Arthur C. Clarke: literatura y ciencia
Fallecido hace unas semanas, el autor de '2001: una odisea espacial' era de los que anticipan el futuro a partir de la realidad. ?l imagin¨® los sat¨¦lites, pero ?se cumplir¨¢ alg¨²n d¨ªa su profec¨ªa sobre la rebeli¨®n de los ordenadores?
La realidad de este mundo es, con mucho, lo que tenemos m¨¢s a mano. La realidad tuvo un principio. No ten¨ªa por qu¨¦ haberlo, pero todo es como si lo hubiera habido. La eternidad no es sim¨¦trica. Se extiende indefinidamente hacia el futuro, pero no hacia el pasado. La eternidad empez¨®. En esta idea, curiosamente, se encuentra c¨®modo cualquier tipo de conocimiento, el cient¨ªfico, el art¨ªstico, el revelado... Tras ese principio sigui¨® una sopa homog¨¦nea de quarks y hoy, unos 13.700 millones de a?os despu¨¦s, resulta que hay objetos inertes, objetos vivos y, sobre todo, objetos pensantes capaces de comprender la realidad a la que pertenecen. Spinoza resumi¨® toda la cosmolog¨ªa, casi sin querer, en una sola frase: las cosas tienden a perseverar en su ser. Su tremenda potencia procede de su semitrivialidad: lo que existe es porque logra perseverar. Pero se persevera de tres maneras distintas. Los objetos inertes perseveran con s¨®lo seguir existiendo, por lo que su gran virtud es la estabilidad. Los objetos vivos perseveran con s¨®lo seguir vivos, por lo que su gran virtud es la adaptabilidad. Y los objetos pensantes perseveran con s¨®lo seguir comprendiendo, por lo que su gran virtud es la creatividad. Lo ¨²nico cierto en este mundo es que el mundo es incierto, por lo que perseverar es un continuo forcejeo contra la incertidumbre. Los objetos inertes se someten d¨®cilmente a la incertidumbre, los vivos la modifican y los pensantes ?la anticipan!
Un cient¨ªfico no puede confesar sus emociones en un art¨ªculo, el escritor, en cambio, s¨ª
La tercera ley de Clarke es la de que toda tecnolog¨ªa avanzada es indistinguible de la magia
Anticipar el futuro es, pues, una capacidad de gran prestigio hondamente enraizada en la larga tradici¨®n de la mism¨ªsima realidad. As¨ª la ciencia: su objetivo es comprender la realidad no sea que ello pueda ser ¨²til a la hora de anticiparla. En el fondo del alma de todo cient¨ªfico hay siempre un aventurero que explora el espacio y el tiempo. La ciencia es en s¨ª misma una ficci¨®n de la realidad que respeta un m¨¦todo, un m¨¦todo empe?ado en liberar al conocimiento de toda emoci¨®n perturbadora y en minimizar en ¨¦l todo resto de ideolog¨ªa. No hay humano a quien tal cosa no le duela y resulta que todos los cient¨ªficos son humanos. ?C¨®mo aliviar esta soledad c¨®smica del cient¨ªfico? Por ejemplo, con otra forma de conocimiento que tambi¨¦n utilice, prioritariamente, la palabra: es la literatura. En sus art¨ªculos profesionales, un cient¨ªfico no puede confesar sus emociones, ni soltarse con simples intuiciones, ni limitarse a especular, so?ar, sugerir, opinar... El cient¨ªfico tiene esa servidumbre; el escritor, no.
Arthur C. Clarke, el escritor y cient¨ªfico fallecido el pasado 19 de marzo, empieza el pr¨®logo de su 2001: una odisea espacial con unas palabras que hacen volar la imaginaci¨®n por el espacio de la galaxia entera y por el tiempo desde el mismo amanecer del hombre en el planeta: "Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporci¨®n num¨¦rica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra". Clarke prosigue as¨ª: "Y es en verdad un n¨²mero interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la V¨ªa L¨¢ctea. As¨ª, por cada hombre que jam¨¢s ha vivido, luce una estrella en ese Universo".
Ah¨ª donde la ciencia pierde su licencia, contin¨²a libremente la literatura. La ciencia es una ficci¨®n de la realidad de este mundo, la literatura es otra clase de ficci¨®n que permite inventar otros mundos. El tiempo pasa. Siempre acaba pasando. Es s¨®lo una cuesti¨®n de tiempo. Y el buen escritor de ciencia-ficci¨®n, y con ¨¦l sus lectores, goza cuando uno de sus mundos inventados resulta que accede a la realidad.
A Arthur Clarke le ocurri¨® con frecuencia pero su nombre empez¨® a ser conocido dentro de la comunidad cient¨ªfica por una propuesta tecnol¨®gica publicada en el volumen de febrero de 1945 en la revista Wireless World titulada Peacetime uses for V2 (Usos pac¨ªficos de las V2). En ella especula sobre la capacidad de los tristemente famosos cohetes alemanes para poner un sat¨¦lite artificial en la llamada ¨®rbita estacionaria, es decir, una situaci¨®n en la que el sat¨¦lite gira sincr¨®nicamente con el planeta por lo que se mantiene siempre en la vertical del lugar. La ciencia fundamental sobre la que descansa esta posibilidad est¨¢ en la f¨ªsica de Newton del siglo XVII retomada por visionarios de la astron¨¢utica como Konstantin Tsiolkovsky, Herman Potovnik o Hermann Oberth en los a?os veinte del siglo pasado.
Las aplicaciones de la propuesta de Clarke son deslumbrantes. Los instrumentos orbitando en la ionosfera conectar¨ªan instant¨¢neamente todo el planeta para miles de usos que hoy todos conocemos (Clarke hab¨ªa sido experto en radar durante la guerra). Versiones m¨¢s detalladas de la idea circularon en una versi¨®n privada (uno de cuyos originales se guarda en el National Air and Space Museum de Washington DC) y fueron reimpresas en las revistas Spaceflight y Ascendent Orbit. El 6 de abril de 1965, veinte a?os despu¨¦s (!), se lanza el primer sat¨¦lite de comunicaciones a la llamada ?rbita de Clarke donde hoy se apretujan m¨¢s de 300 sat¨¦lites.
En el pr¨®logo a Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco (1957), Clarke no puede ocultar su orgullo por la anticipaci¨®n de dos o tres pedazos de realidad. En el cuento Caza mayor el autor anticipa la t¨¦cnica del neur¨®logo espa?ol Jos¨¦ Rodr¨ªguez Delgado que, en los a?os sesenta del pasado siglo, paraba toros bravos en plena embestida con ondas de radio que enviaba a unos electrodos implantados en el cerebro del animal. En el cuento El pacifista un tertuliano de la taberna pretende haber derrotado a una m¨¢quina invencible en cierto juego mental, pero alguien descubre la trampa: una simple manipulaci¨®n de cables le permite algo tan sencillo como jugar dos veces seguidas. Sin embargo, la situaci¨®n sirve para plantear buena literatura. Llegar¨¢ el d¨ªa en el que las m¨¢quinas nos vencer¨¢n en los juegos mentales y llegar¨¢ el d¨ªa en el que se rebelar¨¢n y no se dejar¨¢n desenchufar.
Los ordenadores ya han cambiado los reglamentos del ajedrez. Ya no se aplazan las partidas en los torneos. Ordenadores como el Deep Junior ya vencen a los grandes maestros en una alt¨ªsima proporci¨®n. Pero Clarke sabe mejor que nadie que eso no significa todav¨ªa pensar. La pel¨ªcula 2001: una odisea espacial, probablemente con Blade Runner la mejor cinta de ciencia-ficci¨®n de todos los tiempos, no predijo la explosi¨®n de los ordenadores port¨¢tiles ni la de los tel¨¦fonos m¨®viles. Por otro lado, s¨ª anticip¨® cosas que no fueron reales en esa fecha y que quiz¨¢ no lo sean durante muchas d¨¦cadas m¨¢s. Una de ellas tiene que ver con la inquietante pregunta: ?puede pensar una m¨¢quina? La cuesti¨®n tiene una enorme hondura cient¨ªfica, filos¨®fica y literaria. Nuestros ordenadores actuales calculan y simulan con una potencia y velocidad colosales, pero el t¨¦rmino Inteligencia Artificial acaso sea a¨²n un abuso del lenguaje. Clarke plantea el problema en el gui¨®n de la pel¨ªcula de Kubrick y en la posterior novela. Un ordenador puede ganar una partida de ajedrez al jugador m¨¢s fuerte del mundo, pero no puede simular una sencilla conversaci¨®n. Es el criterio de Turing: una m¨¢quina piensa si conversando con ella no podemos distinguirla de una persona. La complejidad es as¨ª de simple. Entonces s¨ª, tras a?os de conversaci¨®n la m¨¢quina adquirir¨ªa personalidad propia, identidad y autoconciencia.
La conversaci¨®n entre el ordenador Hal y el humano Dave al final del cap¨ªtulo 28 de la novela es de un gran dramatismo literario y est¨¢ genialmente planteada cient¨ªfica y filos¨®ficamente para que no quepa la menor duda de que Hal piensa:
... "Dave", dijo Hal. "No comprendo por qu¨¦ me est¨¢ haciendo esto... tengo un gran entusiasmo por la misi¨®n... Est¨¢ usted destruyendo mi mente... ?No lo comprende...? Me voy a hacer infantil... pueril... me voy a convertir en nada...".
Nuestros ordenadores de silicio y lenguaje formal no ser¨¢n los que se rebelen, pero la rebeli¨®n quiz¨¢ ocurra con los ordenadores biol¨®gicos o con los ordenadores cu¨¢nticos. ?Magia? Es la tercera ley de Clarke: toda tecnolog¨ªa suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
Jorge Wagensberg es director del ¨¢rea de Ciencia y Medio Ambiente de la Fundaci¨®n La Caixa.
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