Lleg¨® el d¨ªa del juicio (2? parte)
Lleg¨® el d¨ªa del juicio y hubo que testificar contra el ladr¨®n al que sorprendimos intentando entrar a robar en uno de los pisos de mi finca. Ya desde que uno llega a los juzgados en el paseo de Llu¨ªs Companys, el edificio brilla por su obsolescencia y el gris de la fachada le cae encima como un presagio de lo que le espera.
Nos hab¨ªan dicho que tendr¨ªamos que rendir declaraci¨®n e identificar al tipo, as¨ª que uno se imagina, como en las pel¨ªculas, una pantalla donde se puede observar al ratero, pero ¨¦l no puede ver a su denunciante y que las dos partes entrar¨¢n por puertas distintas, pues s¨®lo as¨ª tendr¨ªa sentido pedir el anonimato. La realidad es que uno sube por un ascensor que rechina como casa embrujada y llega a un pasillo com¨²n, tal cual romer¨ªa, donde convergen el aparato judicial y el perjudicial: jueces y abogados vestidos de toga entrando y saliendo por distintas puertas, presuntos delincuentes con cicatrices en el rostro y miradas turbias, hombres y mujeres cabizbajos esperando escuchar su nombre, familiares de implicados con caras largas mirando el reloj, de pie la Guardia Urbana y los Mossos d'Esquadra listos para testificar.
Dos mujeres van a juicio para denunciar a sus parejas
Mi acompa?ante llega unos minutos antes, lo cual le salva de toparse cara a cara con el ratero y entra a la sala del juicio. Yo lleg¨® unos minutos m¨¢s tarde de la hora citada y veo al hombre en cuesti¨®n, por lo que me escabullo sumergiendo la cabeza en el abrigo. Descubro a los mossos que lo aprehendieron y los saludo. Ellos me advierten: "Ah¨ª est¨¢ el hombre. V¨¢yase a otra parte. Que no la vea con nosotros o la identificar¨¢".
Siguiendo la recomendaci¨®n de los mossos, me escondo en la sala contigua pensando en haberme puesto mejor una m¨¢scara de El Santo, h¨¦roe de la lucha libre a quien nunca en combate le pudieron desenmascarar. Ser¨ªa muy efectiva en una situaci¨®n como esta. Mientras espero, escucho las penurias de dos mujeres que por un a?o han tenido que asistir a juicio por denunciar a sus parejas que las golpeaban. Al lado, otra mujer llora porque su hijo est¨¢ preso y a la polic¨ªa se le olvid¨® sacarlo de la c¨¢rcel para llevarlo al juicio de ese d¨ªa y grita desesperada: "?Lleva seis meses en la c¨¢rcel y ustedes ni se enteran!". Familiares de acusados intentan amotinarse contra las negligencias en sus casos. Dentro, mi acompa?ante tambi¨¦n espera y me hace una llamada al m¨®vil:
-Aqu¨ª va todo muy lento, todav¨ªa no me ponen la pantalla protectora -me dice.
-Ya he visto al ladr¨®n. S¨ª es ¨¦l, pero no me ha reconocido -le contesto.
En el pasillo, el ladr¨®n se pasea nervioso. Echa una mirada a otro pasillo donde salen los funcionarios para convocar el pr¨®ximo caso. Se mete las manos en su chaqueta de piel, las saca. Se toca la cara y se pasa la mano por el cabello. Es un argelino que, para no levantar sospechas cuando entraba a robar en las fincas del Raval, sol¨ªa vestirse con aspecto de vendedor de seguros.
Comienza el juicio y se encuentran ah¨ª todas las partes involucradas. Han colocado una mampara improvisada de tama?o mediano entre uno y otro, que si el ladr¨®n lo hubiera deseado, pod¨ªa tranquilamente asomarse y saludarle. No es un artefacto hecho para gente alta, pues a mi acompa?ante le asomaba la mitad de la cabeza, as¨ª que el joven coleccionista de lo ajeno, ya sabe que su denunciante se est¨¢ quedando calvo.
El juicio comienza y el juez pregunta al testigo: "?Es usted el vecino que vive en el piso tal, puerta tal, en la calle tal?". Dando todos los pormenores de su direcci¨®n. ?Menuda indiscreci¨®n! Si por alguna raz¨®n el ladr¨®n no ten¨ªa idea de quien fue el vecino que avis¨® a la polic¨ªa, ahora sabe el lugar exacto donde encontrarle.
Con tanto tropez¨®n, uno se arrepiente de haber hecho la denuncia y ni pensar en faltar al juicio, porque saldr¨ªa m¨¢s perjudicado que el ladr¨®n con una multa de hasta 5.000 euros, que, entonces s¨ª, tendr¨¢ que robar para poderla pagar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.