Los cristianos, los marxistas y la opulencia
Hay frases que oigo y leo muy a menudo, sin que suelan suscitar protestas, y que a m¨ª me sorprenden. Aunque lo cierto es que casi siempre tambi¨¦n las dejo pasar en silencio, porque da pereza a cierta edad ponerse a discutir algo que para uno es obvio y que le hace sospechar en el otro tan distintos puntos de vista que toda discusi¨®n va a resultar in¨²til, dado que s¨®lo es fruct¨ªfera la pol¨¦mica si se parte de una m¨ªnima base com¨²n.
Algunas de esas frases, muy similares todas ellas, pretenden descalificar a intelectuales, artistas, pol¨ªticos y ciudadanos de a pie que se autodefinen como "de izquierdas" por llevar una vida supuesta o realmente opulenta, como si esta contradicci¨®n les quitara toda credibilidad. Se habla y se escribe sobre "suntuosas" quintas de recreo, piscina "climatizada", coches "espectaculares", yates "de lujo", etc¨¦tera, de muchos famosos que militan en el socialismo o en el comunismo. Entiendo estas agresiones en gente humilde, irritada por las enormes diferencias que se dan en nuestra sociedad, pero no suelen partir de ellas, sino de personas acomodadas, conservadoras y con gran frecuencia cristianas. Y de ah¨ª nace mi perplejidad.
No es misi¨®n de la izquierda repartir sus bienes ni sentar en su mesa a los mendigos
Confieso haber le¨ªdo con mayor detenci¨®n los Evangelios que los textos marxistas, y la doctrina de Cristo respecto a la riqueza es di¨¢fana y no permite equ¨ªvocos ni malentendidos. No s¨®lo elige nacer y vivir entre los humildes, no s¨®lo exige a los ap¨®stoles que lo abandonen todo y le sigan, no s¨®lo se muestra por primera y acaso ¨²nica vez enfurecido, y llega por primera y ¨²nica vez a la violencia f¨ªsica, al echar a los mercaderes del Templo (?qu¨¦ violencia no emplear¨ªa contra los dignatarios de su Iglesia, que han acumulado a lo largo de dos mil a?os riquezas incalculables?), no s¨®lo hace de la caridad (que no se centra en lo material, pero tampoco lo excluye) el centro de su doctrina, sino que pronunci¨® una sentencia terrible: "Es m¨¢s f¨¢cil que pase un camello por el ojo de una aguja que entre un rico en el Reino de los Cielos".
Y a los cristianos ricos, que deber¨ªan sentirse, me parece a m¨ª, aterrorizados, no se les mueve un pelo (tal vez piensen que Cristo estaba aquel d¨ªa de mal humor, que se pas¨® de rosca, que no hay que tomarlo todo al pie de la letra), y se permiten, en cambio, criticar las quintas y las piscinas y los coches y los yates de los pocos miembros de la izquierda que acceden a ellos.
Es cierto que las teor¨ªas marxistas postulan como objetivo una mayor, acaso total, igualdad entre los hombres, pero no invocan para ello la caridad sino la justicia. No se trata de que los ricos repartan generosamente sus bienes, sino de establecer, por medios m¨¢s o menos violentos, un sistema m¨¢s justo. Y en esta lucha, cuyo protagonista principal es sin duda el proletariado, participan asimismo miembros de las clases sociales elevadas, que estar¨¢n en falta si sus negocios son il¨ªcitos, si eluden impuestos, si explotan a sus obreros y empleados, si cometen abusos de poder, pero no tienen por qu¨¦ rendir cuentas de su nivel de vida. Determinados lujos, en un mundo donde tanta gente muere de hambre, har¨¢n que se sientan m¨¢s o menos inc¨®modos, pero es un problema ¨ªntimo y personal, que nos ata?e a muchos, que genera una mala conciencia que cada cual resuelve como puede, y que nos quita algunas noches -no tantas como estar¨ªa justificado- el sue?o.
El hombre de izquierdas no tiene como misi¨®n repartir sus bienes, ni sentar en su mesa a los mendigos; su misi¨®n es luchar para que se instaure en el planeta Tierra un orden m¨¢s justo, menos brutal y menos insensato. Y, cuando se trata de un hombre rico, esta lucha va contra sus propios intereses. A esos tipos tan criticados por sus casas y sus coches y sus yates les ser¨ªa m¨¢s favorable militar y votar en un partido de la derecha. Pero no lo hacen, y ah¨ª radica su coherencia. Y por eso creo que se les debe un respeto. Sobre todo por parte de personas optimistas y pudientes que creen que para ellas se abrir¨¢n de par en par las puertas del Reino de los Cielos, aunque no hayan visto todav¨ªa, ?qu¨¦ extra?o!, pasar un camello por el ojo de una aguja.
Esther Tusquets es editora.
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