C¨¢ntico
En todas las universidades de Occidente, alumnos y profesores juntos, desde mitad del siglo XVIII, suelen cantar el himno Gaudeamos igitur para coronar un acto acad¨¦mico solemne. Se trata de un c¨¢ntico que incita a los estudiantes a gozar de los placeres ef¨ªmeros de este mundo antes de que sea tarde. Si la visita de Ratzinger a la Universidad La Sapienza de Roma no le hubiera sido negada, la conferencia del Papa acerca de la fe habr¨ªa sido rematada por este himno epic¨²reo y nihilista, extra¨ªdo del tratado Sobre la brevedad de la vida, de S¨¦neca. Alicatado de armi?os y terciopelos, con reflejos el oro por todas las partes del cuerpo, Ratzinger hubiera penetrado a pasitos cortos con las pantuflas bordadas en este centro de la ciencia hasta aposentarse en el sitial del aula magna, dispuesto a impartir su doctrina. Con una sonrisa entre t¨ªmida y mefistof¨¦lica hubiera hablado as¨ª a los estudiantes. La prueba irrefutable de la existencia de Dios es el mal, el dolor y la miseria que hay en este mundo. Si Dios no existiera, tanta maldad no ser¨ªa reparada. Es necesario que haya un Ser Supremo para que remedie esta injusticia despu¨¦s de la muerte. Con este argumento Ratzinger hubiera vuelto a entronizar a Satan¨¢s, pr¨ªncipe de las tinieblas, como el verdadero creador de la Divinidad. Despu¨¦s de elaborar este encaje de bolillos, el Papa con la bendici¨®n habr¨ªa hecho brillar una piedra preciosa sobre todas las cabezas y los estudiantes de la universidad hubieran empezado a entonar su himno: "Alegr¨¦monos, pues, mientras somos j¨®venes, puesto que despu¨¦s de la alegre juventud y de la inc¨®moda vejez nos recibir¨¢ el seno de la tierra. ?D¨®nde est¨¢n los que antes de nosotros pasaron por este mundo? Nuestra vida es corta, en breve se acaba, viene la muerte velozmente y no respeta a nadie. Vivan todas las v¨ªrgenes f¨¢ciles y hermosas, vivan las mujeres tiernas, amables, buenas y laboriosas". Atravesando este c¨¢ntico con resonancias hedonistas, el Papa habr¨ªa abandonado el paraninfo y en el aire del recinto, al final, hubiera quedado en suspensi¨®n la conquista del placer en esta vida caldeado por el fuego del infierno. Que nos sobreviva la belleza ser¨¢ siempre un consuelo, ya que la vida es corta, pero el arte perdura.
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