Iquique, a un siglo del drama
La matanza por el Ej¨¦rcito de Chile de centenares de obreros del salitre ha cumplido cien a?os. Aquella brutal represi¨®n anticip¨® conceptos como "ataque preventivo", "obediencia debida" o "enemigo interior"
Hace escasas fechas se han cumplido los cien a?os de una de las masacres m¨¢s atroces jam¨¢s cometidas contra poblaci¨®n civil en tiempo de paz: la matanza por el Ej¨¦rcito de Chile de centenares de obreros, perpetrada en el edificio de la Escuela de Santa Mar¨ªa, de la poblaci¨®n chilena de Iquique, con ocasi¨®n de una huelga pac¨ªfica cuya absoluta justificaci¨®n y dramatismo convirti¨® a aquel hecho en un s¨ªmbolo de la lucha por los m¨¢s elementales derechos del trabajador.
La situaci¨®n de los obreros del salitre, con su explotaci¨®n en medio de uno de los desiertos m¨¢s duros y desolados del planeta, en el inh¨®spito escenario geogr¨¢fico del Gran Norte chileno, era de una dureza inhumana. Soportando el sol abrasador del d¨ªa, compatible con el fr¨ªo helador de las noches, en jornadas de 12 o 14 horas, sin descanso semanal, bajo un r¨¦gimen de pr¨¢ctica esclavitud, sometidos a duras represalias y castigos f¨ªsicos (cepo incluido), con un sueldo miserable, no pagado en moneda sino en fichas, que s¨®lo pod¨ªan ser canjeadas por alimentos u otros bienes de primera necesidad, y siempre a precios abusivos, en los almacenes establecidos para ello por la misma compa?¨ªa explotadora (brit¨¢nica, dicho sea de paso, en ping¨¹e contubernio con la oligarqu¨ªa local), aquellos hombres y sus familias padec¨ªan las penalidades de un mundo laboral siniestramente alejado de los par¨¢metros sociales de nuestros d¨ªas.
La patronal salitrera rechaz¨® la negociaci¨®n alegando que perder¨ªa el prestigio moral
Un siglo despu¨¦s de la masacre, el Ej¨¦rcito mantiene el concepto de "obediencia debida"
En esta situaci¨®n se gest¨® la huelga. Las demandas consist¨ªan en elevar sustancialmente los salarios, el pago de ¨¦stos en moneda efectiva, el establecimiento de una indemnizaci¨®n razonable para las familias de las v¨ªctimas de los frecuentes accidentes mortales que produc¨ªan las muy peligrosas t¨¦cnicas de extracci¨®n, entre otras reclamaciones igualmente razonables. De otras f¨¢bricas y de diferentes gremios, se unieron cientos de operarios que mostraron su apoyo adhiri¨¦ndose a la huelga de los salitreros. Igualmente, en un notable gesto de solidaridad transnacional, desde las fronteras m¨¢s pr¨®ximas acudieron numerosos trabajadores y campesinos peruanos, bolivianos y argentinos, que se solidarizaron con sus camaradas chilenos, acompa?¨¢ndolos en su reivindicaci¨®n. Con ellos iban a compartir, pocos d¨ªas despu¨¦s, el plomo de las balas y la sangre de la represi¨®n.
La documentaci¨®n disponible en archivos y publicaciones de la ¨¦poca permite obtener datos decisivos sobre aquella tragedia. La patronal salitrera manifest¨® su negativa a discutir bajo la presi¨®n de los huelguistas, con un argumento repulsivo que hoy, cien a?os despu¨¦s, ning¨²n empresario se atrever¨ªa a formular: rechazaban la negociaci¨®n porque "si en esas condiciones accedieran a todo o a parte de lo pedido por los trabajadores perder¨ªan el prestigio moral, el sentimiento de respeto que es la ¨²nica fuerza del patr¨®n respecto al obrero". El problema no era cuesti¨®n de dinero -dec¨ªan- sino de principios: negociar bajo la presi¨®n de las masas "significar¨ªa una imposici¨®n manifiesta de los huelguistas y anular¨ªa por completo el prestigio moral que siempre debe tener el patr¨®n sobre el trabajador". Horroriza hoy esta c¨ªnica defensa del prestigio moral, en boca de una patronal desalmada, capaz de ejercer aquellas abominables formas de explotaci¨®n.
Nadie pudo decir que el comportamiento de los huelguistas fuera incivilizado, brutal o agresivo hacia el conjunto de la poblaci¨®n. Deseosos de producir la menor perturbaci¨®n posible, permitieron seguir trabajando a los operarios de la f¨¢brica de gas, de la central el¨¦ctrica, a los conductores de los grandes carromatos del mercado, a los aguadores, y a otros servicios indispensables para la ciudadan¨ªa en general.
Sin embargo, el general Silva Renard, jefe de las tropas que rodeaban a la concentraci¨®n de huelguistas, familiares y seguidores, inst¨® al comit¨¦ de huelga a evacuar la escuela y la plaza, orden¨¢ndoles que desplazaran a aquella multitud en direcci¨®n a los terrenos de un campo h¨ªpico situado en la proximidad, de forma que desde all¨ª se produjera la disoluci¨®n de los reunidos. Pero el comit¨¦ de huelga rechaz¨® retirarse sin haber recibido una respuesta sobre su pliego de reivindicaciones. Silva, seg¨²n har¨ªa notar en su informe, estim¨® en 5.000 el n¨²mero de personas (entre obreros, familias y seguidores nacionales y extranjeros) que ocupaban el edificio, y otras 2.000 en la plaza contigua, multitud que constitu¨ªa, seg¨²n ¨¦l, "una amenaza para la seguridad y la salud p¨²blicas". El comit¨¦ directivo de la huelga arengaba a sus seguidores desde la terraza del edificio escolar. La posici¨®n irreductible mantenida por ambas partes desemboc¨® en la orden de desalojo por la fuerza. A las 3.48 horas de la tarde de aquel 21 de diciembre de 1907, el general orden¨® la primera descarga. El fuego de fusiler¨ªa y de ametralladoras contra la apretada multitud que abarrotaba la escuela (con sus d¨¦biles muros de madera) y contra la muchedumbre que se agolpaba en la plaza Manuel Montt, se tradujo en una carnicer¨ªa de enorme magnitud, cuya verdadera cuant¨ªa num¨¦rica ya no podr¨¢ conocerse jam¨¢s. Se ha especulado, muy desacertadamente, con cifras excesivas que restan seriedad al rigor y al respeto hist¨®rico que se merece un hecho emblem¨¢tico como aqu¨¦l. Las estimaciones m¨¢s serias sit¨²an hoy el n¨²mero de v¨ªctimas en torno al millar. Resulta absurdo e impropio especular con otras cifras imposibles, cuando las m¨¢s probables resultan ya atroces y estremecedoras de por s¨ª.
Una vez m¨¢s, la cronolog¨ªa, al constatar las diferencias entre aquel mundo de comienzos del siglo XX y el de los actuales inicios del XXI, nos a?ade algunas claves sobre la magnitud de la tragedia. Hoy, toda sociedad democr¨¢tica dispone de unas fuerzas antidisturbios bien dotadas y entrenadas, capaces de enfrentarse a grandes manifestaciones con instrumentos tales como porras, escudos, cascos, proyectiles de goma, gases lacrim¨®genos y chorros de agua a presi¨®n. Pero hace un siglo no exist¨ªan otros medios antidisturbios que la bayoneta, la carga a caballo con sable, o las armas de fuego con proyectiles de guerra. Matadero garantizado para la masa manifestante.
Siguiendo en el marco cronol¨®gico, tengamos en cuenta que en aquellas fechas ni siquiera se hab¨ªa producido a¨²n la revoluci¨®n rusa de Octubre de 1917, con todo lo que ¨¦sta pudo suponer como factor catalizador para otros movimientos de protesta social en otros lugares del mundo. Igualmente, la revoluci¨®n mexicana no llegar¨ªa hasta la d¨¦cada siguiente. Otros intentos de huelga, producidos en Chile entre 1902 y 1906, hab¨ªan sido reprimidos con docenas de muertos. Por tanto, la que podr¨ªamos llamar "influencia mim¨¦tica", derivada de la imitaci¨®n de comportamientos registrados en situaciones anteriores, carec¨ªa de elementos de referencia positivos que introdujeran alg¨²n factor favorable a sus expectativas. Sin embargo, ello no impidi¨® a aquellos hombres mantener sus justas demandas con una entereza y una dignidad tanto m¨¢s valiosas cuanto que no contaban con ning¨²n ¨¦xito previo como factor motivador.
La tragedia de Iquique evidenci¨® y anticip¨® lo que despu¨¦s se llamar¨ªa "el ataque preventivo". Tambi¨¦n anticip¨® el concepto de "enemigo interior" (necesidad de eliminar f¨ªsicamente a sectores de la propia sociedad). Igualmente se manifest¨® all¨ª la "obediencia debida" a las ¨®rdenes criminales. Estos conceptos, que despu¨¦s har¨ªan tan enorme da?o a lo largo del siglo XX en Am¨¦rica Latina, ya asomaron all¨ª sus repugnantes pezu?as sobre los muros acribillados de la Escuela de Santa Mar¨ªa, anunciando lo que iba a ser un siglo de represiones militares contra las sociedades civiles de aquel continente.
Para terminar, un ¨²ltimo dato, que permanece resistente a la cronolog¨ªa: el Ej¨¦rcito de Chile, cien a?os despu¨¦s, a¨²n no ha sido capaz de suprimir de su ordenamiento jur¨ªdico militar el concepto de obediencia debida, dando entrada a la desobediencia leg¨ªtima ante las ¨®rdenes criminales, como exigen los c¨®digos militares de nuestro tiempo. Aquel Ej¨¦rcito, ya en pleno siglo XXI, sigue manteniendo en su c¨®digo la obediencia a todo tipo de ¨®rdenes sin excepci¨®n, dentro o fuera de la ley, contradiciendo las exigencias de la moral militar occidental.
Prudencio Garc¨ªa es investigador y consultor del INACS. Profesor del Instituto Guti¨¦rrez Mellado de la UNED.
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