El escritor disuelto en prosa
La obra de Robert Walser (1878-1956), tan extraordinaria y conmovedora, es extremadamente reacia al elogio. Ya Canetti, en La provincia del hombre, observ¨® que Walser "s¨®lo se somete a la brillantez de la grandeza, no a sus pretensiones. Se complace en contemplar esa brillantez sin tomar parte de ella". Walser, en efecto, se desv¨ªa siempre de cualquier emplazamiento en la distinci¨®n, temeroso de que pueda restringir su libertad. En La rosa escribi¨®: "Alabar me parece francamente trivial", y en uno de sus microgramas: "Ser elogiado, a?ad¨ª, me entontece". Esta moderaci¨®n perturba a¨²n m¨¢s al declarar que escribir, para ¨¦l, constituye "un intento de comportarse con genialidad". Comportarse, es decir, representar, pero no ser, que presupondr¨ªa una finalidad, o al menos un estado de permanencia. No obstante, todo esto no nos impide afirmar que Robert Walser es uno de los grandes escritores del siglo XX. Un escritor no declamatorio, no de amplios panoramas, sino de suaves t¨¢cticas de supervivencia, de m¨¦todos de invisibilidad para que el esp¨ªritu no pueda ser sofocado.
Con la publicaci¨®n del tercer volumen de los Microgramas, cuya edici¨®n ha costado diecisiete a?os de desciframiento, el lector espa?ol dispone de todos los textos narrativos que Robert Walser escribi¨®, a lo largo de casi diez a?os, en fajas de peri¨®dico, papel de embalar, formularios de Hacienda, telegramas, etc¨¦tera. Este tesoro es a¨²n inagotable, pues queda poes¨ªa y teatro. ?Es posible imaginar qu¨¦ aliento impulsaba a Walser a disolverse en la escritura? Las ¨²ltimas p¨¢ginas, correspondientes a los a?os 1932-1933, fueron escritas en la cl¨ªnica de Waldau. Pero, ya instalado en el manicomio, dej¨® de escribir; Walser saldr¨ªa de Waldau para ingresar en otra cl¨ªnica cerca de Herisau, donde logr¨® sin esfuerzo ser un interno mod¨¦lico al que le segu¨ªa gustando mucho salir a pasear. Muri¨®, ca¨ªdo sobre la nieve, la Navidad de 1956.
La figura de Robert Walser, cuyas huellas vitales "fueron tan leves que casi se han disipado", inevitablemente ten¨ªa que a?adirse a la po¨¦tica an¨ªmica de Sebald, experto en documentar no la biograf¨ªa de un hombre, sino su sombra, no los repertorios de la memoria, sino la fatal disposici¨®n al olvido. El ensayo que Sebald dedica a la leyenda del escritor recluido -pues su biograf¨ªa, como su obra, "se sustrae a todo tratamiento sistem¨¢tico"- est¨¢ hecha de tanteos, desviaciones, delicadeza y apropiaci¨®n. Se aproxima a Walser consciente de que su personalidad singular, a¨²n hoy no explicada, no puede ser reducida a palabras, pese a ser un escritor disuelto en prosa. "C¨®mo", se pregunta Sebald, "se puede comprender a un autor que estaba tan acosado por las sombras y que, con independencia de ello, esparci¨® por todas partes la luz m¨¢s amable". No hay respuesta; de haberla, Walser quedar¨ªa reducido a un caso cl¨ªnico, a una anomal¨ªa, cuando lo cierto es que se trata, justamente, de una naturaleza en radiante estado de generosidad, aunque el escritor no tuviera d¨®nde caerse muerto. Sebald considera que los textos de Escrito a l¨¢piz se acreditan como "documentos de una aut¨¦ntica emigraci¨®n interior" que lo llevaron a no volver a escribir en sus a?os de reclusi¨®n. Walser es siempre m¨¢s sagaz que sus ex¨¦getas, y en ese mar de est¨ªmulos que es Escrito a l¨¢piz siempre se halla, sin sondear mucho, una r¨¦plica que desmonta la tentativa de convertirlo en fetiche de nuestras obsesiones: "A m¨ª siempre me ven con agrado en todas partes porque, en cierto sentido, me he hecho socialmente inaceptable".
Sebald recuerda aquella apreciaci¨®n de Benjamin, seg¨²n la cual cada frase de Walser tiene por objeto hacer olvidar la anterior. As¨ª pues, se trata de una prosa no sometida por la forma, a la que no se le puede atribuir ninguna adherencia a la memoria, sino que fluye en prodigiosos meandros y se escabulle del lector que quiera extraerle alg¨²n sentido. Pero esto, que se dir¨ªa un fracaso de la permanencia que gu¨ªa a todo escritor, en Walser act¨²a con el br¨ªo de una sedosa discrepancia, para evitar que se incruste la sombra de una certeza: "Las frases, de manera an¨¢loga a las personas, parecen obligadas a sentirse satisfechas con su destino, y los destinos descansan, impenetrables, en el seno del tiempo". Ning¨²n escritor ha sido m¨¢s pr¨®digo en el agradecimiento de estar vivo ni m¨¢s absorbente a las gracias que deparan las palabras y la imaginaci¨®n y nos permiten, por efecto de su libre fluencia, ser en ese instante lo que queramos ser, al margen de la propia euforia o de la propia desesperaci¨®n. Las casi mil p¨¢ginas que conforman Escrito a l¨¢piz se ofrecen como el acceso, abierto a todas horas, a un talento sin ambici¨®n que, con sus vagabundeos y enso?aciones, nos libera fulminantemente de los embrollos ¨¦ticos y de la mezquindad biogr¨¢fica. No leer a Robert Walser ser¨ªa ejercer la rencorosa petulancia de rechazar el m¨¢s hermoso de los regalos.
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