Una tierra con pueblo
A principios del siglo XX un periodista jud¨ªo de nacionalidad brit¨¢nica, Israel Zangwill, populariz¨® uno de los grandes esl¨®ganes del sionismo conquistador: "Una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra"; lo que implicaba que en Palestina, dividida en varias provincias, conocida como Siria del Sur, y perteneciente al imperio otomano, estaba all¨ª, sin poblaci¨®n significativa, literalmente esperando que "un pueblo sin tierra", l¨®gicamente el jud¨ªo, que hab¨ªa morado en aquellos parajes dos mil a?os antes, volviera a reclamar lo que nunca hab¨ªa dejado de ser suyo. Ya se sabe que los esl¨®ganes suelen tratar la verdad con desenvoltura, pero es que el de Zangwill frisaba en la desfachatez.
La limpieza ¨¦tnica de Palestina
Ilan Papp¨¦
Traducci¨®n de Luis A. Noriega
Cr¨ªtica. Barcelona, 2008
384 p¨¢ginas. 26,95 euros
La Palestina de principios del siglo pasado ten¨ªa para lo que hoy son unos 25.000 kil¨®metros cuadrados cerca de un mill¨®n de habitantes, m¨¢s del 90% de ellos ¨¢rabes, a pesar de que ya se hab¨ªa producido una primera aliyah -subida o ascensi¨®n- de inmigraci¨®n jud¨ªa a la zona; es decir, ten¨ªa 22 o 23 habitantes por kil¨®metro cuadrado, lo que para un pa¨ªs agr¨ªcola de antiguo r¨¦gimen era una concentraci¨®n humana todo menos invisible. Posteriormente, se ha argumentado que lo que se quer¨ªa decir era que no hab¨ªa "un pueblo" en el sentido pol¨ªtico del t¨¦rmino, declaraci¨®n que, de tan oscura, desaf¨ªa cualquier r¨¦plica.
Ilan Papp¨¦ es, seguramente, el m¨¢s representativo de los historiadores israel¨ªes llamados revisionistas, los que, comenzando con la obra de Benny Morris a fin de los a?os ochenta, reescribieron la historia, sobre todo, de los tiempos fundacionales del Estado de Israel en contra de los textos escolares, que a¨²n hoy d¨ªa sostienen que siete ej¨¦rcitos ¨¢rabes -Goliat- cayeron sobre el David israel¨ª en "la guerra de independencia" (1947- 1948), y que si algo m¨¢s de 700.000 palestinos abandonaron sus hogares, se hab¨ªa debido a la lucha, siempre en contra de los deseos israel¨ªes, que les exhortaron a permanecer. Los siete ej¨¦rcitos, en cambio, eran una turba descoordinada y desequipada, claramente inferior en n¨²mero a sus adversarios, y el Plan Dalet, puesto en pr¨¢ctica por el ej¨¦rcito jud¨ªo en la guerra, lo hizo todo, sin excluir en algunos casos la masacre, para que los palestinos comprendieran que lo mejor que pod¨ªan hacer era poner los pies en polvorosa.
Todo esto es ya casi un lugar com¨²n fuera de Israel, e incluso en el Estado sionista una parte creciente del p¨²blico admite que las cosas fueron m¨¢s o menos as¨ª, por lo que Papp¨¦ s¨®lo se diferencia de otros revisionistas en que, aparentemente, ha dejado de ser sionista y, por ello, sus juicios son mucho m¨¢s duros, y sobre todo, morales y pol¨ªticos. Y as¨ª, el autor, aunque completa datos, revisa casos, matiza cuestiones, no cuenta una historia fundamentalmente distinta de la que conocemos de obras -suyas y de algunos de sus colegas- salvo en que formula la terrible acusaci¨®n de que la guerra para la fundaci¨®n del Estado fue una "limpieza ¨¦tnica", t¨¦rminos de indigna recordaci¨®n por los recientes desafueros balc¨¢nicos.
Papp¨¦ sigue casi cronol¨®gicamente la narraci¨®n desde que el 10 de marzo de 1948 un pu?ado de l¨ªderes civiles y j¨®venes militares pon¨ªan a punto el Plan Dalet, en sucesivas etapas; primero, los centros urbanos donde 250.000 palestinos fueron convencidos por la fuerza de los hechos, como la matanza de Deir Yassin -el 9 de abril, de algo menos de un centenar de aldeanos- de que les conven¨ªa huir, fase que culminaba a fin de ese mismo mes; entre fin de marzo y el 15 de mayo, fecha de la proclamaci¨®n del Estado de Israel, se produc¨ªa el despeje de 200 localidades menores y la zona de Jaffa con otros cientos de miles de expulsados; y cifras algo menores se daban en el resto del pa¨ªs hasta el 11 de junio, en que se acordaba un alto el fuego. Posteriormente s¨®lo quedar¨ªa por hacer sitio -purificar, tihur en hebreo, es el t¨¦rmino utilizado entre otros, en el plan- en el desierto del Negev, poblado sobre todo por beduinos.
La l¨®gica del Plan Dalet era implacable. El plan de la ONU para el reparto de Palestina, que asignaba el 56% de la tierra a los jud¨ªos, el 42% a los ¨¢rabes y el 2% restante para el enclave internacional de Jerusal¨¦n, que hab¨ªa sido rechazado por la poblaci¨®n aut¨®ctona y los Estados ¨¢rabes, situaba igual n¨²mero de palestinos que de hebreos en territorio sionista, as¨ª como dejaba una importante minor¨ªa jud¨ªa en la parte ¨¢rabe, lo que, desde el punto de vista de la construcci¨®n del Estado de Si¨®n, resultaba virtualmente imposible, al menos si se quer¨ªa mantener alguna apariencia democr¨¢tica. Sin la guerra, que desencadenaron los ¨¢rabes, no habr¨ªa habido, por tanto, Estado de Israel, al menos como lo conocemos.
La cuesti¨®n principal permea toda la obra, sin que el autor dude en ning¨²n momento de que Dalet fue una operaci¨®n de limpieza ¨¦tnica; en otras palabras, la creaci¨®n de un contexto en el que los palestinos debieran huir o fueran directamente expulsados manu militari, aunque con un derramamiento de sangre, relativamente contenido. En Palestina no hubo Srebrenica. Pero la tierra qued¨® con muchos menos pobladores ¨¢rabes que antes -de casi un mill¨®n los palestinos pasaron a 150.000- pero todav¨ªa habr¨ªan sido demasiados para que el eslogan de Zangwill ni remotamente se aproximara a la verdad. -
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