?Qu¨¦ hacer con los partidos?
La pelea entre Clinton y Obama por la nominaci¨®n dem¨®crata est¨¢ a punto de provocar el suicidio pol¨ªtico del partido. El PP vive la cl¨¢sica crisis poselectoral del que ve c¨®mo la estancia en la oposici¨®n se prolonga sin perspectivas claras de volver al Gobierno. Las peleas entre sus l¨ªderes sobre cu¨¢l es el camino a seguir y qui¨¦n es la persona adecuada han hecho que la labor de oposici¨®n quede suspendida por mudanza interna. El presidente Rodr¨ªguez Zapatero forma un Gobierno con m¨¢s independientes que militantes: ?los partidos pol¨ªticos han dejado de ser el instrumento adecuado para la selecci¨®n de los cuadros de Gobierno? La desconfianza de la opini¨®n p¨²blica hacia los partidos es m¨¢s alta que nunca. La ciudadan¨ªa les ve como responsables de que la clase pol¨ªtica se haya convertido en una casta cerrada, cargada de intereses, sin otro objetivo que el poder a toda costa. ?Est¨¢ agotada la forma partido? Me temo que lo que podr¨ªamos inventar para sustituirlos se parecer¨ªa mucho a lo que son hoy, a fin de cuentas, la codicia y la ambici¨®n son cosas muy humanas. Lo sensato ser¨ªa pensar en unas reglas del juego m¨¢s transparentes que limiten el poder destructivo de las bajas pasiones.
?Cu¨¢les son las funciones de los partidos pol¨ªticos? Fundamentalmente, tres: representar a los ciudadanos en las instituciones pol¨ªticas; conquistar el poder y seleccionar el personal adecuado para ejercer las tareas en los diferentes ¨¢mbitos de Gobierno.
El malestar de los ciudadanos empieza por la dif¨ªcil relaci¨®n de representaci¨®n. Por razones de eficiencia -de gobernabilidad, dice el eufemismo-, los sistemas democr¨¢ticos han ido evolucionando hacia el bipartidismo. El bipartidismo ofrece unos trajes de una talla tan universal, que es dif¨ªcil que cada ciudadano la sienta como la adecuada a sus medidas. Con lo cual, la relaci¨®n de representaci¨®n se fragiliza. A partir de ah¨ª, el voto responde m¨¢s a criterios de eliminaci¨®n (que no gobierne fulano de tal) que a criterios de acci¨®n positiva. El ¨¢mbito de lo pol¨ªtico aparece cada vez m¨¢s como un coto cerrado que opera como un club con derecho de admisi¨®n reservado, al que es muy dif¨ªcil que nuevos partidos puedan acceder.
La conquista del poder es el motor de la acci¨®n de los partidos. A veces, las propias din¨¢micas de partido le convierten en el principal obst¨¢culo para alcanzar su principal objetivo. Es de buena pr¨¢ctica democr¨¢tica que los militantes e incluso los electores puedan decidir qui¨¦n deber ser el candidato del partido. Pero esta pr¨¢ctica -sobre todo cuando es efectiva y hay una disputa con varios candidatos- choca con la eficacia en la lucha por el poder. Un candidato mediocre pero incontestado es un valor m¨¢s seguro para la victoria final que dos buenos candidatos enfrentados en una depredadora batalla. Otra vez se impone el mismo clich¨¦: m¨¢s democracia, menos eficiencia. Y los medios de comunicaci¨®n, que amplifican la batalla, son los primeros que despu¨¦s critican la desuni¨®n.
La selecci¨®n de cuadros dirigentes es especialmente importante en unas sociedades en las que por su complejidad no basta con la experiencia pol¨ªtica para ser un buen gobernante. Un ciudadano que haya entrado de joven en un partido y que haya hecho toda la carrera en su interior, sabr¨¢ manejarse muy bien en los entresijos de la casta pol¨ªtica, pero tendr¨¢ d¨¦ficits importantes a la hora de pensar y dise?ar estrategias de gobierno en un mundo tan exigente como el actual. Y entonces qu¨¦ ocurre: que se busca fuera gente con mayor preparaci¨®n t¨¦cnica, aceptando que el criterio del jefe es m¨¢s eficiente a la hora de seleccionar el personal que los procedimientos democr¨¢ticos. Lo cual tampoco est¨¢ exento de riesgos, como ponen de manifiesto dos fracasos solemnes, el de Manuel Pizarro, quemado en dos meses, o el del ahora repescado Miguel Sebasti¨¢n, en la legislatura anterior.
De modo que, en la pr¨¢ctica, las ineficiencias de los partidos se resuelven sustituyendo el poder democr¨¢tico por el poder carism¨¢tico, entreg¨¢ndose ciegamente al l¨ªder de turno. Es el habitual recurso a los congresos a la b¨²lgara y la exclusi¨®n de los cr¨ªticos, en nombre de la sagrada unidad del partido. Los problemas llegan cuando el liderazgo flaquea. Y nadie tiene la autoridad absoluta para silenciar al resto. Zapatero demostr¨® en el Congreso del PSOE del 2000 que se puede sacar beneficio de estos momentos de desconcierto. ?C¨®mo garantizar la funci¨®n de los partidos sin provocar el caos? Con m¨¢s democracia interna, sobre reglas claras. Es un riesgo, pero un riesgo necesario si no se quiere que los partidos sean el cuarto oscuro de la democracia. Si se aplicara esta receta, quiz¨¢s la opini¨®n que los ciudadanos tienen de los partidos mejorar¨ªa. -
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