El PP, en busca de la emancipaci¨®n
Rajoy se vio obligado en la anterior legislatura a mantener al equipo de Aznar para no reconocer los errores del 11-M. Hoy, su intento de virar al centro, como Aznar en 1996, es visto por sectores del PP como una traici¨®n
El 15 de marzo de 2000, todav¨ªa meci¨¦ndose en la euforia de la mayor¨ªa absoluta conquistada tres d¨ªas atr¨¢s, el entonces vicesecretario general del Partido Popular y director de la exitosa campa?a electoral de Aznar, Mariano Rajoy, se refiri¨® a la delicada situaci¨®n del PSOE, derrotado y descabezado tras la dimisi¨®n de Joaqu¨ªn Almunia: "Son momentos dif¨ªciles que pasan todos los partidos. A nosotros nos toc¨® hace a?os y nos volver¨¢ a tocar Dios sabe cu¨¢ndo. Deben (los socialistas) darle vueltas para no equivocarse".
Bien, todo hace pensar que el "Dios sabe cu¨¢ndo" es ahora. Efectivamente, en las m¨¢s de tres d¨¦cadas de historia que el hoy llamado Partido Popular acumula a sus espaldas no es f¨¢cil encontrar crisis internas de la gravedad de la que se manifiesta estos d¨ªas. Puestos a buscar antecedentes, aparecen apenas dos. El primero tuvo lugar durante el oto?o de 1978 cuando, en las postrimer¨ªas del debate constitucional, la c¨²pula de Alianza Popular se parti¨® por la mitad entre los pragm¨¢ticos que, capitaneados por Manuel Fraga, deseaban incorporarse de lleno al incipiente marco democr¨¢tico, y los integristas de derechas (los Gonzalo Fern¨¢ndez de la Mora, Jos¨¦ Mart¨ªnez Emperador, Federico Silva Mu?oz...) que rechazaban la Carta Magna porque ¨¦sta no hac¨ªa referencia a Dios, inclu¨ªa el nefando t¨¦rmino nacionalidades, etc¨¦tera. Ya por entonces algunos exaltados tacharon a Fraga de traidor, pero la ruptura afect¨® poco a las modestas bases aliancistas de la ¨¦poca, y la crisis fue en ¨²ltimo t¨¦rmino positiva para AP, pues le permiti¨® desprenderse de la ganga ultraderechista que la lastraba.
La victoria de 2000 hizo creer al aznarismo que ten¨ªa por delante una d¨¦cada de hegemon¨ªa
Un diario, una radio y algunos jerarcas se creen la guardia pretoriana de las esencias del PP
La otra gran revuelta intestina contra el aparato partidario estall¨®, tras larga incubaci¨®n, a mediados de 1988, tuvo como blanco el fr¨¢gil liderazgo de Antonio Hern¨¢ndez Mancha y culmin¨® en enero siguiente con el eclipse de ¨¦ste ante el imparable retorno de Manuel Fraga, consagrado por el 9? Congreso de AP. Conviene precisar que, durante aquellos meses de cuchillos largos, ni el peor de sus enemigos acus¨® a Mancha de traici¨®n o heterodoxia doctrinal; s¨®lo de ligereza, inconsistencia, inmadurez o amiguismo. Aqu¨¦lla fue, por otra parte, una crisis at¨ªpica, pues el ariete de quienes quer¨ªan descabalgar al "presidente nacional" era, nada menos, el padre del partido o, por decirlo con palabras de Federico Trillo, "el due?o del inmueble": Fraga. La operaci¨®n consisti¨®, por tanto, en desalojar a unos intrusos y restablecer el orden natural y leg¨ªtimo de las cosas.
Seg¨²n es sabido, la desembocadura de aquel proceso de "refundaci¨®n" tuvo lugar en Sevilla en marzo-abril de 1990, cuando Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar L¨®pez recibi¨® del 10? Congreso del Partido Popular una autoridad omn¨ªmoda que iba a ejercer sin cortapisas durante casi tres lustros. Como hacen todos los poderes, tambi¨¦n el aznarismo quiso realzarse a posteriori cargando las tintas sobre la situaci¨®n heredada. El Congreso de Sevilla -explicar¨ªa m¨¢s adelante Francisco ?lvarez Cascos- acab¨® "con el fulanismo, las camarillas, las facciones y las divisiones, el mon¨®logo y el autismo, las filtraciones, el autoritarismo, el aislamiento nacional del partido y el centralismo dogm¨¢tico". Y bien, ?qu¨¦ ha ocurrido para que, 18 a?os despu¨¦s, el PP haya reca¨ªdo, casi palabra por palabra, en el cuadro cl¨ªnico tan crudamente descrito por el vehemente pol¨ªtico asturiano?
Naturalmente, esa pregunta no tiene una respuesta simple ni un¨ªvoca. De todos modos, y a mi juicio, el origen remoto de la crisis actual se sit¨²a, como la referencia que abr¨ªa este art¨ªculo, tras la obtenci¨®n de la mayor¨ªa absoluta, en marzo de 2000. La amplitud de aquel triunfo hizo creer a los dirigentes populares que ten¨ªan por delante al menos una d¨¦cada de hegemon¨ªa, desat¨® la prepotencia del Gobierno -favorecida, adem¨¢s, por la coyuntural debilidad de la oposici¨®n socialista- e indujo a un Aznar liberado de las ataduras de Pujol a fijar como objetivo estrat¨¦gico de la legislatura la neutralizaci¨®n pol¨ªtica de los nacionalismos perif¨¦ricos, con especial empe?o y particular encono contra el nacionalismo vasco.
?se fue -y no deber¨ªamos olvidarlo- el contexto en el que tuvo lugar la investidura sucesoria de Mariano Rajoy. Un contexto no ya de enfrentamiento pol¨ªtico-electoral, sino de criminalizaci¨®n moral del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y, por analog¨ªa, de todas las fuerzas que cuestionasen el concepto uninacional de Espa?a. Un contexto en el que, a cada nuevo asesinato etarra, aumentaba dentro o cerca del PP el predicamento de las voces tanto individuales como colectivas (Mar¨ªa San Gil, Jaime Mayor Oreja, Carlos Iturgaiz, el Foro de Ermua, Basta Ya, la Asociaci¨®n de V¨ªctimas del Terrorismo...) que hab¨ªan hecho del combate contra cualquier nacionalismo distinto del espa?ol su raz¨®n de ser. Un contexto en el cual el Gobierno y el partido de Aznar tend¨ªan a situar a adversarios, cr¨ªticos y contraopinantes ante un dilema perverso: o con la Constituci¨®n (interpretada por el PP), o con ETA.
Si el Partido Popular no hubiese sido prisionero de esta l¨®gica, de esta obsesi¨®n antinacionalista, los atentados del 11 de marzo de 2004 no habr¨ªan arruinado sus expectativas electorales ni cerrado a Mariano Rajoy las puertas de La Moncloa. Pero las tr¨¢gicas circunstancias de aquella derrota iban a tener para el aspirante pontevedr¨¦s otros efectos nocivos. Le obligaron a navegar durante toda la legislatura con una tripulaci¨®n heredada, porque sustituir a sus primeros oficiales (Zaplana, Acebes, Astarloa y compa?¨ªa) hubiera supuesto reconocer errores o culpas en la gesti¨®n informativa del 11-M. Forzado, pues, a sostenella y no enmendalla -tanto en relaci¨®n a las bombas de Atocha como respecto de la cuesti¨®n territorial y los nacionalismos perif¨¦ricos-, el partido de Rajoy (?era en verdad el suyo?) devino cada vez m¨¢s reh¨¦n de ciertos medios de comunicaci¨®n que le dictaban la agenda y el discurso, le organizaban las manifestaciones antigubernamentales y manten¨ªan al n¨²cleo duro de la militancia enganchado a las teor¨ªas conspiranoicas acerca de la matanza en los trenes. Todo ello, con el expl¨ªcito aval de Aznar y entre desdenes y puyas sobre la falta de agresividad y de cuajo de maricomplejines Rajoy.
Se dir¨ªa que ¨¦ste quiso apurar el c¨¢liz hasta las heces, o someter la estrategia del integrismo moral e identitario (contra las bodas homosexuales, contra la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa, contra el Estatuto catal¨¢n...) al test irrefutable de unas urnas sin bombas. El pasado 9 de marzo, esas urnas se abrieron y dibujaron, tras cuatro a?os de movilizaci¨®n, el techo alto pero insuficiente de la derecha integrista, centr¨ªpeta, aislada y hosca. Y Mariano Rajoy, tras algunas dudas, decidi¨® seguir al frente del PP, pero esta vez con tripulantes de confianza y su propia carta de navegar. ?Para adentrarse en las procelosas aguas de la traici¨®n y del entreguismo? No parece. M¨¢s bien para darse la posibilidad de hacer, llegado el caso, lo mismo que hizo en su d¨ªa Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar: virar t¨¢cticamente al centro y entenderse con el PNV y con Converg¨¨ncia i Uni¨®. ?O es que hemos olvidado ya sobre qu¨¦ vigas levant¨® el PP, desde 1996, su mayor¨ªa absoluta de 2000? Pues sobre pactos del Majestic, sobre figuras como las de Rodrigo Rato o Josep Piqu¨¦ y sobre c¨¢lidos almuerzos entre ?lvarez Cascos y Xabier Arzalluz.
Ahora, sin embargo, presuntas intenciones de este tipo -presuntas, porque ninguna ponencia, ning¨²n documento p¨²blico las explicita- son presentadas como actos de quintacolumnismo, de connivencia con el enemigo. Y un cl¨¢sico combate intrapartidario por el poder entre ambiciones encontradas se disfraza de cruzada ¨¦tica, de lucha por los principios. Con una singularidad: el papel que, como guardianes de esos principios, se arrogan un diario, una cadena radiof¨®nica y, detr¨¢s de ¨¦sta, algunos jerarcas eclesi¨¢sticos.
Durante la primera d¨¦cada del posfranquismo, fueron comunes los intentos de determinados poderes patronales o bancarios de tutelar mediante pr¨¦stamos, avales y donativos a los distintos partidos de centro y derecha (AP, UCD, PDP, CDS, PRD...), de dictarles alianzas y hasta imponerles liderazgos. Si, adem¨¢s de salvar su cabeza pol¨ªtica, Mariano Rajoy consiguiera ahora emancipar al PP de la tutela moral de ciertos liberales a lo Torquemada, Mazarinos de secano y otros aprendices de brujo, todos los dem¨®cratas le deber¨ªamos gratitud por ello.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
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