La sombra de Cravan
1
- Recib¨ª un e-mail del cineasta V¨ªctor Iriarte. Me dec¨ªa que desde aquella ma?ana estaba en Barcelona, con su c¨¢mara de bolsillo en el bolsillo: "Me hospedo en casa de Isaki Lacuesta y aprovecho estas primeras horas para grabar unas sombras. En la primera pel¨ªcula de Isaki, Cravan versus Cravan, yo hice de sombra del poeta boxeador en una de las secuencias. Ahora Isaki me devuelve el favor y hace de sombra de esp¨ªa en su casa de la calle de Diputaci¨®. ?Quedamos ma?ana mi¨¦rcoles? Ir¨ªa a tu casa. La idea es grabar una conversaci¨®n que gire en torno al espionaje, a los paseos y a las estaciones de tren. Y luego seguirte por un breve espacio de tiempo sin que te des demasiada cuenta. Es lo que tratar¨¦ de filmar con el m¨®vil".
A V¨ªctor Iriarte, que vive entre Bilbao y Montevideo, el festival de cine documental Punto de Vista de Pamplona le ha invitado a realizar un cortometraje con un tel¨¦fono m¨®vil. Hace unos d¨ªas lleg¨® a su casa de Bilbao una caja por servicio expr¨¦s con instrucciones al dorso: "Utilice este tel¨¦fono para rodar un cuaderno de viaje". Iriarte es desde hace a?os un admirador de Robert Walser y tiene un blog en Internet -Caja n¨²mero 8. Nunca voy al cine-, donde la semana pasada anot¨®: "Recibir un m¨®vil por correo es algo raro. Tanto como que nos manden una carta por tel¨¦fono (...) Repaso los microgramas a l¨¢piz de Robert Walser y trato de establecer un s¨ªmil entre sus cuadernos improvisados y la posibilidad de grabar im¨¢genes en los m¨¢rgenes de una tarjeta de memoria".
El mi¨¦rcoles me levant¨¦ m¨¢s pronto que nunca y fui prepar¨¢ndome para la visita de la sombra de Cravan. Despu¨¦s de compartir en la d¨¦cada de los noventa la afici¨®n por Walser, le hab¨ªa perdido la pista a Iriarte, aunque sab¨ªa que hab¨ªa sido ayudante de direcci¨®n de Lacuesta en la pel¨ªcula de Cravan. Le recordaba vagamente alto y vestido con tonos oscuros, pero era incapaz ya de evocarlo f¨ªsicamente con una cierta fiabilidad. Nada hab¨ªa vuelto a saber de ¨¦l hasta que, este verano en un hotel de Helsinki, di casualmente con su blog de cine, donde hablaba de las pel¨ªculas del finland¨¦s Kaurism?ki. Desde el mismo hotel le hab¨ªa escrito al blog inform¨¢ndole de que no todos los finlandeses eran como los personajes tristes de Kaurism?ki. Y as¨ª, como si no hubiera pasado el tiempo ni nada, reanudamos -ahora de forma virtual- la conversaci¨®n interrumpida durante a?os.
2.
La leyenda del tiempo, de Isaki Lacuesta, se ha convertido en una de mis pel¨ªculas favoritas. En un registro de extrema belleza trata de la imposibilidad de cantar. Mezcla dos historias de la vida real, enlazadas sutilmente por la figura de Camar¨®n de la Isla. En una, un joven gitano de San Fernando deja de cantar tras la muerte de su padre. En la otra, una japonesa viaja a C¨¢diz para aprender a cantar -algo bien inalcanzable para ella- como Camar¨®n. Ambas historias son po¨¦ticas, de una intensidad extra?a, tenuemente hilvanadas dentro de un simple pero prodigioso artefacto que liquida cualquier vestigio de frontera entre realidad y ficci¨®n. Una pel¨ªcula elegante, la segunda del gerundense Lacuesta, que debutara hace cinco a?os con su documental sobre Cravan, el legendario poeta y boxeador, sobrino de Oscar Wilde, desaparecido en el Golfo de M¨¦xico en misteriosas circunstancias. En La leyenda del tiempo me sorprendi¨® reencontrar algo que cre¨ªa sepultado en mi juventud: el esp¨ªritu de Jean Rouch (Chronique d'un ¨¦t¨¦), aquel cineasta-etn¨®logo adscrito al cinema-verit¨¦ y al continente africano, que tanto hab¨ªa admirado en otros d¨ªas. ?Estaba el esp¨ªritu de Rouch en la pel¨ªcula o s¨®lo lo imaginaba? Pronto Lacuesta, en unas declaraciones, me sac¨® de dudas: "Me gustan todos los cineastas que se llaman Jean: Jean Vigo, Jean Renoir, Jean Cocteau, Jean Eustache, Jean Rouch, Jean-Luc Godard y Wong Kar Wai, porque estoy seguro de que Wong debe ser Jean en chino". 3 - Y bueno, el mi¨¦rcoles, a primera hora, pensando en Cravan me acord¨¦ de Traven, que no s¨®lo ten¨ªa un apellido parecido, sino que tambi¨¦n se evapor¨® en M¨¦xico. Traven se hac¨ªa pasar por otras personas cuando aparec¨ªa en p¨²blico, pues era de los que piensan que un verdadero artista est¨¢ siempre de inc¨®gnito. ?Y si I?aki Lacuesta obraba como Traven? Busqu¨¦ en Google fotograf¨ªas suyas para evitar que no me enga?ara present¨¢ndose en casa como sombra de Cravan. Todo acab¨® en una falsa alarma. Porque a la hora prevista, con una c¨¢mara de bolsillo y un tr¨ªpode en miniatura, lleg¨® a casa V¨ªctor Iriarte. Y, aunque como verdadero artista y esp¨ªa iba de inc¨®gnito, vi enseguida que no era Lacuesta. Ni Traven. Salud¨¦ a la sombra de Cravan con la cortes¨ªa y melancol¨ªa propias de un personaje de Kaurism?ki. Hablamos de Montevideo y del piano de Felisberto Hern¨¢ndez, que todav¨ªa est¨¢ all¨ª, en un bar de aquella ciudad. Y en un momento determinado tom¨® Iriarte su c¨¢mara de bolsillo para formularme las anunciadas preguntas sobre el espionaje, los paseos y las estaciones de trenes, y acab¨® pregunt¨¢ndome -en deriva inesperada- qu¨¦ pensaba de Cravan. Como por Traven no preguntaba, le pregunt¨¦ yo, y hablamos del golfo de M¨¦xico y de tantos all¨ª desaparecidos. Una hora despu¨¦s, bajando por el Torrent de les Flors -calle habitual en las novelas de Juan Mars¨¦- iba yo simulando que no me apercib¨ªa de que la sombra de Cravan me filmaba, y menos a¨²n de que, al final del rodaje -tal como acab¨® ocurriendo-, mi perseguidor esperaba que doblara una esquina para rodar mi desaparici¨®n y dar por terminado su cuaderno de viaje. "Le est¨¢n grabando", me advirti¨®, a la altura de la calle de Mart¨ª, una se?ora muy alarmada. "Tiene autorizaci¨®n", contest¨¦ r¨¢pido, sin detenerme. Y segu¨ª mi camino, muy comprometido con las exigencias del gui¨®n y como si no supiera que, a la vuelta de la esquina, el golfo de M¨¦xico esperaba.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.