La Mano Invisible
Adam Smith no se lo cont¨® nunca a nadie. Un d¨ªa vio la Mano Invisible. Sosten¨ªa un juego de naipes y exhib¨ªa en los dedos ostentosos anillos del tama?o de vitolas. La mano barajaba impaciente. El gran fil¨®sofo del liberalismo huy¨® espantado como si se hubiera encontrado con la fat¨ªdica "pata de mono" que un d¨ªa har¨ªa c¨¦lebre el relato de terror de William Jacobs. Alguien hab¨ªa comprado aquella mano. La hab¨ªa hecho visible. El autor de La riqueza de las naciones hubiera querido borrar aquella met¨¢fora bienintencionada, intuyendo que ser¨ªa utilizada sin escr¨²pulos por los trileros de la historia. La mano invisible, en su origen, era una especie de extremidad divina, armonizadora, y que en el mercantilismo compensar¨ªa los excesos, contendr¨ªa las cat¨¢strofes y velar¨ªa por el inter¨¦s p¨²blico. Pero la met¨¢fora se escap¨® de su sentido. La Mano Invisible sostendr¨ªa el l¨¢tigo con que azotar a quienes defendiesen una pol¨ªtica social, una responsabilidad humanitaria. Aquella met¨¢fora, vinculada en principio a la Providencia, se convirti¨® en un gran capo que todo lo domina. Revisemos la historia. En Espejos, el ¨²ltimo libro de Galeano, se cuenta que Felipe V ten¨ªa a medias con su primo el rey de Francia un negocio de tr¨¢fico de esclavos de Guinea. En 10 a?os vendieron 48.000 esclavos, aunque el contrato establec¨ªa que el tr¨¢fico deb¨ªa realizarse "en buques cat¨®licos, con capitanes cat¨®licos y marineros cat¨®licos". En esas cautelas se les ve¨ªa la buena intenci¨®n. ?Por qu¨¦ lo hac¨ªan? Por la providencial Mano Invisible. Salvando las distancias, ?por qu¨¦ el gur¨² econ¨®mico de La Moncloa pasa a dirigir el gran partido de los Constructores de un d¨ªa para otro? ?Y qu¨¦ hace Zaplana, otro patriota firme, de hormig¨®n, vendiendo telefoninos biodegradables a Berlusconi? Juntos cantando: "Il sole accarezza la mia pelle delicata abbronzata un po salata... Gira il mondo, gira". Ellos no quer¨ªan, ?pero qui¨¦n se opone a la Mano Invisible?
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