La inocencia perdida de los Balcanes
Debo reconocer que este nombre -los Balcanes- no me gusta. Podr¨ªan preguntarme, y no sin raz¨®n, por qu¨¦ no me gusta. ?Acaso no son los nombres neutrales y, en cierto sentido, tambi¨¦n inocentes, pues todo depende de c¨®mo los utilicemos, de en qu¨¦ contexto los utilicemos? Adem¨¢s, ?no funciona m¨¢s bien este nombre, los Balcanes, como una especie de supermercado en el que cada cual va llenando la cesta a su antojo con los significados expuestos en los estantes? Y, finalmente, ?hay alguna raz¨®n para que me altere as¨ª este nombre concreto? Despu¨¦s de todo, un top¨®nimo no es una persona que uno pueda apreciar o dejar de apreciar.
Puedo contestar que tengo una raz¨®n, una raz¨®n v¨¢lida, que explica mi animosidad: fui testigo de c¨®mo este nombre propio cobraba nueva vida bajo la forma del sustantivo balcanizaci¨®n y de su derivado, el verbo balcanizar, y sufr¨ª, junto con muchos otros, las consecuencias de esta transformaci¨®n.
El nombre Balcanes evoca horror tribal, pero tambi¨¦n podr¨ªa evocar cosas hermosas
Occidente se excusa: no se entienden sus guerras porque "son muy diferentes"
Todos hemos o¨ªdo hablar de la balcanizaci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, o hemos le¨ªdo sobre ello. Titulares del tipo "La balcanizaci¨®n de Kenia" o "Washington fomenta la balcanizaci¨®n de Bolivia" son bastante frecuentes en la prensa. Si uno entra en Google, encontrar¨¢ m¨¢s de 200.000 resultados para el t¨¦rmino balcanizaci¨®n, y la Wikipedia le explicar¨¢ que se trata de "un t¨¦rmino geopol¨ªtico utilizado para describir el proceso de fragmentaci¨®n o de divisi¨®n de una regi¨®n o de un pa¨ªs en regiones o pa¨ªses m¨¢s peque?os que suelen estar enfrentados o no tienen relaciones de cooperaci¨®n".
En enero de 2007, Gordon Brown hablaba de la "balcanizaci¨®n de Gran Breta?a" para referirse al aumento del apoyo a la independencia de Escocia. El diccionario de ingl¨¦s Merriam-Webster a?ade en la entrada balcanizar (balkanize) que es un verbo transitivo, cuyos sin¨®nimos son "desmembrar" y "compartimentar". Ni que decir tiene, pues, que el t¨¦rmino se ha generalizado, y que, a causa de este nuevo sustantivo (y de este nuevo verbo), el nombre propio -Balcanes- ha adquirido tambi¨¦n un significado espec¨ªfico: ya no es s¨®lo un nombre, ha dejado de ser inocente.
Volviendo a la met¨¢fora del supermercado, lo que uno ve hoy en las cestas, depende, claro est¨¢, de d¨®nde est¨¦ comprando. Si uno est¨¢, pongamos por caso, en "Occidente" o "Europa" (y ¨¦ste es otro supermercado lleno a rebosar de significados), lo que compra, para decirlo lo m¨¢s sencillamente posible, es que "los Balcanes son lo que no es Europa". Poco importa la geograf¨ªa, pues la frontera es una frontera mental, est¨¢ m¨¢s en la imaginaci¨®n de cada cual que en el territorio. Para una persona de hoy en d¨ªa, lo m¨¢s probable es que esa frontera se encuentre en su recuerdo de las im¨¢genes televisivas de los ¨²ltimos a?os.
Si cierran ustedes los ojos un momento y pronuncian la palabra "Balcanes", lo m¨¢s seguro es que les vengan a la cabeza im¨¢genes de refugiados, de mujeres tocadas con pa?uelo llorando; im¨¢genes de las ruinas de Vukovar y de cad¨¢veres y m¨¢s cad¨¢veres. Entonces, tal vez recuerden que m¨¢s de 7.000 musulmanes fueron ejecutados en Srebrenica; que 60.000 mujeres fueron violadas, que en Bosnia murieron 200.000 personas y hubo 10.000 ni?os heridos. Y puede que hasta se acuerden todav¨ªa de aquel joven esquel¨¦tico fotografiado detr¨¢s de la alambrada del campo de concentraci¨®n serbio de Omarska, en Bosnia.
La imagen que a m¨ª me viene a la cabeza es la de un jersey, un jersey de lana blanco con puntos rojos. Pertenec¨ªa al padre de una ni?a que muri¨® alcanzada por la metralla. El padre cogi¨® en brazos el cuerpecito de la peque?a, y su sangre le estamp¨® el jersey, que todav¨ªa llevaba puesto cuando media hora despu¨¦s lo film¨® un c¨¢mara de la CNN.
?C¨®mo culpar a nadie de recordar todo esto al o¨ªr la palabra Balcanes? Ya antes de la Primera Guerra Mundial, los Balcanes se hab¨ªan convertido en un espacio en el que la mitolog¨ªa gobernaba la historia; un espacio habitado por una poblaci¨®n montaraz y ex¨®tica para la cual la sangre y la tribu eran los valores m¨¢s importantes; un espacio en donde los conflictos y las guerras de religi¨®n constituyen una amenaza permanente, el espacio de la inseguridad.
A qui¨¦n le puede extra?ar que los habitantes de este espacio-nombre-verbo-imagen-s¨ªmbolo terminaran siendo prisioneros de esas connotaciones negativas. No quieren (no queremos) ser parte de aquello y, por consiguiente, intentan (intentamos) quedar fuera de esos Balcanes. "?Los Balcanes son los otros!". Esta frontera simb¨®lica / imaginaria no ha dejado de moverse: de la S¨¹dbanhof vienesa a Trieste y Liubliana primero, luego a Zagreb y Sarajevo, y, por ¨²ltimo, a Belgrado e incluso, m¨¢s al sureste, a Pristina. No hay otra frontera en el mundo m¨¢s flexible que ¨¦sta, y es as¨ª de flexible porque no es una frontera, sino una percepci¨®n.
En los 17 a?os transcurridos desde el principio de la guerra -13 desde el final- ha habido tiempo para que creciera toda una generaci¨®n. No s¨®lo en los Balcanes, sino tambi¨¦n en Occidente. ?Y qu¨¦ sabe esa generaci¨®n? ?Qu¨¦ saben de los Balcanes los j¨®venes occidentales aparte de unos cuantos clich¨¦s? Qu¨¦ l¨ªo, suelen decir. Creo que esas terribles im¨¢genes televisivas de la guerra de los Balcanes son una excusa muy eficaz para no intentar entendernos: no se entiende a esa gente ni se entienden sus guerras sencillamente porque son muy diferentes.
Las im¨¢genes y los recuerdos operan, en realidad, como una especie de escudo. Si los europeos dijeran que entienden esos espantosos sucesos, significar¨ªa que somos iguales o, al menos, parecidos. Es m¨¢s seguro rechazar esa posibilidad y mantener una saludable distancia con respecto a unos vecinos de semejante ralea (es m¨¢s seguro recordar que los Balcanes son lo que no es Europa).
Como si Occidente fuera un territorio inmaculado, un territorio nunca hollado por el mal. Como si los estados nacionales o las revoluciones europeas no hubieran nacido con sangre. Como si no hubiera existido Auschwitz... Y esto me lleva a pensar en cu¨¢nto tiempo les llev¨® a los alemanes librarse de los prejuicios con respecto a la eficacia de su maquinaria genocida y de la idea del car¨¢cter alem¨¢n que expresaba aquel "s¨®lo cumpl¨ªamos ¨®rdenes".
Esta perspectiva hist¨®rica me hace abrigar esperanzas: han pasado 13 a?os desde el final de la guerra de los Balcanes, y 13 a?os no es mucho tiempo, ?no?
?Se puede lavar el nombre de los Balcanes? ?Se puede hacer que vuelva a brillar como nombre propio? Creo que todos nosotros -y ahora me refiero a todos los ex yugoslavos- debemos reconocer que contribuimos a reavivar el uso del t¨¦rmino balcanizaci¨®n, ya que la palabra volvi¨® a entrar en el vocabulario com¨²n con nuestra ayuda, cuando luch¨¢bamos entre nosotros en unas guerras de las que s¨®lo nosotros fuimos responsables. Eso ser¨ªa el principio de un cambio; as¨ª se empezar¨ªa a lavar y a dar brillo al nombre. Debemos hacerlo por nosotros mismos, en primer lugar, a fin de poder dejar de avergonzarnos de ¨¦l.
El nombre ha perdido la inocencia para siempre, y el verbo y el sustantivo permanecer¨¢n en el Merriam Webster y en el resto de los diccionarios del mundo.
Sin embargo, los Balcanes deber¨ªan evocar otros muchos significados y asociaciones, no s¨®lo una. Su nombre deber¨ªa ir asociado a la belleza del paisaje, a la diversidad cultural, a la buena literatura y a ciertas obras de arte. ?C¨®mo se puede crear esta imagen positiva? Pues exactamente igual que se cre¨® su imagen negativa: con palabras e im¨¢genes, a trav¨¦s del arte, la cultura y los medios de comunicaci¨®n.
Slavenka Drakulic es escritora croata y autora de No matar¨ªan ni una mosca. Traducci¨®n de Pilar V¨¢zquez.
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