Agua, azucarillos y aguardiente
En Catalu?a hay medio mill¨®n de personas que viven en el territorio correspondiente a la cuenca del Ebro (unos 200.000 en las comarcas del entorno del delta) y 6,5 millones en el resto, que incluye las regiones metropolitanas de Barcelona, Girona y Tarragona. El 60% de los recursos h¨ªdricos corresponden a la cuenca del Ebro y se destinan en un 95% a usos agr¨ªcolas. El resto del territorio dispone del 40% del agua, que se consume en un 65% en las ¨¢reas urbanas. Parece, pues, l¨®gico que deba producirse una transferencia de "agua de tierras con pocas personas a tierras con muchas personas y poca agua". La cuesti¨®n no es tan sencilla.
Las tierras del sur y de poniente han sido hist¨®ricamente las m¨¢s pobres, secas y abandonadas. El r¨ªo (los r¨ªos: Ebro, Segre, Francol¨ª, etc¨¦tera) ha sido a la vez fuente de trabajo y de identidad. En las tierras del Ebro ha dominado el caciquismo y el latifundio que han controlado las comunidades de regantes. Sus gentes han vivido del agua sin poseerla: hasta el a?o 1980 algunos pueblos del delta no dispusieron de agua corriente. No ha habido una ciudad potente, emblema y motor del territorio. El soberano protector ha sido el r¨ªo. Ha arraigado la adhesi¨®n popular y el sentimiento apropiatorio de las gentes del Ebro a su r¨ªo. El trasvase no es una cuesti¨®n t¨¦cnica, es su ser el que est¨¢ en cuesti¨®n. No pueden sentirse solidarios de la metr¨®poli, que representa para ellos el poder y el despilfarro, ni aceptan de entrada los argumentos pol¨ªticos y econ¨®micos procedentes de los gobiernos que consideran responsables de una colonizaci¨®n perversa del territorio mediante la acumulaci¨®n de industria petroqu¨ªmica y centrales nucleares.
La poblaci¨®n aumenta y tambi¨¦n la frecuencia e intensidad de los periodos de sequ¨ªa
La realidad tiene otra cara. El sentimiento anticiudad y especialmente contra una Barcelona "cuya voracidad no tiene l¨ªmites a la que dar agua es como dar coca¨ªna a un drogadicto", seg¨²n palabras de una concejal es prejuicioso. Barcelona consume relativamente poca agua (110 / 130 litros por persona y d¨ªa). En la segunda y tercera coronas de la regi¨®n metropolitana el consumo por habitante es dos o tres veces mayor, pero es similar al de los n¨²cleos urbanos de las tierras del Ebro. La realidad hoy es que vivimos en una sociedad urbana y, a menos que se aplicar¨¢ un "programa camboyano" al estilo de Pol Pot y se deportara a cinco millones de personas a las zonas poco pobladas del pa¨ªs, es preciso garantizar el agua para todos. El modelo de crecimiento se puede discutir, pero el despilfarro de suelo, agua, energ¨ªa y aire no es el producto de la gran ciudad compacta, sino de la urbanizaci¨®n difusa que ha prevalecido en las ¨²ltimas d¨¦cadas. En el ¨²ltimo cuarto de siglo XX la poblaci¨®n de la regi¨®n metropolitana pr¨¢cticamente no aument¨®, pero la superficie urbanizada se duplic¨®.
Hay que poner azucarillos, es decir, endulzar nuestros discursos sobre el agua, para que nos podamos entender y evitar el peligroso y emocional enfrentamiento de territorios. Hay que asumir que las gentes del Ebro deben ser escuchadas y tener en cuenta sus agravios y sus sentimientos y, por otra parte, comprender que los cinco millones de personas que viven y trabajan en la regi¨®n metropolitana barcelonesa crean riqueza y necesitan agua. En plan pol¨ªtico: en una situaci¨®n excepcional hay que dar prioridad al agua para las personas. O en plan t¨¦cnico: la conexi¨®n de cuencas y los posibles trasvases s¨®lo se justifican para estos momentos excepcionales.
Pero para que la excepci¨®n no se convierta en regla hay que animarse a pensar, si es necesario con la ayuda del aguardiente, sin temor a constatar responsabilidades y proponer soluciones no siempre de entrada populares. El documento de la Agencia Catalana del Aigua (Bases per a un model de gesti¨® de l'aigua, 15-4-2008) ofrece un diagn¨®stico riguroso y propone soluciones que parecen razonables, lo mismo que la mayor¨ªa de los expertos que se han pronunciado p¨²blicamente (por cierto, fueron contrarios al Plan Hidrol¨®gico del PP). La falta de previsi¨®n viene de lejos. Se sabe que cada cuatro o cinco a?os hay una sequ¨ªa y que en algunos casos, como ahora, puede ser especialmente fuerte. La capacidad de los embalses debe renovarse cada a?o, pues casi equivale al consumo anual, es decir, no hay colch¨®n de seguridad. Desde el trasvase del Ter (1966) y la posterior conexi¨®n Ter-Llobregat pr¨¢cticamente no se ha invertido en obras para abastecer de agua la regi¨®n metropolitana. En el largo periodo auton¨®mico, entre 1980 y 2003, no s¨®lo ha habido un aumento de la poblaci¨®n, sino tambi¨¦n del consumo diario por habitante. Y se ha vivido al l¨ªmite en disponibilidad de agua sin otra idea que la peor de todas las soluciones posibles: traer agua del R¨®dano. La conexi¨®n de las cuencas sirve como soluci¨®n de excepci¨®n. Para el equilibrio del territorio y el uso responsable de un bien escaso la regla es la recuperaci¨®n y el reciclaje del agua (pueden reducir a casi la mitad el consumo urbano y el uso agr¨ªcola), la recuperaci¨®n de los acu¨ªferos contaminados (importante en el caso de Barcelona) y la desalinizaci¨®n (se han reducido los costes, aunque supone un importante consumo de energ¨ªa: ?nuclear?). Los trasvases pueden servir para momentos cr¨ªticos, pero el ¨²ltimo que se debe considerar es el R¨®dano, la opci¨®n m¨¢s costosa de todas (el doble que la desalinizaci¨®n). Discutirlo ahora ha sido un nuevo anuncio televisivo de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero con Josep Antoni Duran, como lo fue la foto del presidente del Gobierno con Mas.
Si se completan las actuaciones iniciadas en los ¨²ltimos cuatro a?os, una situaci¨®n como la actual no debiera reproducirse a corto plazo, siempre y cuando se inicien nuevos proyectos destinados tanto a la demanda (un uso m¨¢s responsable del agua) como a la oferta (desalinizadoras, acu¨ªferos, reciclaje, etc¨¦tera). La tendencia actual es a un aumento de la poblaci¨®n y de los consumos y tambi¨¦n a una mayor frecuencia e intensidad de los periodos de sequ¨ªa. La nueva cultura del agua es tan necesaria como el agua.
Jordi Borja es profesor de la UOC.
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