Los verdugos
Ha sido necesario que muriese un guionista genial para que se hable bien durante unas horas del cine espa?ol. Creo que con tres o cuatro difuntos m¨¢s vamos hacia una cinematograf¨ªa de puta madre. Espa?a es el ¨²nico pa¨ªs donde existe un lobby para arremeter contra el propio cine. Y, de paso, como su maquinaria es pesada, pues acomete la tarea patri¨®tica de demoler todo lo que inquieta en la factor¨ªa cultural. Una de las corrientes m¨¢s curiosas en nuestra historia de las ideas es este espa?olismo antiespa?ol. El ¨²ltimo fest¨ªn lic¨¢ntropo (Chez Losantos, Anson, Drag¨® et altrii) fue la gran parrillada de los "untados". A?os ha, en Chez Camilo, se horne¨® en estatua a los 100 novelistas de Carmen Romero. En realidad, es una vieja tradici¨®n. Manducar al intelectual y al toro. Los sesos, la lengua, el rabo. En su tiempo, tambi¨¦n a Valle-Incl¨¢n lo trataron de untado por su amistad con Aza?a, ¨¦l que le hab¨ªa escrito en una carta a un colega: "Me convendr¨ªan mucho ahora algunas pesetas para poder comprarme un brazo" (Valle-Incl¨¢n in¨¦dito). Se han invocado muchas razones para escribir, pero nunca hab¨ªa le¨ªdo algo tan convincente. Escribir para comprarse un brazo. Valle-Incl¨¢n tambi¨¦n ten¨ªa claro el lugar del escritor: "Siempre con la pareja de la Guardia Civil detr¨¢s, como los gitanos". Los j¨®venes vuelven a pedir El verdugo. Quieren verla. Azcona nos dijo un d¨ªa que en El verdugo no hab¨ªa una intencionalidad pol¨ªtica, sino que era la historia del hombre que no sabe decir que no. Y que ¨¦se era el verdadero drama del ser humano. En algunos lugares de Espa?a vuelven a darse brotes xen¨®fobos contra ciudadanos de etnia gitana. A un l¨ªder del progrom en ciernes, en Pontevedra, le preguntan en p¨²blico si es racista y ¨¦l contesta sin cortarse: "?S¨ª!". El hombre que no sabe decir no. La miserable historia de los verdugos en potencia.
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