Que hable el perrito de Bush
Pobre Bush. El final de su presidencia amenaza con ser muy amargo. A este paso har¨¢ realidad el chiste que ¨¦l mismo contaba: s¨®lo va a tener como fiel escudero a Barney, su scottish terrier negro. El titular de la Casa Blanca acaba de recibir una pu?alada, como la que Bruto asest¨® a C¨¦sar, de uno de sus m¨¢s leales colaboradores: Scott McClellan, que trabaj¨® con ¨¦l cuando era gobernador de Tejas, le acompa?¨® a Washington y luego ocup¨® el puesto de portavoz de la Casa Blanca entre 2003 y 2006. Al presidente se le escaparon las l¨¢grimas cuando Scott dijo adi¨®s. Se le han secado (las l¨¢grimas) de golpe: McClellan ha escrito unas memorias dur¨ªsimas (Lo que pas¨®: dentro de la Casa Blanca de Bush y la cultura del enga?o en Washington), que se ponen a la venta el pr¨®ximo lunes. Lo m¨¢s suave que opina de su jefe el autor del libro es que, a pesar de la "propaganda medi¨¢tica" y de la "manipulaci¨®n" con la que se emprendi¨® la invasi¨®n de Irak, el presidente tiende irremisiblemente al "autoenga?o". Es decir, que Bush es la primera v¨ªctima de sus propias mentiras; se autoconvence de lo que dice y hace sin m¨¢s cortapisas.
McClellan confiesa con cinismo tener todav¨ªa simpat¨ªa y admiraci¨®n por el presidente de EE UU. Ahora bien, no se corta un pelo para se?alar que la "guerra de Irak no era necesaria" y que la Casa Blanca, a trav¨¦s del "hombre m¨¢gico" (as¨ª es como define al vicepresidente Dick Cheney), y el asesor presidencial Karl Rove implantaron la cultura del enga?o sobre Irak. Incluso Condi Rice, a la que califica como una mujer escurridiza capaz de salir indemne de sus propios errores, resulta mal parada.
Qu¨¦ soledad tan grande debe padecer el presidente al verse convertido en el tiro al blanco de antiguos colaboradores. Ya se sabe que el olor del dinero aparca las lealtades. La lista de traidores comienza a engordar: el ex secretario del Tesoro Paul O'Neill, el ex consejero de pol¨ªtica antiterrorista Richard Clarke, el ex director de la CIA George Tenet, el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan. ?Se puede elegir un final para esta historia? Sin dudarlo: que el bueno de Barney abandone su lujoso retiro y comience tambi¨¦n a largar.
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