Al margen del tiempo
Sostengo en mis manos un libro cuyas hojas de papel muy fino lo hacen m¨¢s liviano, pues cuando miro el n¨²mero de p¨¢ginas que contiene (1.335) calculo el tiempo de lectura que ocupa y aventuro que tal vez sea mejor dedicarme a ¨¦l en tiempo de mayor ocio. De cualquier modo, echo un vistazo para tratar de intuir qu¨¦ me deparar¨¢ en el futuro esta historia y llevo diez p¨¢ginas le¨ªdas y luego son veinte y a?ado otras cien m¨¢s y acabo persiguiendo mi propia curiosidad, pues quiero saber de lo que es capaz Gabrielle Demachy, una muchacha decidida, intr¨¦pida y de calmada belleza que, desde el inicio de la novela, convierto en la hero¨ªna de En manos del diablo. Una hero¨ªna que me trae recuerdos de lecturas juveniles por su tozudez en enfrentarse ella sola a una trama de intrigas, espionaje cient¨ªfico y complots. Gabrielle abandona Par¨ªs para instalarse en Mesnil como falsa institutriz en una mansi¨®n donde las clases sociales est¨¢n bien definidas; la servidumbre se ocupa virtuosamente y sin r¨¦plica del confort de los se?ores, y el servicio es aceptado por ¨¦stos como algo impl¨ªcito a su propia naturaleza. Quien ejerce el mando de esa mansi¨®n, y desde Par¨ªs, es Mathilde, la anciana y en¨¦rgica propietaria de la f¨¢brica de galletas Bertin-Galay, cuyo padre revolucion¨® la bizcocher¨ªa militar al hacer unas galletas lo bastante duras para que soportaran viajes, pero al mismo tiempo lo bastante solubles para que el soldado pudiera disfrutar de su sabor al humedecerlas en la leche o en su caf¨¦ mientras se preparaba para cualquier batalla. Esto que acabo de contar no es cualquier cosa para el orgullo familiar de los Galay. El cometido de Gabrielle en la casa es ocuparse de Millie, la hura?a y triste nieta de la propietaria de la f¨¢brica, una ni?a hu¨¦rfana de madre y con un padre m¨¦dico dedicado a la investigaci¨®n que ha pasado largas temporadas en Birmania. El mismo pa¨ªs donde Endre Luck¨¢cz, el primo y prometido de Gabrielle, muri¨® hace ya cinco a?os, pero cuya desaparici¨®n no le ha sido comunicada hasta hace unos d¨ªas. Mientras, otra trama se ha ido creando: la b¨²squeda de un cuaderno que perteneci¨® a Endre y la resoluci¨®n de un oscuro episodio birmano que anticipa la guerra bacteriol¨®gica.
En manos del diablo
Anne-Marie Garat
Traducci¨®n de Manuel Serrat Crespo
Belacqva. Barcelona, 2008
1.335 p¨¢ginas. 29 euros
Con todo esto, estamos en Par¨ªs y estamos en Mesnil. Es septiembre de 1913. Pero ya hemos atravesado octubre y ha llegado noviembre y hasta las navidades de la novela ha llegado esta lectora sobrepasando las quinientas p¨¢ginas y atendiendo a la narraci¨®n con inter¨¦s y convencida de que ahora no abandona, pero no es capaz de asegurar que esto sea as¨ª hasta el final, pues ochocientas p¨¢ginas m¨¢s es un horizonte lejano.
Anne-Marie Garat (Burdeos, 1946) ha apostado fuerte al mirar hacia la novela del siglo XIX para hablar de los inicios del XX, escribi¨¦ndola en el siglo XXI. Y s¨ª, en En las manos del diablo se dan tanto buenos ingredientes como artificios para conseguir una complicidad con el lector haciendo que muerda el anzuelo, pues no cesan las historias, las intrigas y los l¨ªos, y Garat lo hace bien, con excelentes momentos en cualquiera de los cap¨ªtulos que desarrolla la novela. Los personajes se cruzan y se engarzan y la novela-r¨ªo no hace sino conseguir que quien lee siga navegando por sus p¨¢ginas. En el ¨¦xito de implicar al lector influyen, de manera notable, las reflexiones que los personajes hacen sobre s¨ª mismos, pues hay contribuciones soberbias, pero no son menos importantes esos gestos de los cambios de estaci¨®n que marcan el paso del tiempo y que Garat tan bien describe. Hay espl¨¦ndidas im¨¢genes de paisajes. Y est¨¢ ese amor contenido y rom¨¢ntico que convierte un roce en una sacudida, un soplo en la nuca en el epicentro del deseo y un beso en un desvanecimiento. Eso al principio, porque luego se habla de las sensaciones de la penetraci¨®n.
Anne-Marie Garat (autora de Aden, con la que obtuvo el Premio Femina en 1992, trabaj¨® como asesora de Jack Lang, cuando ¨¦ste fue ministro de Cultura, y promovi¨® introducir estudios de cinematograf¨ªa en la escuela) ha arriesgado hasta el l¨ªmite, pues hay alg¨²n chirrido y surge moment¨¢neamente la duda de seguir o abandonar, pero pronto desaparece, pues de nuevo un secreto, un callado resentimiento o una brutal violencia nos atan al texto. A veces ocurre en la habitaci¨®n de al lado, pero all¨ª est¨¢ Gabrielle, desafiando tanto a la reciente camada generacional como a esos amos que desde sus retratos llevan a?os observando est¨¢ticos los sucesos de la casa. En el texto se les nombra como espectadores desde?osos. S¨ª, ¨¦sta es una novela de extremos y su capacidad de sugesti¨®n alcanza hasta acabar el libro y no hay arrepentimiento en haberle dedicado tiempo, atrapada ya la lectora entre los personajes que hablan y quienes callan, entre las luces y las sombras, la melancol¨ªa, la excelencia y los artificios. Pas¨® junio y ya el pr¨ªncipe Francisco Fernando de Austria ha sido asesinado en Sarajevo. Ahora es 22 de agosto de 1914, estamos en la p¨¢gina 1.333. Es el final y hay guerra. -
Imprescindibles secundarios
"No hay episodio ni personaje secundario, ?me oye usted? Cada cual tiene su funci¨®n, cada cual exige su existencia. Cada cual es el protagonista de su historia personal. Cada cual da carne, sangre, vida a nuestra imaginaci¨®n, como sucede en la vida ?maldita sea!". Esto se escucha en el texto y quien habla tiene raz¨®n, sobre todo en esta novela donde los secundarios llenan escenas aunque apenas se pronuncien o hayan desaparecido de ellas. Est¨¢ Michel Terrier, atractivo y de extraordinaria indignidad, de emociones secretas y fr¨ªas como el reptil que lleva dentro. O Pierre Galay, confuso, enamorado y deseando conjurar el pasado. Y est¨¢ Mathilde, su madre, con una fortaleza que le hace renegar de sus hijas, sobrecogida por el cambio de ¨¦poca y deseando que ¨¦ste hubiera sucedido en su juventud. Y Dora Gombrowicz, la concertista amiga y enamorada de Gabrielle, atrevida y precursora de libertades para la mujer. Y el inspector Louvain, socarr¨®n, listo y de modales deliberadamente corteses. Y tambi¨¦n, el enigma: Endre Luck¨¢cz, apenas dos retratos y unos recuerdos, pero su presencia ser¨¢ permanente y junto a los otros dar¨¢ carne, sangre y vida a la imaginaci¨®n.
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