Bush y las actuales tormentas financieras
Ojal¨¢ tus hijos vivan tiempos interesantes". Estas palabras eran una antigua maldici¨®n, no un deseo de buena voluntad: las guerras y las revoluciones son ¨¦pocas apasionantes. Una prosperidad prudente y pac¨ªfica es muy aburrida. Y as¨ª pareci¨® evolucionar la macroeconom¨ªa entre 1980 y 2005, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo. Qu¨¦ enga?o.
1. En teor¨ªa, se hab¨ªa controlado ya la inflaci¨®n, y el coste no hab¨ªan sido m¨¢s que dos breves recesiones sucesivas en el periodo 1980-1981, cuando Paul Volcker era presidente de la Reserva Federal.
2. Despu¨¦s vino la "saludable burbuja" del mercado de Wall Street que Merl¨ªn el Mago, encarnado por el astuto Alan Greenspan, dej¨® que se enconara a lo loco.
El "conservadurismo compasivo" se tradujo en regalos fiscales a los plut¨®cratas
La desregulaci¨®n contable dio paso a m¨²ltiples chanchullos empresariales
"Al fin y al cabo", dec¨ªa el doctor Greenspan recordando su ¨¦poca en la camada de Ayn Rand
[fundadora del objetivismo], "si unas personas invierten en acciones o valores que est¨¢n revaloriz¨¢ndose, ?qui¨¦nes somos nosotros para poner en duda lo que hacen y bajar los m¨¢rgenes permitidos de compra con financiaci¨®n ajena o aumentar los tipos de inter¨¦s de la Reserva Federal?" Con suerte, pod¨ªa contarse con que las innovaciones de Joseph Schumpeter fueran beneficiosas para todos.
Lo que era inevitable sucedi¨® precisamente cuando George W. Bush se hizo con la presidencia en 2000 y los republicanos obtuvieron mayor¨ªa en las dos C¨¢maras del Congreso.
El "conservadurismo compasivo" de Bush se tradujo en compasivos regalos fiscales a los plut¨®cratas, adem¨¢s de una nueva desregulaci¨®n de la contabilidad empresarial.
En Wall Street, los c¨ªnicos llamaron a esta nueva etapa "la nueva era de Harvey Pitt". Pitt fue nombrado presidente de la Comisi¨®n del Mercado de Valores estadounidense (SEC en sus siglas en ingl¨¦s) precisamente porque hab¨ªa sido asesor legal de las Cuatro Grandes, las principales empresas de contabilidad. El primer discurso de Pitt proclam¨® el amanecer de "una SEC m¨¢s amable".
Los abogados, contables y consejeros delegados entendieron lo que insinuaba Pitt: si uno se acog¨ªa a tal o cual vac¨ªo dudoso para eludir impuestos, a Hacienda no le iba a importar. Era posible ocultar las p¨¦rdidas y exagerar los beneficios mediante unos manejos de los balances que violaban las estrictas normas de contabilidad legisladas en los a?os anteriores a Bush.
?Por qu¨¦ traer a colaci¨®n esta vieja historia? Por una buena raz¨®n.
Las bancarrotas y las ci¨¦nagas macroecon¨®micas que sufre hoy el mundo tienen relaci¨®n directa con los chanchullos de ingenier¨ªa financiera que el aparato oficial aprob¨® e incluso esti-mul¨® durante la era de Bush. El joven George Bush no s¨®lo meti¨® la pata en la pol¨ªtica de Oriente Pr¨®ximo. Adem¨¢s, la versi¨®n Bush-Rove de la democracia plutocr¨¢tica logr¨® la peculiar alquimia de convertir un ciclo normal de expansi¨®n y contracci¨®n en la vivienda en un p¨¢nico financiero mundial a la vieja usanza y dif¨ªcil de controlar.
En esta ocasi¨®n, Estados Unidos fue la Eva del Para¨ªso que tent¨® a los banqueros suizos, alemanes y brit¨¢nicos para que comieran la perversa manzana de la no transparencia y la inconsciente utilizaci¨®n desmesurada de fondos ajenos para comprar. ?Previeron Ayn Rand y el libertario Milton Friedman que el Ed¨¦n del mercado de Adam Smith iba a convertirse en el desorden actual? ?D¨®nde estaban el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, y los responsables del Banco Central Europeo y el Banco de Jap¨®n mientras empezaban a venirse encima estos desastres?
Ni los habituales consejeros delegados mediocres ni los dirigentes mundiales prestaron nunca la suficiente atenci¨®n a los peligrosos vientos que empezaban a soplar. Si estuvi¨¦ramos en 1929, la actual epidemia financiera ser¨ªa el preludio de una larga depresi¨®n mundial. Por fortuna, la historia econ¨®mica nos ha ense?ado mucho desde entonces.
Los bancos centrales, como explicaron Walter Bagehot en el siglo XIX y Charles Kindleberger en el XX, son, sobre todo, los prestamistas de ¨²ltimo recurso. Como dir¨ªa Kipling, "?qu¨¦ saben de dinero si s¨®lo el dinero conocen?" Cuando las acciones y los bonos se calientan o se congelan, la preocupaci¨®n de la inflaci¨®n, el mantra inicial de Bernanke, no es suficiente, ni mucho menos.
La calle, en todo el mundo, est¨¢ pendiente de ver c¨®mo hacen frente los Gobiernos al torbellino sembrado por ese exceso de desregulaci¨®n: p¨¦rdida de puestos de trabajo; ahorros dilapidados; aumento de precios en la energ¨ªa y las materias primas; ganancias de capital negativas en la vivienda y las carteras diversificadas. Por supuesto, algunos problemas se derivan de nuestros propios pecados de omisi¨®n y comisi¨®n. Otros, de las conmociones en el suministro: interrupciones en las perforaciones de petr¨®leo de Oriente Pr¨®ximo, inflaci¨®n en las materias primas y los alimentos debido a la nueva demanda de un nivel de vida mejor en China. No obstante, son m¨¢s los que proceden de los fallos cometidos por los administradores sociales a los que los votantes, ricos y pobres, eligieron para los m¨¢s altos cargos.
Parece que, por fin, ha entrado en la Casa Blanca el viejo lema: "Es la econom¨ªa, est¨²pido". Y el presidente George W. Bush -a quien ense?aron algo mejor que eso en Yale- se ha lanzado a formular, en serio, la propuesta de hacer permanentes las apresuradas ventajas fiscales y desregulaciones causantes de los esc¨¢ndalos econ¨®micos de hoy.
Varios asesores del circo que fueron los primeros a?os de Reagan, partidarios de la econom¨ªa de la oferta, miembros desacreditados de la derecha radical, han salido de su retiro para volver a pedir que no haya impuestos sobre las ganancias de capital y que determinados servicios esenciales del Gobierno pasen a depender por completo de un impuesto de tipo ¨²nico para los asalariados.
Cuando el miedo al riesgo ahoga tanto la inversi¨®n como el consumo, la receta para que los bancos bajen m¨¢s los tipos de inter¨¦s es un gasto presupuestario sensato y mesurado.
Las locuras de los electorados se pueden remediar en futuras elecciones. Sin embargo, todo el mundo sabe que, hoy en d¨ªa, el dinero sirve para comprar votos legalmente. Por eso los realistas matizan su optimismo con cierta cautela.
Paul A. Samuelson es economista y premio Nobel estadounidense. Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia. ? Paul Samuelson. Distribuido por Tribune Media Services, 2008.
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