El muerto invisible del Rastro
El cad¨¢ver de un 'sin techo' pasa un d¨ªa sentado en un banco del mercadillo
Alfredo emergi¨® del igl¨² de mantas a las nueve de la ma?ana del ¨²ltimo domingo de 2007. Mario ya se hab¨ªa incorporado y estaba, algo encorvado y con la cara sujeta entre las manos, sentado en un banco. Emilio ya se hab¨ªa marchado. Los primeros puestos del Rastro colonizaban la acera de la Ribera de Curtidores. "Adi¨®s", recuerda Alfredo que dijo antes de arrastrar su carrito. Mario no contest¨®. Estaba muerto. Se qued¨® en la misma postura, erguido e inm¨®vil, hasta las diez de la noche.
El pasado 30 de diciembre miles de personas vieron un cad¨¢ver por primera vez en su vida. Pero nadie se dio cuenta de que Mario Ramiro Vargas, de 49 a?os, no se mov¨ªa porque hab¨ªa dejado de respirar. Hasta que regres¨® Alfredo -uno de los dos compa?eros con los que dorm¨ªa Mario- de sus "negocios", 13 horas despu¨¦s, nadie avis¨® a los servicios sociales de lo que hab¨ªa ocurrido.
Despu¨¦s de buscar por las basuras miraba en Internet el valor de su bot¨ªn
Mario ten¨ªa un hijo de 10 a?os y hab¨ªa trabajado de taxista durante 22 a?os
Mario llevaba tres a?os durmiendo en la calle. Era miembro de una numerosa, creciente y heterog¨¦nea cofrad¨ªa que la ONG Solidarios cifr¨® a principios de marzo, mediante meticuloso recuento, en 621 individuos. ?stos son los que, a pesar de la recientemente clausurada "campa?a contra el fr¨ªo" municipal, prefieren dormir al raso en el centro de Madrid. D¨ªgito que, una vez derretido el term¨®metro invernal, puede subir hasta los 2.200. El n¨²mero de Solidarios se desglosa en un 72% de hombres y un 11,6% de mujeres. ?Y el resto? "?sos no se sabe, porque estaban dormidos y tapados hasta la coronilla", explican desde la ONG. Adem¨¢s, el 44,8% son espa?oles y el 55,2%, extranjeros. Por cierto, el 12% tiene estudios superiores.
Las cifras municipales de su campa?a invernal se har¨¢n p¨²blicas el pr¨®ximo 21 de este mes. Necesitan procesar los datos, dicen. "Estas cosas no se hacen as¨ª como as¨ª", explica, muy pedag¨®gico, un portavoz. Adem¨¢s, deben cuadrar las agendas de los distintos cargos responsables de este asunto.
Mario dejaba un ni?o hu¨¦rfano de 10 a?os y dos vidas muy distintas. La primera tiene muchos a?os, 46, y para la gente que le trat¨® en la recta final, pocos cap¨ªtulos: "Un piso, una mujer y un trabajo como taxista durante 22 a?os", resume una de las voluntarias que le escuchaba y le llevaba caf¨¦ o caldo antes de dormir. Despu¨¦s, parece, perdi¨® su licencia de conducir y su matrimonio se disolvi¨®. Se qued¨® sin nada. Beb¨ªa cada vez m¨¢s. Hasta que acab¨® en la calle.
Mario, que al principio se avergonzaba de su situaci¨®n, se fue integrando en las liturgias de la calle. Se hizo compinches. Dos hombres tambi¨¦n de mediana edad, Alfredo y Emilio. Un tr¨ªo "muy cachondo", seg¨²n la voluntaria de Solidarios que compart¨ªa sus confidencias. Por la ma?ana, recog¨ªan sus cosas y las escond¨ªan. Las mantas, sobre todo. Despu¨¦s iban a las calles de los barrios m¨¢s acomodados para recoger objetos abandonados en las basuras.
Emilio, que estudi¨® ingenier¨ªa y se autoproclam¨® cabecilla del tr¨ªo, se enter¨® de que hay una p¨¢gina de Internet que tasa cualquier objeto. As¨ª, despu¨¦s de su b¨²squeda diaria del bot¨ªn por las basuras, los tres compa?eros se met¨ªan en un locutorio para consultar el valor de sus nuevas adquisiciones.
El siguiente paso era acercarse a un banco de piedra del Rastro. All¨ª est¨¢ el negocio de Mar¨ªa. C¨¦lebre para buena parte de los indigentes que se buscan la vida en Madrid, Mar¨ªa tiene la sana costumbre de no aprovecharse de la situaci¨®n de sus proveedores. Generalmente, dicen quienes acuden a ella, da un precio razonable por la mercanc¨ªa que le traen. Despu¨¦s, ella revende los objetos a otros comerciantes del mercadillo.
Pero Alfredo, Emilio y Mario ten¨ªan, adem¨¢s, otra f¨®rmula para buscarse la vida. Las cosas que nadie les compraba las guardaban -Alfredo a¨²n lo hace- en un carrito e intentaban venderlas en alguno de los mercadillos clandestinos de Latina. Una suerte de minizocos con compradores y vendedores fuera del sistema econ¨®mico.
Alfredo, ahora, se ha quedado solo. Mario muri¨®. Y Emilio, despu¨¦s del fallecimiento de su compa?ero, decidi¨® intentar regresar a la vida convencional. Ingres¨® en un centro de desintoxicaci¨®n al alcohol. Un requisito previo que su familia, due?a de varias peleter¨ªas en Madrid, le exig¨ªa para ayudarle econ¨®micamente.
Mario tambi¨¦n lo intent¨®. ?l y Alfredo fueron hasta la tienda de la hermana del primero para pedirle ayuda. Pero, cuenta Alfredo, no consiguieron nada.
Alfredo, el superviviente, no se plantea salir del c¨ªrculo de la calle. "La calle te marca, se impregna y es imposible encontrar trabajo. As¨ª, es imposible ganar dinero y, por tanto, salir de la calle". ?sta era la tesis de Mario, que estaba de un humor oscuro las semanas previas a su muerte. Ya no ve¨ªa ninguna salida a su situaci¨®n. Ya no fantaseaba con una nueva oportunidad.
Alfredo, de vez en cuando, acude a los ba?os p¨²blicos y se asea por 15 c¨¦ntimos. Mario ya ni se lavaba. Tampoco consent¨ªa en acudir a los servicios sociales. Y Alfredo se enfadaba, le dec¨ªa que se estaba abandonando. Mario replicaba que quien le hab¨ªa abandonado era el resto. Que le despreciaban. Que no le hac¨ªan caso.
"El sal¨®n de butacas"
Marta duerme en la Gran V¨ªa de San Francisco. Concretamente, en el Centro Abierto del Ayuntamiento, justo enfrente de la iglesia. La gran ventaja del lugar es que uno puede llegar y marcharse a cualquier hora. El peque?o inconveniente es que no hay camas. Los indigentes duermen en un sal¨®n lleno de butacas reclinables. "El sal¨®n de butacas", en bautismo de Marta, una mujer argentina que lleva siete a?os en la calle. No es el ¨²nico de esas caracter¨ªsticas en la ciudad. Para dormir en sus sillas es necesario "que te den un vale en los servicios sociales", explica, ya por la ma?ana, una de sus usuarias.
De aficiones peculiares en su contexto -es una mujer culta a la que es frecuente ver leyendo y sin beber ni una gota de alcohol-, Marta acude sobre las diez de la noche al centro. All¨ª, en una larga mesa de comedor, se sienta a ver la pel¨ªcula. "?Psssss, callad, que est¨¢ muy interesante!", exclama. Y despu¨¦s revela que es una de misterio. As¨ª que esa noche, la del pasado mi¨¦rcoles, no se puede hablar con ella.
Marta prefiere dormir sin tumbarse antes que abandonar la calle antes de las nueve de la noche, el horario de cierre de los albergues con camas. La noche es un momento clave para los habitantes de la calle. Es a la hora en la que la gente tira las cosas a la basura. La hora en la que cierran los comercios y sacan sus sobras a los contenedores. Un momento clave del d¨ªa.
Por eso, el albergue del padre Enrique tiene tanto ¨¦xito. Este lugar s¨ª tiene jergones para dormir y no cierra en toda la noche. Pero su capacidad es de 50 plazas. "En ocasiones, all¨ª se hacinan hasta 200 personas", denuncia una voluntaria de la ONG Solidarios. "Ocupan hasta las escaleras de acceso", insiste. El responsable argumenta que prefiere esa masificaci¨®n a negarle el techo a cualquiera de los que van all¨ª en busca de refugio.
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