?msterdam libra de la tala el ¨¢rbol de Ana Frank
El casta?o evocado en el c¨¦lebre diariose salva gracias a una iniciativa popular
Antes de convertirse en la reserva verde de la Tierra, los ¨¢rboles ya representaban la esencia de la vida entre los chinos, hind¨²es y celtas. Para Ana Frank, la ni?a jud¨ªa autora del famoso diario, s¨®lo hubo un ¨¢rbol importante: un casta?o de Indias que vio florecer a trav¨¦s de una ventana durante el tiempo que pas¨® encerrada con su familia en ?msterdam.
Atacado hoy por un hongo, dicho ejemplar acaba de ser salvado de la tala gracias a la iniciativa popular y a una estructura met¨¢lica que le impedir¨¢ caerse. Han sido dos a?os de lucha c¨ªvica que lo han transformado en el s¨ªmbolo de la memoria de la v¨ªctima m¨¢s conocida del Holocausto.
El vegetal ha cumplido 170 a?os y sigue en pie en un patio interior
El casta?o de Ana Frank ha cumplido 170 a?os y sigue en pie en un patio interior del centro hist¨®rico de los canales de ?msterdam. All¨ª, en la Casa de Atr¨¢s, un trastero de la oficina de su progenitor, se ocult¨® la ni?a con su familia (sus padres, Otto y Edith, y su hermana, Margot) y otros cuatro amigos. S¨®lo Otto Frank regres¨® de los campos de concentraci¨®n para descubrir, junto al vac¨ªo de su tragedia personal, el verdadero car¨¢cter de su hija reflejado en su diario. "C¨®mo pod¨ªa yo imaginar que significara tanto para ella el cielo azul, las gaviotas y mirar ese ¨¢rbol", dijo en su primer discurso, pronunciado en 1968. Fue una doble sorpresa. Ana ten¨ªa 13 a?os al ocultarse y casi 15 al morir, y el diario revel¨® al padre la ¨²nica -y literal- ventana al exterior encontrada por ella durante el estallido adolescente.
Estaba en el desv¨¢n, y cuando se llega a ese rinc¨®n de la casa, hoy convertida en uno de los museos m¨¢s visitados del mundo, se comprende el b¨¢lsamo que debi¨® suponer la contemplaci¨®n del casta?o. M¨¢s alto incluso que el edificio, sus ramas ocupan todo el cristal como en una gran fotograf¨ªa. Lo bastante cerca como para mostrar el curso de las estaciones, fue a su vez una especie de confidente. "Casi cada ma?ana voy al ¨¢tico para respirar, y desde mi lugar favorito en el suelo, miro al cielo y al casta?o pelado. Los dos miramos el cielo azul, el casta?o sin hojas con sus ramas llenas de gotitas resplandecientes", dej¨® escrito el 23 de febrero de 1944. Su acompa?ante de esos momentos era Peter van Pels, un chico jud¨ªo que perecer¨ªa en Mauthausen en 1945. A ella le pareci¨® al principio un poco arrogante, pero luego se acabar¨ªan enamorando.
"Imag¨ªnese todas esas vivencias al abrigo metaf¨®rico del casta?o. Aunque est¨¢ enfermo, resistir¨¢ unas d¨¦cadas m¨¢s con una poda controlada, los caballetes de refuerzo desde el suelo y el anillo de acero que le hemos puesto". As¨ª zanja Helga Fassbinder la evocaci¨®n de la vida en la Casa de Atr¨¢s. Urbanista de profesi¨®n, es la presidenta de la Fundaci¨®n en Apoyo del ?rbol de Ana Frank y ha negociado con el Ayuntamiento para evitar la tala. El Consistorio ya sane¨® la tierra del patio hace una d¨¦cada. Ahora, con la mitad del ¨¢rbol atacado por el hongo y por una polilla que seca sus hojas, lo consideraba irrecuperable. "Est¨¢ en un jard¨ªn particular y el due?o tambi¨¦n quer¨ªa cortarlo para evitar demandas si llegaba a caerse. En mi opini¨®n, pesaba asimismo el deseo de la propia Casa Museo de Ana Frank de ampliar por ah¨ª sus instalaciones", a?ade. Los responsables de esta ¨²ltima, guardiana del legado de la peque?a autora, declinan hacer comentarios sobre el asunto. Prefieren poner al d¨ªa su p¨¢gina web certificando que el casta?o se mantendr¨¢ en pie con ayuda de unos soportes. "El trabajo costar¨¢ unos 100.000 euros, llegados de donaciones privadas y, en parte, del trabajo hecho de forma gratuita. El mantenimiento sumar¨¢ otros 10.000 euros anuales que estamos buscando", a?ade Fassbinder.
"Nuestro casta?o est¨¢ en flor de arriba abajo. Adem¨¢s, est¨¢ lleno de hojas y mucho m¨¢s bonito que el a?o pasado", escribi¨® Ana el 13 de mayo de 1944. Tres meses despu¨¦s, los nazis se los llevaron a todos. Ayer, las hojas empezaban a asomar de nuevo y el ¨¢rbol inundaba otra vez su ventana favorita.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.