni elegirlo. "Los que citamos", dice Savater, "asumimos en cambio sin ambages nuestro destino de pr¨ªncipes que todo lo hemos aprendido en los libros (y ah¨ª va otra cita disimulada, ja, ja, larvatus prodeo...)".
4
"Cita: repetici¨®n equivocada de lo que ha dicho otro" (Marilyn Monroe).
5 Un cementerio como ¨¦ste tambi¨¦n es todo un lujo de citas. Me detengo en la tumba de Balzac, enfrente mismo de la de G¨¦rard de Nerval, en la divisi¨®n 49 de P¨¨re-Lachaise, al norte de Par¨ªs. Escribimos siempre despu¨¦s de otros, y quiz¨¢ por eso tantas veces persegu¨ª -con citas literarias distorsionadas o inventadas que ayudaban a crear sentidos diferentes- una imagen m¨ªa hecha con rasgos ajenos, y quiz¨¢ por eso tantas veces fragment¨¦ el antiguo texto de la cultura, y disemin¨¦ sus rasgos haci¨¦ndolos irreconocibles, del mismo modo que se maquilla una mercader¨ªa robada. As¨ª fui abri¨¦ndome camino, as¨ª fui avanzando. Para andar por ah¨ª nada tranquiliza tanto como una m¨¢scara. Me sent¨ªa un depravado cuando me alegraba en secreto de disfrazarme tanto, de construir mi estilo con andaduras ajenas. Larvatus prodeo, que dec¨ªa Descartes. ?Yo? Persigo una imagen, solamente. Esta imagen con m¨¢scara en un cementerio. Esta imagen de amante de las citas con la que avanzo ahora, bajo la lluvia, hacia la tumba que tengo enfrente. Voy despacio, sigiloso, con la mirada iracunda y simulando una cojera, con un bast¨®n y una m¨¢scara de Arlequ¨ªn, perfectamente oculto. Voy a saludar a Nerval. Larvado, como siempre.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.