El perdedor
Rajoy tiene un problema. Uno fundamental, que ensombrece los otros que padece. El problema de Rajoy es que no gan¨® las elecciones. Si hubiera ganado su falta de car¨¢cter ser¨ªa interpretada como mesura; su indefinici¨®n, s¨ªntoma de prudencia; su carisma deficiente, una demostraci¨®n de que a veces los votantes saben distinguir entre envoltorio y fondo. Si las hubiera ganado, sus colegas celebrar¨ªan sus silencios como la actitud del hombre sabio; sus frases enigm¨¢ticas ir¨ªan de boca en boca hasta que llegara ese intelectual, siempre hay uno, que las pasara a limpio. Si hubiera ganado, los que hoy ense?an los dientes ser¨ªan ministros, secretarios de Estado, directores generales; eso les tendr¨ªa definitivamente m¨¢s calmados y pensar¨ªan que el debate sobre la capacidad de un solo partido para albergar a todos los sectores de la derecha puede esperar. Tambi¨¦n estar¨ªan aquellos cuyo nombre son¨® para entrar en el Olimpo, pero que, tristemente, se quedaron sin nada. ?sos ser¨ªan, sin duda, los m¨¢s entusiastas defensores del jefe, porque no hay fidelidad m¨¢s grande que la de aquel que est¨¢ en la cola de los que quieren ser algo. Ay, el poder, qu¨¦ brillo tiene. Genera tantas ilusiones que son contados los casos en que los ministros se rebelan. Los hombres que ostentan el poder, dec¨ªa Montaigne, siempre parecen inteligentes. Lo penoso, a?ade, es que cuando el l¨ªder lo pierde, sus ac¨®litos no tardan m¨¢s de tres d¨ªas en preguntarse: "?C¨®mo tendr¨ªamos la cabeza para apoyar a este individuo?". Rajoy tiene muchos problemas, apuntados a diario por los analistas de este melodrama, pero el mayor es que perdi¨®. De Zapatero, el ganador, Felipe Gonz¨¢lez destac¨® la suerte como una de sus mayores virtudes. Habr¨¢ que empezar a creerle, dado que la legislatura ideal para cualquier gobernante es aquella en la que no se habla m¨¢s que de la oposici¨®n.
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