Cuando Fidel pidi¨® ayuda a Aznar
Castro quer¨ªa que el l¨ªder espa?ol protegiera a Ch¨¢vez durante el golpe de 2002 - El obispo Porras revela datos sobre la hora m¨¢s cr¨ªtica del presidente venezolano
Apenas un d¨ªa antes de que regimientos leales y una iracunda pueblada le devolvieran el mando, Hugo Ch¨¢vez permanec¨ªa atrincherado en el palacio de Miraflores de Caracas, sede del Gobierno venezolano. Era un hombre profundamente abatido, dispuesto al suicidio, convencido de que el golpe c¨ªvico castrense del 11 de abril del a?o 2002 contra su presidencia hab¨ªa triunfado. "?No te inmoles!", le pidi¨® Fidel Castro, telef¨®nicamente, la madrugada del d¨ªa 12. Alarmado por el derrumbe emocional de su amigo y aliado, el l¨ªder cubano pidi¨® ayuda al presidente Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar (1996-2004) para salvar su vida y concederle asilo en Espa?a, seg¨²n afirma en sus memorias sobre aquella crisis el obispo Baltasar Porras, ex presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV).
Los cubanos temieron que Ch¨¢vez llegara a suicidarse
"?No dimitas! ?No renuncies!", le pidi¨® Fidel Castro desde La Habana
Ch¨¢vez se neg¨® a firmar su renuncia porque la situaci¨®n hab¨ªa cambiado
"Si no nos lo devuelven esto se va a poner feo", advirti¨® un soldado
"Nos enteramos que, v¨ªa la Embajada de Espa?a, hubo un pedimento del propio Fidel Castro al jefe del Gobierno espa?ol, don Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, para que se le recibiera en la Pen¨ªnsula, pues el mandatario cubano manifestaba no querer recibirlo en la isla caribe?a", escribe Porras, cuyo acompa?amiento personal pidi¨® Ch¨¢vez antes de entregarse a los generales que acabaron derroc¨¢ndole tras una jornada de cruentas confrontaciones civiles en la capital. Para entonces, la oposici¨®n y la Iglesia cat¨®lica estaban hartas del ex teniente coronel de paracaidistas. "La intransigencia, la descalificaci¨®n, el insulto y la amenaza hacen imposible el di¨¢logo", subrayaba la Exhortaci¨®n Pastoral de enero de 2002.
Durante la madrugada del viernes 12 de abril, poco despu¨¦s de hablar con Castro, el presidente llam¨® a Porras para comunicarle una renuncia que, por equ¨ªvoca y condicionada, caus¨® general confusi¨®n. El ex teniente coronel de paracaidistas salud¨® al obispo y le pidi¨® la bendici¨®n: "Perd¨®neme todas las barbaridades que he dicho de usted. Lo llamo para preguntarle si est¨¢ dispuesto a resguardar mi vida y la de los que est¨¢n conmigo en Miraflores [sede del Gobierno]". A rengl¨®n seguido admiti¨® su derrota: "He decidido abandonar el poder. Unos est¨¢n de acuerdo y otros no. Pero es mi decisi¨®n. No quiero que haya m¨¢s derramamiento de sangre, aunque aqu¨ª en el palacio estamos lo suficientemente armados para defendernos de cualquier ataque. Pero no quiero llegar a eso".
Pese al alarde, la potencia de fuego de su gente era m¨ªnima: entre 200 y 300 hombres, ministros, cuadros bolivarianos y guardia de honor, con un peque?o arsenal, acompa?aban a Ch¨¢vez en palacio. Nada sab¨ªan los sitiados sobre la Divisi¨®n Blindada, ni sobre el regimiento de paracaidistas de Maracay, que el d¨ªa 13 amenazaron con irrumpir a sangre y fuego por las calles de Caracas si Hugo Ch¨¢vez no era restituido. Esas unidades determinaron el fracaso de aquella singular asonada c¨ªvico-castrense. Ch¨¢vez retom¨® la presidencia el d¨ªa 14, poco despu¨¦s de que el presidente de facto, el empresario Pedro Carmona, hubiera perdido el apoyo de los militares antichavistas y de buena parte de la oposici¨®n, al haber anulado por decreto las instituciones democr¨¢ticas de Venezuela.
Durante las v¨ªsperas de su regreso al poder, Hugo Ch¨¢vez se mov¨ªa desorientado, perdido. "Lo que yo quiero es salir del pa¨ªs, si se garantiza la vida de los que est¨¢n conmigo. Le pido a usted que me acompa?e hasta la escalerilla del avi¨®n o inclusive que me acompa?e [al extranjero] si es el caso", le solicit¨® a Baltasar Porras. El presidente de la Conferencia Episcopal pidi¨® permiso a la jefatura golpista para acudir a Miraflores. No lo obtuvo porque, seg¨²n se?ala el prelado en sus memorias, temieron que fuera tomado como reh¨¦n. Fidel Castro, mientras tanto, sosten¨ªa a Hugo Ch¨¢vez: "?No dimitas! ?No renuncies!", le pidi¨®, seg¨²n explica en el libro Cien horas con Fidel, del periodista Ignacio Ramonet.
Castro almorzaba el d¨ªa de la crisis con el lehendakari Juan Jos¨¦ Ibarretxe, al frente de una delegaci¨®n oficial de visita en la isla. El comandante observaba diferencias de fondo entre el trance de Ch¨¢vez y el padecido por el presidente chileno Salvador Allende, derrocado el 11 de septiembre de 1973. Muri¨® combatiendo en el palacio de la Moneda contra las fuerzas de asalto del general Augusto Pinochet. "Allende no ten¨ªa un solo soldado. Ch¨¢vez contaba con una gran parte de los soldados y oficiales del ej¨¦rcito, especialmente los m¨¢s j¨®venes". Pero la partida parec¨ªa estar perdida para Ch¨¢vez. Castro efectu¨® entonces gestiones ante Espa?a y otros pa¨ªses, "para conseguir que pudiera salir de Venezuela porque la situaci¨®n era muy delicada. Tem¨ªamos que lo matasen o que todos [Ch¨¢vez y los 200 o 300 leales] se inmolaran en Miraflores", se?alan fuentes oficiales cubanas.
El diplom¨¢tico Jes¨²s Gracia, embajador de Espa?a en Cuba (2001-2004) durante el segundo mandato de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, atestigua las fren¨¦ticas gestiones cubanas para salvar a Ch¨¢vez. "Esa noche [el d¨ªa 12] nos llamaron a un grupo de embajadores al Palacio de la Revoluci¨®n. Fuimos entre 15 ¨® 20. Estaba el brasile?o, no estoy seguro si el mexicano tambi¨¦n, y varios europeos". El ministro de Relaciones Exteriores, Felipe P¨¦rez Roque, recibi¨® a los diplom¨¢ticos. "Nos dijo que el asunto era muy urgente, que Fidel Castro estaba en palacio, pero al frente de una operaci¨®n para ayudar a Ch¨¢vez, y que ¨¦l hablaba en su nombre". El canciller subray¨® la gravedad de la situaci¨®n en Venezuela "y nos comunic¨® que Ch¨¢vez estaba al borde o de la muerte o el suicidio. No sab¨ªan c¨®mo podr¨ªa reaccionar. Quer¨ªan proteger su vida".
P¨¦rez Roque pregunt¨® cu¨¢ntos embajadores estaban dispuestos a viajar a Venezuela con ¨¦l mismo y otros funcionarios con la misi¨®n de sacar a Ch¨¢vez. Lo har¨ªan en un avi¨®n de la fuerza a¨¦rea cubana, ya preparado para el despegue. La misi¨®n del grupo internacional ser¨ªa salvaguardar vidas y compromisos. "Llam¨¦ a Madrid porque con el cambio de hora ya me pod¨ªan atender y [en el Ministerio de Asuntos Exteriores] me dijeron que iban a pensar c¨®mo pod¨ªamos ayudar", agrega el ex embajador en La Habana. Paralelamente, el director de Europa de la canciller¨ªa cubana se le acerc¨® en un aparte para pedir la ayuda de Espa?a porque manifestantes extremistas de la oposici¨®n rodeaban la Embajada de Cuba en Caracas y se tem¨ªa una invasi¨®n de la legaci¨®n y choques armados.
"Tambi¨¦n llam¨¦ a Madrid y me dijeron que iban a ver de qu¨¦ manera pod¨ªa ayudarse a solucionar el problema. Jes¨²s Gracia llam¨® de nuevo a Felipe P¨¦rez Roque para decirle que est¨¢bamos pensando qu¨¦ pod¨ªamos hacer para ayudar, tanto en lo de viaje como en otro tipo de ayuda humanitaria". Hacia las cuatro o cinco de la madrugada de aquel d¨ªa, el embajador espa?ol recibi¨® otra llamada oficial cubana para agradecer sus gestiones y comunicarle que todo quedaba cancelado porque, seg¨²n se le indic¨®, la situaci¨®n entraba en v¨ªas de soluci¨®n y se hab¨ªa levantado el cerco a la Embajada cubana. "El objetivo hasta ese momento era sacar a Ch¨¢vez de Venezuela. A m¨ª no me pidieron llevarlo a Espa?a, eso seguro que no, pero s¨ª ayudarlo a salir del pa¨ªs".
Finalmente, el mismo d¨ªa 12 Hugo Ch¨¢vez se entreg¨® a los generales opositores, que le presentaron a la firma un papel escrito con su renuncia. Baltasar Porras acudi¨® a recibirle a Fuerte Tiuna, sede de la Comandancia General del Ej¨¦rcito. "Por el di¨¢logo que manten¨ªan los negociadores, era claro que la condici¨®n que hab¨ªa expresado el presidente era que firmaba la renuncia si se le trasladaba directamente a Maiquet¨ªa [aeropuerto internacional de Caracas] para salir del pa¨ªs", se?ala el obispo en sus memorias. "Le informaron al presidente que aqu¨ª estaba yo para garantizarle la vida, tal como hab¨ªa solicitado, pero que no pod¨ªa poner condiciones".
Porras not¨® en el semblante de Ch¨¢vez las huellas del traum¨¢tico episodio en curso: el cansancio, las expectativas, los estragos de la incertidumbre. "Era un hombre entregado a la suerte de sus captores". Cuando qued¨® a solas con el obispo y el secretario de la CEV, monse?or Jos¨¦ Luis Azuaje, Ch¨¢vez evoc¨® su ni?ez, su juventud, la Escuela Militar, sus destinos castrenses, sus hijos. A veces se le quebraba el ¨¢nimo y asomaban las l¨¢grimas, que el prisionero procuraba contener. La conversaci¨®n fue larga, intensa, hasta la reaparici¨®n de los generales con una decisi¨®n: no se permit¨ªa su salida del pa¨ªs.
Hugo Ch¨¢vez protest¨®, seg¨²n el relato de Porras, testigo de aquel momento. Los generales hab¨ªan cambiado las reglas de juego, de acuerdo con el mandatario, que se declar¨® desde entonces prisionero pol¨ªtico. "Tendr¨¢n preso a un presidente electo popularmente. Pero no voy a discutir eso. Hagan conmigo lo que quieran", dijo. Todo se dispuso para trasladarlo, bajo custodia, a la isla La Orchila. De los ¨²ltimos en despedirse fueron los dos obispos. Ch¨¢vez estaba emocionalmente quebrado. "Le brot¨® una l¨¢grima y nos dijo: 'Transmitan a todos los obispos que recen por m¨ª y les pido perd¨®n por no haber encontrado el mejor camino para un buen relacionamiento con la Iglesia. Denme su bendici¨®n". Sin m¨¢s, subi¨® a un veh¨ªculo y desapareci¨® de la vista de los dos prelados. Eran las 6.30 del 12 de abril.
El siguiente d¨ªa fue decisivo: el decreto anticonstitucional de Carmona alej¨® a los sectores moderados del levantamiento, moviliz¨® a los paracaidistas del general Isa¨ªs Baduel y activ¨® las manifestaciones oficialistas. Este periodista vivi¨® en el palacio de Miraflores las horas anteriores al triunfal regreso de Ch¨¢vez.
Soldados leales, polic¨ªas y edecanes se abrazaban en los salones de la retomada sede gubernamental cuando se anunci¨® la liberaci¨®n del l¨ªder. "Si no nos lo devuelven, esto se va a poner muy feo", advert¨ªa, minutos antes, el servidor de una ametralladora pesada. Aquellas 48 horas fueron feas, amargas, reveladoras de una polarizaci¨®n social todav¨ªa vigente en Venezuela.
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