Las ense?anzas de Sherezade
Un mito es una historia que, afectando a toda una comunidad, es juzgada por sus miembros como verdadera. Seg¨²n esto, frente a las historias inventadas, con las que los hombres entretienen su tiempo y avivan su fantas¨ªa, existir¨ªan las historias verdaderas, que nos hablar¨ªan de lo que ¨ªntimamente son.
Por ejemplo, las historias que se refieren al origen de las cosas son m¨ªticas. La historia del para¨ªso lo es para el universo cristiano y jud¨ªo porque en ella se habla de la causa por la que empez¨® el exilio del hombre en la tierra. Y, en el mundo griego, la historia de Prometeo o la de Demeter y Proserpina son m¨ªticas, ya que en ellas se habla, respectivamente, del descubrimiento del fuego y de los ciclos productivos asociados a las estaciones.
El mundo del relato siempre ha ido unido a la pregunta por el poder de la muerte
Somos due?os de nuestros secretos, pero es el misterio el que nos posee
Las historias m¨ªticas abarcan un espectro muy amplio y pueden referirse desde a grandes dramas del esp¨ªritu humano, como la expulsi¨®n o el ¨¦xodo, hasta a asuntos menores como la creaci¨®n del vino o el origen de las flores. El narciso surge de la metamorfosis de un joven y bello pastor que se enamora de su reflejo en el agua; el heliotropo, que siempre mira al sol, es la forma que toma la ninfa Clitia al languidecer de amor; el laurel oculta el cuerpo tembloroso de Dafne; y los lirios son gotas de leche vertidas por la diosa Hera cuando alimentaba al peque?o H¨¦rcules.
Las historias verdaderas se oponen a las historias inventa-das en que, mientras que aquellas dicen la verdad de lo que somos, ¨¦stas no ser¨ªan sino f¨®rmulas complacientes que nos ayudar¨ªan en la tarea de hacer m¨¢s gratas nuestras horas de soledad.
En nuestro universo cristiano, la conmemoraci¨®n del nacimiento de Jes¨²s es una historia verdadera, mientras que el cuento de La Bella Durmiente es una inventada. La primera afecta a toda la comunidad de creyentes; la segunda, pertenece a ese ¨¢mbito de la intimidad que es el espacio de la crianza de los ni?os. Pero no siempre es f¨¢cil distinguir unas de otras. Nada diferencia, por ejemplo, la historia de la Anunciaci¨®n de las historias de Rap¨®nchigo o de Blancanieves. Una muchacha que recibe la llegada de un ¨¢ngel, y que concibe un ni?o llamado a ser el rey de los hombres, ?no es el comienzo de un cuento de hadas?
Pero el ni?o posee un pensamiento m¨¢gico en que realidad y ficci¨®n se compenetran y fecundan y no tiene claro los l¨ªmites que separan los dos mundos. Un ni?o peque?o cree con naturalidad pasmosa la historia de No¨¦, pero tambi¨¦n la de San Jorge y el Drag¨®n o la de Peter Pan, que es ese malicioso personaje que vive anclado en la infancia; por lo que esa distinci¨®n entre lo real y lo ficticio siempre le ser¨¢ extremadamente dif¨ªcil de llevar a cabo, y s¨®lo la intervenci¨®n del adulto podr¨¢ ayudarle en esa tarea.
Al hombre arcaico le pasaba algo parecido. Pensemos, por ejemplo, en las historias de aparecidos. Nuestros antepasados ten¨ªan que enfrentarse al enigma de la muerte y aquellas his-torias de familiares que regresaban de sus tumbas a intervenir en el mundo de los vivos, lejos de ser un mero entretenimiento, ten¨ªan el car¨¢cter de historias verdaderas que estaban en la base de la constituci¨®n misma de lo real. Walter Benjamin dijo que nuestro mundo es rico en informaci¨®n pero pobre en historias memorables, queriendo advertir, seg¨²n creo, del empobrecimiento que hab¨ªa supuesto para el mundo del relato la p¨¦rdida de su sustrato m¨ªtico.
Curiosamente, la falta de referencias a esas historias verdaderas que constituyen la base del mito ha provocado un empobrecimiento tanto de la realidad como de la ficci¨®n. De lo que es sin duda un ejemplo ese mundo tan comentado de las leyendas urbanas, que en el mejor de los casos apenas sirven para otra cosa que para hacernos m¨¢s grata la sobremesa. La ficci¨®n entendida como mero entretenimiento, como mundo paralelo que nos permite sortear el aburrimiento y el cansancio de lo real, termina por convertirse en un juego banal que apenas es capaz de provocarnos alg¨²n que otro estremecimiento. O dicho de otra forma, las ficciones nos pertenecen; las historias verdaderas no. A¨²n m¨¢s, son ellas las que nos dicen lo que somos y lo que cabe esperar de nosotros. Es la misma diferencia que existe entre el mundo del secreto y el del misterio. El mundo del secreto pertenece al ¨¢mbito de la ficci¨®n, el del misterio al de la verdad. Somos due?os de nuestros secretos, pero es el misterio el que nos posee.
Pero el mito y el misterio han desaparecido de nuestras vidas, y el hombre contempor¨¢neo ha dejado de creer que existan historias verdaderas. ?Quiere decir esto que su vida se ha hecho m¨¢s real? M¨¢s bien sucede lo contrario. Es la paradoja de los mitos, que a su manera son dadores de realidad. En los evangelios se nos dice que uno de los disc¨ªpulos descubre al Jes¨²s resucitado por la forma en que ¨¦ste parte el pan en la mesa. Los restaurantes actuales entregan cartas de panes a sus clientes, pero es dif¨ªcil que el pan llegue a tener para ellos la materialidad que ten¨ªa para los creyentes que escuchaban aquel relato. Incluso unas simples lentejas nunca ser¨¢n las mismas para quien, tras crecer bajo el influjo misterioso de la Biblia, haya escuchado la historia de la traici¨®n de Jacob a Esa¨². Es la paradoja del mundo del mito, y de sus historias verdaderas, que dan a los sue?os la solidez de lo real, y a la realidad la intensidad de los sue?os.
El planteamiento de una obra como El Decamer¨®n no es, en el fondo, distinto al de estos concursos en que un grupo de hombres y mujeres j¨®venes se ven obligados a permanecer ais-lados frente a las c¨¢maras de televisi¨®n. En El Decamer¨®n era la peste la que les hac¨ªa huir, y entonces daban en contarse historias con las que trataban de distraerse de sus angustias, pero en las que tambi¨¦n se preguntaban por el mundo del deseo, por el significado de la dicha y del dolor, y con las que trataban, en definitiva, de conjurar a la muerte. Lo que no sucede en absoluto en los programas aludidos, en los que asistimos a un c¨²mulo de desprop¨®sitos y t¨®picos que ratifican el radical descr¨¦dito de lo real que padece el mundo actual.
Sherezade visitaba al sult¨¢n cada noche y gracias al arte de sus relatos no s¨®lo logr¨® salvarse, sino salvar la vida de cuantas muchachas habr¨ªan tenido que sucederle en su lecho. El mundo del relato siempre ha ido unido a la pregunta por el poder de la muerte, y a la necesidad de encontrar una manera de burlarla. Y es cierto que el mundo de la ficci¨®n no pertenece exactamente al mundo del mito, pero aspira a reflejar una parte de su verdad. Y as¨ª el mito vuelve a nosotros y, al hacerlo, la realidad se abre y nos entrega sus frutos m¨¢s sabrosos. Bien mirado, ?no es ¨¦sa la aspiraci¨®n del narrador? Un puente entre la verdad y el mundo real, eso son todas las historias que merecen la pena.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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