?Qu¨¦ qued¨® de aquello?
Llegamos a mayo de 2008 y, como es natural, Francia hierve de conmemoraciones, simposios acad¨¦micos, exposiciones y debates en televisi¨®n por los 40 a?os de su c¨¦lebre revuelta. Son esas puestas en escena que nadie sabe hacer como los franceses para que el mundo gire en torno de sus ¨¦v¨¦nements. Aun mirado en la distancia, cuesta entender c¨®mo aquel episodio estudiantil, comenzado por unos pocos cientos de muchachos en Nanterre, seguido luego de una huelga como tantas, provocara el ruido de una explosi¨®n universal cuando no apareci¨® un partido revolucionario con un l¨ªder dispuesto a tomar el poder ni, naturalmente, cay¨® De Gaulle o se derrumb¨® su r¨¦gimen. Sin embargo, aquellos episodios tuvieron ese valor simb¨®lico de la revelaci¨®n, de hacer sonar los clarines de un nuevo tiempo que no hab¨ªa comenzado all¨ª, ni por supuesto terminar¨ªa en Par¨ªs. Los hechos en ocasiones tienen esa relevancia. La ca¨ªda de la Bastilla, una prisi¨®n ya sin importancia, hasta hoy es celebrada como la consagraci¨®n de la Revoluci¨®n Francesa.
Tambi¨¦n en Am¨¦rica Latina, Mayo del 68 simboliz¨® la llegada de una nueva era
Perfeccionar la democracia y asegurar la libertad es lo m¨¢s revolucionario
Una mirada desapasionada registra que esos a?os 60 mostraban una Europa c¨®moda en su ascenso posterior a la Segunda Guerra Mundial y embarcada en su construcci¨®n continental, y unos Estados Unidos que al tiempo que consolidaban su poder¨ªo viv¨ªan un fort¨ªsimo cambio de paradigmas sociales, bastante anterior al de la sociedad francesa. 1959 se hab¨ªa inaugurado, el primer d¨ªa del a?o, con la llegada de Fidel Castro al poder en Cuba y pocos meses despu¨¦s comenzaba una confrontaci¨®n que ya no pudo resolverse con una invasi¨®n como en los viejos tiempos: la mamarrachesca derrota de la bah¨ªa de Cochinos en 1961, con un Kennedy aprisionado por el establishment, clausuraba ciertas modalidades de la Rep¨²blica Imperial pero alumbraba sobre una guerra "fr¨ªa" que en Am¨¦rica Latina ser¨ªa caliente. El personaje de James Bond ser¨ªa el s¨ªmbolo de ese tiempo de espionajes y atentados.
El efluvio revolucionario cubano se extend¨ªa por el hemisferio latinoamericano y el joven presidente norteamericano respondi¨® rooseveltianamente con la Alianza para el Progreso, estrategia dirigida a financiar la modernizaci¨®n industrial y disminuir el eco de los ensue?os guerrilleros. Fue m¨¢s elocuente el discurso que los hechos y los asesinatos de John (1963) y Robert Kennedy (1968), m¨¢s el de Martin Luther King (1968), unidos a la progresiva intervenci¨®n militar en Vietnam, hundieron en un cono de sombra el liderazgo de los Estados Unidos.
Por debajo de los episodios pol¨ªticos, los cambios sociales eran tormentosos. La revoluci¨®n hippie mostraba nuevas pautas de comportamiento de una juventud que ya no aceptaba en los Estados Unidos la vieja moral protestante, y que en Francia se rebelar¨ªa contra la antigua familia cat¨®lica y su estructura educativa jerarquizada. La rebeli¨®n en los campus de Berkeley y Columbia proyectaba al mundo universitario esa explosi¨®n liberadora, armada con la bomba at¨®mica de la p¨ªldora anticonceptiva, cuya irrupci¨®n fue mucho m¨¢s poderosa que la de los "revolucionarios de anfiteatro" de que hablaba Raymond Aron. A partir de all¨ª la mujer desenganch¨® su sexualidad de la maternidad, tuvo m¨¢s libertad para trabajar, gan¨® su inde
pendencia econ¨®mica y, en cada hogar, nada pudo ser como era.
El cambio llegaba hasta la est¨¦tica. El rock, con los Beatles y los Rollings, globalizaba la juventud con m¨²sica y hasta vestimenta. En los Estados Unidos irrump¨ªa el pop con Rauschesmberg, Lichtenstein y Andy Warhol, y en Brasil Kubistchek, el 21 de abril de 1960, declaraba inaugurada Brasilia, el nuevo Versalles del siglo XX, la liturgia del Estado en su m¨¢xima expresi¨®n, catedral del racionalismo arquitect¨®nico que hab¨ªan dise?ado el talento de Lucio Costa y del hoy centenario Oscar Niemeyer. Desgraciadamente, cuatro a?os despu¨¦s comenzaba all¨ª la nueva oleada de golpes de Estado, cuando el Ej¨¦rcito brasile?o termin¨® con el populismo de Joao Goulart y asumi¨® la dictadura institucionalmente, con un r¨¦gimen que se nutr¨ªa de una tecnocracia desarrollista y rotaba cada cuatro a?os un general en el poder, de modo ordenado y pac¨ªfico.
Se vivir¨ªa as¨ª una doble tensi¨®n, entre izquierda revolucionaria y reformismo democr¨¢tico, ej¨¦rcito y partidos pol¨ªticos, en un vaiv¨¦n que sabr¨¢ de todos los ejemplos. Se viven exitosos intentos desarrollistas como el de Frei en Chile o el de R¨®mulo Betancourt y sus sucesores en Venezuela. Nacen en Colombia las guerrillas de las FARC y el ELN, aun hoy dram¨¢ticamente vigentes, pero su institucionalidad ejemplarmente resiste.
Lo que no ocurre, por desgracia, en la Argentina, que ve derrumbarse el l¨²cido intento desarrollista de Frondizi y, luego de un per¨ªodo de inestabilidad, irrumpir tambi¨¦n una dictadura militar que -bajo el pretexto de combatir la guerrilla- instaura con Ongan¨ªa un r¨¦gimen de inspiraci¨®n franquista que al final s¨®lo consolidar¨¢ el err¨¢tico mito peronista.
El Che Guevara fracasa en su intento revolucionario en Bolivia y con ello el proyecto fidelista de hacer de los Andes una Sierra Maestra. Torrijos en Panam¨¢, Torres en Bolivia y Velasco Alvarado en Per¨², muestran otro signo de los cambios: son militares de una izquierda nacionalista, no comunista pero independiente de Estados Unidos, con suertes variadas en su gesti¨®n, fracasos estrepitosos y ¨¦xitos tan resonantes como el tratado que anuncia el fin pac¨ªfico de la dominaci¨®n norteamericana en el Canal que une los dos grandes oc¨¦anos.
Detr¨¢s de las guerrillas est¨¢n Cuba, la Uni¨®n Sovi¨¦tica y sus sat¨¦lites, Regis Debray y Hebert Marcusse, testimonios ¨¦stos del valor delet¨¦reo que poseen las malas ideas. Detr¨¢s de la mayor¨ªa de los golpes militares, la complicidad o el silencio norteamericanos. En el medio, bombas y botas cobran vidas humanas e instituciones. A¨²n esta historia se narra en esquema binario de western comercial, con buenos buen¨ªsimos de un lado y malos mal¨ªsimos del otro. La realidad fue mucho m¨¢s compleja y envueltos en ese torbellino se frustraron muchas vidas y expectativas. Sin embargo, nacieron otras, como la personalidad literaria de Latinoam¨¦rica, que adquiri¨® una in¨¦dita presencia cultural. El Premio Nobel concedido a Miguel ?ngel Asturias, autor de El Se?or Presidente, consagr¨® esa presencia honrando a un escritor de la generaci¨®n anterior, que con Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier, ya hab¨ªa alcanzado cumbres. En esos 60, sin embargo, como un aluvi¨®n sin fronteras, emerg¨ªa una generaci¨®n rutilante, que no ten¨ªa precedente como conjunto: Octavio Paz, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Roa Bastos, Juan Rulfo, Cort¨¢zar, Guimaraes Rosa, Cabrera Infante y varios etc¨¦teras de parecido valor.
Eran nuevos modos de escribir, revitalizados desde Europa por otro modo de narrar en el cine, a trav¨¦s del talento creativo de Fellini, la pureza descriptiva de Michelangelo Antonioni y la b¨²squeda intelectual de directores franceses como Truffaut, Resnais o Goddard.
El hombre llega a la luna y Neil Armstrong le da rostro a la gran aventura espacial; las im¨¢genes de 2001: Una Odisea del espacio de Stanley Kubrick ubican a los humanos en una nueva perspectiva. Las ciudades latinoamericanas se llenan de un p¨²blico que ve ese cine y lee esos libros. Pero a la vez, crecen en ellas favelas, villas miseria, que aglomeran una poblaci¨®n pobre que huye del campo y, amontonada, no saldr¨¢ m¨¢s del paisaje urbano.
En Francia todav¨ªa no saben si el legado del 68 existe o si, de existir, deber¨ªa sobrevivir. En Am¨¦rica Latina la revoluci¨®n socialista no vino. Las dictaduras militares, s¨ª, poblando la d¨¦cada posterior. Pero de ellas se sali¨® cuando la guerra fr¨ªa dej¨® de alimentar la violencia de unos y otros. De todo aquello han quedado recuerdos, libros, gente que vive m¨¢s a?os, ciudades m¨¢s modernas y la experiencia de que en la econom¨ªa no basta querer as¨ª como en la pol¨ªtica no hay milagros. Esas aventuras nos han dejado la lecci¨®n -no siempre seguida- de que la lucha por perfeccionar cada d¨ªa la democracia y asegurarle libertad a la gente, es, todav¨ªa, la m¨¢s revolucionaria de las ideas.
Julio Mar¨ªa Sanguinetti fue presidente de Uruguay. Es abogado y periodista
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