Emociones feas
Propuso el otro d¨ªa el PP controlar las costumbres de los extranjeros que llegan a Espa?a, para ver si se amoldan a los h¨¢bitos espa?oles. ?A qu¨¦ costumbres se refer¨ªa exactamente Rajoy? Si una norma legal es vaga, se convierte en peligrosa porque da paso a la arbitrariedad de los funcionarios gubernamentales. Un periodista holand¨¦s, con una experiencia de veinte a?os en Espa?a, le pidi¨® en Madrid al coordinador del programa electoral del PP, Juan Costa, que le citara tres costumbres espa?olas, y Costa cit¨® una: los ni?os y las ni?as de Espa?a estudian juntos en las mismas aulas. El holand¨¦s pregunt¨® entonces si el PP iba a prohibir los colegios religiosos en que se divide a los ni?os por sexos. Costa consider¨® la duda holandesa un rasgo de ingenio y humor.
Yo no veo el humor. Un extranjero que llega a Espa?a, por trabajo o por gusto, est¨¢ obligado a cumplir las leyes espa?olas. No se le debe pedir m¨¢s, como a todos. Lo dem¨¢s es demagogia, como demuestra el modelo franc¨¦s que imita el PP. Nicolas Sarkozy dice: "No hay sitio en Francia para la poligamia, para la ablaci¨®n". Eso ya est¨¢ en el C¨®digo Penal. As¨ª que el control de costumbres m¨¢s all¨¢ de la ley vigente es superfluo. Es una proclama sensacionalista, destinada a promover emociones feas entre la gente, que, por reacci¨®n sentimental, se movilizar¨¢ contra la barbaridad extranjera, la poligamia y la mutilaci¨®n de mujeres, por ejemplo. Pero estoy hablando de los espa?oles, que me preocupan tanto como los extranjeros.
Cuando en una sociedad un grupo empieza a ser tratado de manera especial, todos los miembros de la sociedad corren peligro de sufrir el mismo trato. ?Pondr¨ªa el PP una polic¨ªa de costumbres para todos? ?Soy yo de costumbres espa?olas, tal como las entiende el PP? Javier Arenas, en San Fernando, en C¨¢diz, se declar¨® cien por cien de acuerdo con las ideas de su partido sobre inmigraci¨®n. ?Controlar¨ªa Arenas, adem¨¢s de las costumbres espa?olas, las costumbres andaluzas, o lo que ¨¦l entienda por costumbres andaluzas? Aunque hasta el PP parece haberse dado cuenta en los ¨²ltimos d¨ªas de lo vago e inviable de su limpieza costumbrista, estas cosas crean un clima moral que, adem¨¢s de ser inmoral, es antiest¨¦tico: dejan en el aire la idea de que el Gobierno puede vigilar las costumbres de los ciudadanos m¨¢s all¨¢ de lo que mandan el C¨®digo Civil, el C¨®digo Penal y la Constituci¨®n.
Otro momento importante de la precampa?a electoral lo marcaron las orientaciones pastorales de los Obispos del Sur y de Espa?a entera, que ratificaron las conocidas afinidades de la Iglesia cat¨®lica con la derecha radical. Veo normal la incomodidad de los partidos m¨¢s al centro y m¨¢s a la izquierda, pero Manuel Chaves ten¨ªa raz¨®n cuando dijo que los obispos pueden decir lo que crean conveniente. Y cualquiera, como hizo el propio Chaves, puede criticar a los obispos desde un punto de vista pol¨ªtico, e incluso desde un punto de vista cristiano. Pero otra cosa es negarles a los jerarcas cat¨®licos el derecho a hablar de pol¨ªtica. Esto es tan peligroso como el control de costumbres inventado por el PP. Se empieza a negarle al obispado el derecho a hablar de pol¨ªtica, y se pasa a los colegios profesionales o a los conjuntos musicales, y, por fin, a sus miembros.
Hay socialistas, incluso, que ligan las relaciones del Estado y la Iglesia cat¨®lica a la sumisi¨®n episcopal. Yo entiendo que la financiaci¨®n de esa Iglesia y el concordato con el Vaticano son incompatibles con la igualdad entre religiones en Espa?a, es decir, con el car¨¢cter aconfesional del Estado espa?ol, y para m¨ª es absolutamente improcedente que el Estatuto andaluz consagrara la excepcionalidad de la Iglesia cat¨®lica. Pero me parece amenazador para toda la ciudadan¨ªa tratar a los obispos como si fueran un grupo de teatro d¨ªscolo al que se le quitan las subvenciones si habla mal del partido gobernante.
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