Ni simple ni f¨¢cil
No ha sido simple ni menos f¨¢cil. Pertenezco al conjunto de escritores chilenos que vivi¨® en el pa¨ªs durante toda la dictadura de Pinochet y como una acci¨®n de salvataje cultural constituimos el "inxilio" o exilio interior. A lo largo de los a?os -m¨¢s de 30- pasamos desde la violencia como situaci¨®n cotidiana a la violencia del mercado producida por un neoliberalismo verdaderamente intensificado.
La cultura chilena con su diversidad de formas y de estilos ha tenido como trasfondo la densidad de una historia tr¨¢gica que ocupa una parte de los imaginarios sociales y se filtra en las producciones est¨¦ticas. El Estado, debilitado por las presiones del actual sistema, se reduce ante el despliegue incesante de un ultramercado que exige el endeudamiento perpetuo para trivializar los cuerpos y promover una cultura liviana y amn¨¦sica.
Todo transcurre en un pa¨ªs que puede ser considerado peque?o -aunque, en rigor, ning¨²n pa¨ªs es peque?o para sus habitantes- pero especialmente su ubicaci¨®n geogr¨¢fica, signada por la distancia o el Pac¨ªfico o la cordillera de los Andes, posibilita la operaci¨®n compensatoria de exacerbar un tipo de nacionalismo autocomplaciente que parece ser confirmado por la impresi¨®n de que vivimos un momento especialmente s¨®lido y auspicioso.
Aunque los Gobiernos de la Concertaci¨®n han conseguido disminuir la pobreza y mejorar los accesos b¨¢sicos, Chile es uno de los pa¨ªses que presenta una de las mayores desigualdades sociales en Latinoam¨¦rica y en el mundo. No se habla o, peor a¨²n, no importa, de la desastrosa pol¨ªtica en torno a los pueblos ind¨ªgenas que mantiene encarcelados a un grupo de lonkos ante sus reclamos por las tierras y la depredaci¨®n m¨¢s aguda que realizan los empresarios y las corporaciones.
Mientras se consolida la glorificaci¨®n del objeto y la adhesi¨®n m¨ªstica a la tecnolog¨ªa, millones de trabajadoras y trabajadores se debaten entre salarios precarios transados en un mercado que flexibiliza las condiciones del empleo hasta llegar a niveles francamente ofensivos.
Entre un arriba y un abajo y el afuera y el adentro los sistemas art¨ªsticos reproducen el tramado social. Parte importante de las producciones literarias se cursan en editoriales locales que sobreviven gracias a la obstinaci¨®n de sus due?os, que han entendido que tienen la funci¨®n cultural de sostener y preservar la numerosa literatura que no cabe en las empresas trasnacionales.
Pero las editoriales independientes -LOM, Cuarto Propio, RIL-, entre otras, no alcanzan a sustentar la avalancha de libros. La f¨®rmula de la autoedici¨®n o las editoriales transitorias abren otra l¨ªnea cultural que presagia, a su vez, la siguiente. Pero, igual que en otros pa¨ªses, no existen espacios de recepci¨®n para un n¨²mero considerable de libros. Y se agrega el fuerte centralismo de la capital, como si la posibilidad de ser escritor se consumara en Santiago o en el viaje a Santiago.
Se sabe que la empresa editorial ha sido empujada hasta el l¨ªmite y esa empresa, desde luego, empuja hasta el l¨ªmite las producciones para maximizar sus ganancias. En ese sentido -y quiz¨¢s sea la m¨ªa una afirmaci¨®n excesivamente pol¨¦mica- las editoriales m¨¢s poderosas de la era del libre mercado construyen libros-mercados. Lo que quiero expresar es que son las editoriales las que escriben ciertos libros, a su manera, seg¨²n el deseo de la moda y la moda de los deseos.
Chile es parte de ese proceso. Su mercado acotado pero solemne desencadena peque?as fiebres consumistas que producen la unanimidad y alimentan el ranking en que se funda el neoliberalismo. Las antiguas pol¨¦micas literarias en las que se examinaban las est¨¦ticas hoy se reducen a estrictas discusiones de poder establecidas desde criterios binarios: buenos y malos o usando una f¨®rmula conmovedoramente sencilla: winner y loser.
M¨¢s all¨¢ de una m¨ªmica vendedora, el poder literario no pasa por las utilidades concretas sino por elementos simb¨®licos. All¨ª se desarrolla una batalla que no es nueva aunque s¨ª m¨¢s vacua en su encarnizamiento. La hist¨®rica animosidad que rodea el espectro literario parece hoy consolidarse en una premisa: todos los que no son mis amigos son mis enemigos y ya sabemos que el n¨²mero de amigos siempre es acotado y que la amistad se quiebra.
Y sigue gravitando de manera constante la cuesti¨®n de g¨¦nero. Cuando se habla de g¨¦nero se piensa en la presidenta Michelle Bachelet como emblema de un "otro" momento para la mujer latinoamericana. Por supuesto, la elecci¨®n de la presidenta Bachelet es un contundente hito hist¨®rico pero tambi¨¦n han sido hist¨®ricos los ataques implacables que ha recibido por su condici¨®n de mujer hasta que la violencia de estos ataques consigui¨® afectar a su gesti¨®n. En el ¨¢mbito literario la mujer escritora es celebrada en tanto productora de escritos sentimentales que buscan relevar la heroicidad ante la adversidad del amor. Amores ejemplares, er¨®ticas sensatas que van directo a abastecer el mercado de mujeres. Pero, el trabajo con los signos o la indagaci¨®n en la complejidad de los sentidos sociales se resguarda celosamente como un territorio de dominaci¨®n masculina. La asimetr¨ªa de g¨¦nero, la desigualdad cr¨®nica entre los sexos es el campo en que se pone a prueba la noci¨®n misma de democracia, su imposibilidad.
Pero aunque no ha sido simple ni menos f¨¢cil, se escribe. Y eso es importante o apasionante o estimulante. Se escribe porque s¨ª o porque no. No importa. La letra fluye entre los enconos o los rencores o los amores y, fundamentalmente, a trav¨¦s de los pliegues y repliegues de la imperfecta e incesante historia. -
Diamela Eltit (Chile, 1949) es autora de novelas como Los vigilantes y Mano de obra
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.