Vidrios rotos
Cuando hace diez a?os, en una muestra sobre las entonces ¨²ltimas producciones de Am¨¦rica Latina, saltaba a la notoriedad el grupo SEMEFO, la sociedad mexicana aficionada al arte se llevaba con disimulo la mano a la nariz: mejor no olerlo. Los SEMEFO (SErvicio M?dico FOrense) exhib¨ªan una prenda con restos de sangre, arrancada en la morgue a una v¨ªctima de alguna reyerta callejera.
Los miembros del grupo se hab¨ªan conocido vendiendo libros de viejo en los puestos de al lado de la Escuela de Filosof¨ªa, pero no les interesaban las teor¨ªas que por aquellos a?os gobernaban los destinos de buena parte de las propuestas art¨ªsticas anglosajonas: no hab¨ªan le¨ªdo a la fil¨®sofa Julia Kristeva y sus teor¨ªas sobre "lo abyecto", "la muerte infestando la vida".
Y, sin embargo, aquellas estelas de cad¨¢ver, persistencia sensorial de los que han sido asesinados, planteaban mucho m¨¢s que las reflexiones obvias sobre la muerte an¨®nima y violenta: tanta fisicidad subvert¨ªa el orden. Aunque no fue la profunda abyecci¨®n en la maniobra de los SEMEFO; no fue siquiera el uso de otros sentidos al margen de la vista lo que perturb¨® a ciertos sectores de la cr¨ªtica y el p¨²blico. Debi¨® ser algo m¨¢s sutil y terrible: la literalidad impl¨ªcita en la propuesta, el uso de elementos documentales robados a la realidad, sin retoques apenas.
Uno de los integrantes del ya disuelto grupo, Teresa Margolles, ha vuelto a una galer¨ªa madrile?a. Ha regresado con esos mismos elementos documentales y, pese a haberlos reelaborado de forma brillante, su propuesta asalta al orden nuevamente y de un modo m¨¢s audaz si cabe que aquellos antiguos vapores de muerte. Esta vez ha decidido recoger vidrios rotos para convertirlos en apariencia de joya exclusiva. O casi. La f¨®rmula para la instalaci¨®n de los objetos, vitrinas paralelas e iluminadas en medio de la sala oscura, recrea de manera irremediable cierto regusto funerario: de altar, de objeto ritual, de museo arqueol¨®gico sobre todo.
De arqueolog¨ªa se trata. Arqueolog¨ªa urbana reciente, s¨ª, pero arqueolog¨ªa al fin y al cabo: los cristales proceden de coches o escaparates destrozados por las balaceras originadas en ajustes de cuentas entre narcotraficantes en la regi¨®n de la cual procede la artista. Y en cada vitrina, como si del vestigio de una tumba etrusca se tratara, se explica la procedencia de cada mont¨®n de vidrios -"27 a?os, de carro a carro", etc¨¦tera- que la artista entrega luego a un joyero local, especializado en dise?os de los modelos que suelen adquirir los narcos de la zona.
As¨ª es como el documento an¨®nimo termina por ser peque?a memoria, penas que alguien llor¨® por los que se fueron entre aquellos pedazos y que el tiempo, apresurado, ha debido desestimar: s¨®lo quedan cristales hechos a?icos. Y se preguntan los ojos deslumbrados por el brillo maligno si hubo vidrios rotos en los magnicidios y alguien se apresur¨® a recogerlos. S¨ª los hubo en Tel Aviv el d¨ªa del asesinato de Isaac Rabin durante la marcha por la paz; s¨ª los hubo en esa esquina de la ciudad donde hoy pueden verse marcados en el suelo, huella forense, los lugares que los protagonistas ocuparon aquella tarde funesta.
Los vidrios empiezan entonces a parecerse m¨¢s a l¨¢grimas que a brillantes, quiz¨¢s porque detr¨¢s de cada mont¨®n de cristales se esconde una historia dolorosa y detr¨¢s de cada transparencia de cristal un relato de p¨¦rdidas. Si se apresuran, esta misma tarde pueden ver a¨²n la muestra de Margolles. A poco que decidan entrar en la narraci¨®n podr¨¢ conmoverles y les recordar¨¢, quiz¨¢s, a la copa sorprendente del Museo de Perelada que, entre tantos objetos ¨²nicos, rezuma una inexplicable humedad que tiene algo de llanto.
21. Teresa Margolles. Galer¨ªa Salvador D¨ªaz. S¨¢nchez Bustillo 7. Madrid. Hasta hoy d¨ªa 19.
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