No somos ni socialdem¨®cratas
Yo me averg¨¹enzo de mis pecados, claro est¨¢, pero tambi¨¦n de los de mi especie, de la "naturaleza humana" que acarreo. De esa especie, por ejemplo, que ha sido incapaz de dotarse de un sistema econ¨®mico un poco menos bestia que el puro y duro darwinismo social, donde prospera siempre el m¨¢s fuerte. Y que cuando lo ha intentado -con el comunismo, por ejemplo- pronto se transform¨® en una burocracia tan cruel como ineficiente: en eso acab¨® el marxismo en nuestras manos.
Hoy, a toro pasado, resulta f¨¢cil decir que es l¨®gico que fracasara aquella cura de caballo marxista dogm¨¢tica y mesi¨¢nica. Pero no es solamente eso lo que ha fracasado. Igual han sucumbido en este mundo los intentos m¨¢s "realistas" y comedidos como las curas paliativas keynesianas, socialdem¨®cratas o reformistas, que s¨®lo han prosperado para seguir alimentando esa especie de neoliberalismo que padece nuestra especie.
Nuestra naturaleza humana no est¨¢ a la altura de nuestros ideales
En mi ¨¦poca universitaria a los socialdem¨®cratas se les llamaba "socialtraidores". Luego, cuando se comprob¨® que la Revoluci¨®n no era una necesidad cient¨ªfica ni hist¨®rica, muchos comunistas comenzaron a llamarse, ellos ahora, socialdem¨®cratas, al tiempo que a?ad¨ªan el verde al colorado. Y no puede faltar mucho, pienso yo, para que esos que se atreven a¨²n a llamarse "progresistas" vengan a identificarse simplemente como "optimistas". C¨¢ndidos y voluntaristas unos, c¨ªnicos o resentidos otros, pero al fin y al cabo no m¨¢s que optimistas.
Lo que en cualquier caso parece es que nuestra constituci¨®n, eso que llamamos la naturaleza humana, no est¨¢ a la altura de los ideales que ella misma ha ido secretando y proclamando. Nuestra inercia emocional, formada a lo largo de los siglos, sigue siendo lo que es, sigue estando donde estaba, y no parece sintonizar f¨¢cilmente con nuestros proyectos racionales o morales.
Tratar¨¦ de explicarme tomando como ejemplo: 1) nuestro comportamiento como padres y 2) el comportamiento del propio Marx como suegro.
1. Hab¨ªamos dejado de creer en la utop¨ªa de una sociedad justa, equitativa y saludable donde todos los hombres ser¨ªan iguales por decreto. Pero ¨¦ramos, a¨²n ¨¦ramos, al menos ¨¦ramos socialdem¨®cratas. Hab¨ªamos rebajado el nivel de nuestros ideales pero no hab¨ªamos renunciado a ellos. Si no era posible la absoluta justicia e igualdad entre los hombres -"a cada uno seg¨²n sus necesidades, etc¨¦tera"- s¨ª cab¨ªa aspirar a una igualdad de oportunidades: a que la salida al menos fuera igual para todos, que todos tuvieran la misma educaci¨®n, las mismas oportunidades, las mismas chances.
Pero ah¨ª estaba esa naturaleza humana dispuesta a defenderse con u?as y dientes: para desmentir con nuestra conducta, punto por punto, la m¨¢s m¨ªnima convicci¨®n socialdem¨®crata. ?Acaso no invertimos en la educaci¨®n de nuestros hijos para que sepan m¨¢s que los otros? Para que no salgan del mismo punto de partida ni en las mismas condiciones; para que dispongan de una "ventaja competitiva"; para que obtengan unos t¨ªtulos cuyo valor, como siempre, es precisamente su escasez. Cuando todos tienen ya la licenciatura, los nuestros han de tener un m¨¢ster; cuando los otros tengan ya el m¨¢ster, les enviaremos a especializarse a Estados Unidos. A¨²n queremos que aprendan ingl¨¦s porque la mayor¨ªa no lo hablan, pero por poco que tengan ¨¦xito los proyectos de generalizar esta lengua, les ense?aremos a los nuestros alem¨¢n, ¨¢rabe o chino: cualquier cosa que los otros no tengan a¨²n; lo que sea para que los otros no dispongan del mismo acopio de recursos y munici¨®n que los nuestros.
Pensamos como socialdem¨®cratas, en efecto, pero actuamos como ventajistas.
2. La relaci¨®n de Marx con su yerno Paul Lafargue me sirve de segundo ejemplo. Paul Lafargue es el autor de un libro magn¨ªfico titulado Elogio de la pereza: el ¨²nico texto marxista que se atrevi¨® a enfrentarse al culto al trabajo -"el h¨¦roe laboral frente al malvado capital"- que impregna desde el principio la ideolog¨ªa marxista. Lafargue result¨® ser un joven mestizo antillano que se enamor¨® de una hija de Marx con la que acabar¨ªa cas¨¢ndose, conspirando en Barcelona y por fin suicid¨¢ndose junto a ella. Pero de momento era s¨®lo un pretendiente que solicitaba a Marx permiso para salir con su hija. Y si no recuerdo mal, la respuesta por carta de Marx, tan bestia como enternecedora, viene a decir: "No crea usted, se?or m¨ªo, que yo tenga nada contra los mestizos, pero debe usted comprender que mi hija es una se?orita decente y decorosa, acostumbrada a las relaciones formales y morigeradas que caracterizan a los pa¨ªses civilizados. Y yo temo que la excesiva pasi¨®n propia de pa¨ªses m¨¢s calientes y con mayor promiscuidad que en Europa puedan chocar a mi hija y atentar a su natural modestia".
Descubrimos aqu¨ª un pap¨¢ preocupado por la doncellez de su hija, igual que andamos nosotros preocupados en dar a nuestros hijos m¨¢s recursos y oportunidades que a los dem¨¢s. Y no, ni Marx es xen¨®fobo ni nosotros de derechas; ni ¨¦l es un puro victoriano, ni nosotros meros neoliberales. Es nuestra maldita condici¨®n, nuestra tan enternecedora como cruel obsesi¨®n por las cr¨ªas, las que hablan y sobre todo act¨²an por nosotros.
Xavier Rubert de Vent¨®s es fil¨®sofo.
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