La elocuencia de las paredes
Muchas veces se ha dicho, en tono sigiloso, que las paredes tienen o¨ªdos. Pero habr¨ªa que a?adir a esa recomendaci¨®n de cautela que en algunas ocasiones pueden tener tambi¨¦n voz o al menos letra, sea buena o mala: hay paredes que cantan, amenazan, se burlan o celebran seg¨²n el humor de quien las utiliza para comunicarse. Si nos atenemos a la cr¨®nica b¨ªblica, el primero que hizo una pintada fue el mism¨ªsimo Jehov¨¢, siempre en vanguardia desde los or¨ªgenes del mundo. Utiliz¨® para esta inauguraci¨®n la pared del sal¨®n palaciego del rey Baltasar, justamente en el momento en que este monarca poco piadoso celebraba un concurrido banquete, y escribi¨® con letras de fuego sin reparar en gastos: Mane, tekel, ufarsin. Naturalmente nadie lo entendi¨®, pero los m¨¢s despiertos comprendieron que era un negro indicio. La cosa acab¨® muy mal, como ustedes recuerdan.
Probablemente el g¨¦nero m¨¢s antiguo de grafitos, despu¨¦s del teol¨®gico, es el pornogr¨¢fico. En los muros de Pompeya que respet¨® el volc¨¢n se han encontrado muchos muy jugosos (recogidos en el tomo 41 de la Biblioteca Cl¨¢sica Gredos), aunque la mayor¨ªa responden a pautas previsibles: "Me he jodido a la t¨ªa de la taberna", "El que suscribe, Suriano, dio por culo a Mevio", "Es una orden de tu carajo: hay que hacer el amor", junto al cl¨¢sico y dulce "Teucro est¨¢ enamorado". Por lo que se ve estas necesidades expresivas se prestan a pocas variaciones a trav¨¦s de los siglos. Algunos no se limitaron a las palabras y a?adieron gr¨¢ficos. En uno de sus ensayos, Montaigne deplora los colosales falos que sol¨ªa encontrarse dibujados en las paredes de las letrinas porque, seg¨²n ¨¦l, induc¨ªan a las mujeres a hacerse indebidas ilusiones sobre el tama?o real de los miembros masculinos...
Desde luego, tambi¨¦n las pintadas de ¨ªndole pol¨ªtica tienen larga historia: por ejemplo, en el siglo XIX los invasores franceses de Italia vieron repetida en las calles la leyenda "VERDI", que no s¨®lo era el apellido del patri¨®tico compositor sino las siglas de Vittorio Emmanuel Rey de Italia. Pero sin duda las m¨¢s c¨¦lebres entre nosotros siguen siendo las que fulguraron en las fachadas parisinas durante Mayo del 68. No s¨®lo expresaban demandas pol¨ªticas en el sentido tradicional del t¨¦rmino, sino inquietudes m¨¢s amplias y generosas o, por decirlo todo, po¨¦ticas. Fueron reivindicaciones de lo posible m¨¢s all¨¢ de limitaciones normativas ("Prohibido prohibir"), denuncias humor¨ªsticas de la rutina establecida ("Corre camarada, el mundo viejo te persigue"), exigencias desaforadas de una transformaci¨®n que desbordase la verosimilitud mutilada en que vivimos ("Tomad vuestros deseos por la realidad", "Sed realistas, pedid lo imposible", "La imaginaci¨®n al poder"...). Subyac¨ªa a todas ellas el impulso hedonista como subversi¨®n de un orden basado en el aplazamiento y fragmentaci¨®n del placer ("Gozad sin trabas") y la convicci¨®n de que nada cambia si todo se modifica para seguir existiendo igual ("Cambiad la vida, o sea transformad sus instrucciones de uso"). A veces surg¨ªan declaraciones est¨¦ticas de una antiest¨¦tica heredera de las vanguardias ("El arte es una mierda") o manifiestos elementales de un surrealismo populista ("La poes¨ªa a partir de ahora est¨¢ en la calle"). En alg¨²n caso, se recurri¨® directamente a la voz de un poeta ("He aqu¨ª que llega el tiempo de los asesinos", un verso de Rimbaud que brind¨® a Henry Miller el t¨ªtulo de su conocido ensayo y que probablemente no se refiere al aumento de cr¨ªmenes, frecuentes en todas las ¨¦pocas, sino que celebra el regreso de los fumadores de hach¨ªs).
Es f¨¢cil hoy, casi obligatorio, denunciar la ingenuidad atroz de estos lemas y derogarlos como peligrosos si se los pone en pr¨¢ctica. Pues nada, aguarr¨¢s y a limpiar las paredes de Mayo o de la memoria. Quiz¨¢ a eso se refer¨ªa aquella pintada que le¨ª no hace mucho en el muro de un edificio universitario espa?ol: "La esperanza es lo ¨²ltimo que se perdi¨®". Pero...
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