Chaplin, el actor que llev¨® a las ¨¦lites catalanas al cine
El c¨®mico cambi¨® la hostilidad novecentista hacia el medio
Desde la llegada del cinemat¨®grafo a Catalu?a a finales del siglo XIX, Barcelona se convirti¨® en una de las ciudades m¨¢s cin¨¦filas del mundo. Los cines colonizaron la ciudad. Incluso Antoni Gaud¨ª construy¨® uno en la Rambla dels Estudis, 4: la Sala Merc¨¨. La efervescencia era tal que se hac¨ªan proyecciones en la calle, como consign¨® Joan Amades en Quan jo anava a estudi: "El primero fue instalado en un terrado de la casa de la plaza de Catalunya al lado del hotel Col¨®n. Cada anochecer la plaza se llenaba de p¨²blico, hasta hacerse dif¨ªcil el tr¨¢fico". En 1914 Francesc Barbens aseguraba en La moral en la calle, en el cinemat¨®grafo y en el teatro que la capital catalana era ya, junto con Berl¨ªn, la tercera ciudad con m¨¢s salas de proyecciones (contabiliz¨® 160), tras Nueva York y Par¨ªs.
La magnitud del fen¨®meno puso en alerta al mundo intelectual. La fiebre cinematogr¨¢fica fue insistentemente reprobada por la mayor¨ªa de los novecentistas. En 1912, el poeta Josep Maria L¨®pez-Pic¨® exclamaba en Catalu?a: "El peligro est¨¢ en la afici¨®n desmesurada que le va tomando nuestra gente. Conozco en Barcelona barrios enteros sugestionados por el cinema (...). Esta invasi¨®n del espect¨¢culo es bochornosa". Desde la seria plataforma novecentista de La Revista, el periodista Manuel Brunet lamentaba en 1917: "A este paso, ?qui¨¦n puede asegurar no ver un cine instalado en alguna de las naves de Santa Maria?". El m¨¢s beligerante fue Ramon Rucabado, autor del inquisitorial El cinemat¨°graf contra la cultura i els costums (1920). Dos a?os antes, Rucabado hab¨ªa reclamado ya (tambi¨¦n desde La Revista) un nuevo mandamiento moral civil: "No ir¨¢s al cine".
Pero lleg¨® Chaplin y la consideraci¨®n hacia el cine empez¨® a cambiar en todo el mundo, como ilustra la exposici¨®n Chaplin en imatges, que puede verse en Caixaf¨°rum, en Barcelona. En el ¨¢mbito catal¨¢n, el cr¨¦dito del s¨¦ptimo arte experiment¨® un vuelco con ¨¦l (no se sabe si el primer filme del actor proyectado en Barcelona fue Mabel y el auto infernal, a finales de 1914, o Mabel, vendedora ambulante, a principios de 1915). Como ha documentado Joan M. Minguet, Chaplin no s¨®lo gan¨® el coraz¨®n del p¨²blico catal¨¢n, sino que tambi¨¦n hizo que el establishment mirase el cine de otra manera.
Primeros elogios. En enero de 1920, en 'Charlot y sus imitadores', Josep Maria de Sagarra advert¨ªa desde La Publicidad que el "sumo pont¨ªfice de la risa" era inimitable. Tres meses despu¨¦s, en el mismo diario, Alexandre Plana reivindicaba el artista en El arte cl¨¢sico de Charlot: "Ser¨¢ el primero entre los cl¨¢sicos". Uno de los primeros retratos literarios que public¨® Josep Pla fue el de Charlot. Esboz¨® en 1922 un precedente de homenot. A Pla no le interes¨® asociar a Charlot con el humor, sino al rev¨¦s: "Charlot es un hombre profundamente triste". El mismo a?o, Sagarra, en la rese?a del filme El chico, dec¨ªa que era "de lo m¨¢s grande, perfecto y emocionante que se pueda producir en el mundo de la farsa en los tiempos que corren". En 1923 insist¨ªa: la evoluci¨®n del cine vivi¨® un giro brutal cuando "lleg¨® el inconmensurable, el genial Charlot, discutido primero, pero reconocido enseguida".
- La fiebre. El ascendiente de Chaplin se manifest¨® en varias esferas de Barcelona, si bien el artista nunca puso sus pies en la ciudad (a diferencia de sus amigos Douglas Fairbanks y Mary Pickford, recibidos con expectaci¨®n en mayo de 1924, y de Buster Keaton, que la visit¨® en el verano de 1930). En 1924, la Comisi¨®n Municipal de Fomento de Barcelona expres¨® la voluntad de dedicarle una calle. Al a?o siguiente, Manich Ylla consignaba en Catalunya Social (y tambi¨¦n en Diari de Sabadell) que hab¨ªa j¨®venes que le imitaban en La Rambla. La portada de la primera revista cinematogr¨¢fica en catal¨¢n, L'escena muda, de 1926, estaba presidida por una imagen suya. Pocos meses despu¨¦s, la elitista D'Ac¨ª i d'All¨¤ publicaba una defensa del rango art¨ªstico del cine firmada por Douglas Fairbanks: el art¨ªculo estaba ilustrado con la imagen de Chaplin. Al a?o siguiente Melcior Font observaba en la Revista de Catalunya: "Es evidente que aquella hostilidad que despertaba hace a?os en los literatos este quinto arte ha disminuido y ha dejado lugar al entusiasmo. Quiz¨¢ el hombre que ha contribuido con m¨¢s graciosa eficacia a ganar prestigio para el cine ha sido Charlot". El poeta Tom¨¤s Garc¨¦s explicaba en La Publicitat que el acto inaugural de la Associaci¨® d'Amics del Cinema (junio de 1928) consisti¨® en el pase de tres cintas de Chaplin. En las Encuestas a la juventud del rotativo, en 1928, Rafael Tasis, Llu¨ªs Montany¨¤, Llu¨ªs Morat¨® y Antoni Vendrell confesaron que una de les personalidades que m¨¢s admiraban era Chaplin. En 1929, Moragues escrib¨ªa en La Nova Revista: "En la primera etapa, el cine necesitaba un genio que abriese el camino del futuro; este genio fue Chaplin". El novelista Carles Soldevila (tambi¨¦n en La Publicitat) situaba a Chaplin entre los l¨ªderes espirituales y equiparaba su ascendiente al de Maurras, Samitier, Prat de la Riba, Karl Marx y Picasso. El primer libro de alta cultura catal¨¢n sobre la pantalla, Una cultura del cinema (1930), de Guillem D¨ªaz Plaja, evidenciaba que la acreditaci¨®n del cine era indisociable de Charlot. ?l les hab¨ªa convertido al s¨¦ptimo arte.
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