Todo el mundo busca recetas contra la crisis
Aumentan las protestas en todo el mundo contra la galopante subida de los precios de los alimentos y los combustibles. La econom¨ªa global ha entrado en un periodo de ralentizaci¨®n y, a consecuencia de ello, los pobres, e incluso las clases medias, ven reducirse sus ingresos. Los pol¨ªticos quieren dar una respuesta a la inquietud leg¨ªtima de sus votantes, pero no saben qu¨¦ hacer.
En la campa?a de las primarias presidenciales de Estados Unidos, tanto Hillary Clinton como John McCain tomaron el camino m¨¢s f¨¢cil y respaldaron una posible suspensi¨®n del impuesto sobre la gasolina, al menos durante los meses de verano. S¨®lo Barack Obama se mantuvo firme y rechaz¨® una propuesta que no habr¨ªa hecho m¨¢s que incrementar la demanda -y en consecuencia, el precio- de combustible, neutralizando as¨ª el efecto de la medida fiscal.
Las rebajas fiscales a los ricos son un fracaso. No impulsan el ahorro ni el empleo ni el crecimiento
La especulaci¨®n inmobiliaria y financiera debe pagar m¨¢s impuestos
Clinton y McCain se equivocaban, pero ?qu¨¦ otras medidas se pueden tomar? No nos podemos limitar a hacer o¨ªdos sordos a los ruegos de quienes m¨¢s sufren la crisis. Los ingresos reales de las clases medias en Estados Unidos jam¨¢s han vuelto a alcanzar el nivel que ten¨ªan antes de la ¨²ltima recesi¨®n econ¨®mica en este pa¨ªs, la de 1991.
Cuando fue elegido presidente, George Bush declar¨® que las rebajas fiscales para los ricos remediar¨ªan todos los males de la econom¨ªa norteamericana. Esas rebajas fiscales impulsar¨ªan un crecimiento cuyos beneficios llegar¨ªan a todos; una medida econ¨®mica ¨¦sta que se ha puesto de moda en Europa y otras partes del mundo, pero que en Estados Unidos fue un fracaso. Se supon¨ªa que las rebajas fiscales estimular¨ªan el ahorro, pero el ahorro dom¨¦stico descendi¨® en picado. Se dec¨ªa tambi¨¦n que fomentar¨ªan el empleo, pero la tasa de actividad es hoy menor que en la d¨¦cada de 1990. Y si hubo alg¨²n tipo de crecimiento, ¨¦ste s¨®lo benefici¨® a las clases m¨¢s privilegiadas.
La productividad creci¨® durante alg¨²n tiempo, pero el crecimiento no fue el resultado de las innovaciones financieras de Wall Street. Los nuevos productos financieros no controlaban el riesgo; muy al contrario, lo aumentaban. Eran tan poco transparentes y tan complejos que ni Wall Street ni los organismos de clasificaci¨®n de valores pod¨ªan evaluarlos adecuadamente. El sector financiero no logr¨® crear productos que ayudaran a la gente de la calle a controlar los riesgos a los que se enfrentaban, entre ellos el de la compra de una vivienda. Ahora millones de estadounidenses tienen un alto ¨ªndice de probabilidades de perder su casa, y con ella los ahorros de toda su vida.
La verdadera clave del ¨¦xito econ¨®mico de Estados Unidos es la tecnolog¨ªa, simbolizada en Silicon Valley. La iron¨ªa radica en el hecho de que los cient¨ªficos a quienes se deben los avances que facilitaron un crecimiento basado en la tecnolog¨ªa y las empresas quearriesgaron el capital para financiarlo no fueron quienes se llevaron las mayores recompensas econ¨®micas en el momento ¨¢lgido de la burbuja inmobiliaria. Los juegos financieros que absorben la mayor parte de la participaci¨®n en los mercados eclipsan esas inversiones reales.
El mundo tiene que pensar en nuevas fuentes de crecimiento. Si se quiere basar el crecimiento econ¨®mico en los avances cient¨ªficos y tecnol¨®gicos, y no en la especulaci¨®n inmobiliaria o financiera, habr¨¢ que reajustar los sistemas fiscales. ?Por qu¨¦ a quienes obtienen sus ingresos apostando en los casinos de Wall Street se les grava con un tipo impositivo m¨¢s bajo que a quienes ganan su dinero de otras maneras? Las ganancias del capital deber¨ªan estar gravadas al menos con el mismo tipo impositivo que los ingresos ordinarios. (En cualquier caso, los rendimientos del capital gozan de un gran beneficio, pues no se gravan hasta que no se realiza la ganancia). Adem¨¢s, se deber¨ªa aplicar un impuesto sobre beneficios extraordinarios a las compa?¨ªas de gas y petr¨®leo.
Dado que la desigualdad se ha incrementado enormemente en la mayor¨ªa de los pa¨ªses, parece indicado que aquellos a quienes les ha ido bien econ¨®micamente paguen m¨¢s impuestos, con lo que no s¨®lo se ayudar¨ªa a aquellos a quienes han desfavorecido la globalizaci¨®n y el cambio tecnol¨®gico, sino que tambi¨¦n se paliar¨ªan las tensiones provocadas por el dr¨¢stico aumento de los precios de los alimentos y de la energ¨ªa. Aquellos pa¨ªses, como Estados Unidos, que cuentan con programas de subsidio para alimentos (ya sea en forma de cupones u otras) sin duda tendr¨¢n que incrementar las prestaciones a fin de que no se deterioren los niveles de nutrici¨®n. Y los pa¨ªses que todav¨ªa no los tienen tendr¨¢n que pensar en crearlos.
Dos factores desencadenaron la crisis actual: la guerra de Irak impuls¨® la escalada de los precios del petr¨®leo, una escalada que, al aumentar la inestabilidad en Oriente Medio, termin¨® incluyendo a los proveedores a bajo precio; por otro lado, la aparici¨®n de los biocombustibles hace que los mercados agroalimentario y energ¨¦tico est¨¦n cada vez m¨¢s imbricados. Debemos recibir con los brazos abiertos cualquier enfoque basado en fuentes de energ¨ªa renovable, pero no as¨ª aquellas pol¨ªticas que distorsionan la producci¨®n y distribuci¨®n de alimentos. Y en Estados Unidos los subsidios al etanol extra¨ªdo del ma¨ªz han contribuido m¨¢s a engrosar las arcas de los productores que a reducir el calentamiento global.
Los inmensos subsidios que Estados Unidos y la Uni¨®n Europea han venido otorgando a sus agriculturas han debilitado a las de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo, en los que s¨®lo una parte muy peque?a de la ayuda internacional ha ido dirigida a mejorar su productividad agr¨ªcola.
La ayuda a la agricultura ha bajado del 17% del total de la ayuda al desarrollo, el m¨¢ximo alcanzado, al 3% de hoy, e incluso algunos donantes internacionales exigen que se supriman los subsidios a los fertilizantes, lo que hace a¨²n m¨¢s dif¨ªcil que el agricultor sin recursos pueda llegar a competir.
Los pa¨ªses ricos deben reducir, si no eliminar, las pol¨ªticas agr¨ªcolas y energ¨¦ticas que dan lugar a este tipo de distorsiones y ayudar a los pa¨ªses m¨¢s pobres a mejorar su capacidad de producci¨®n de alimentos. Pero esto es s¨®lo el principio: hemos tratado nuestros recursos m¨¢s preciados -el agua y el aire- como si fueran inagotables.
S¨®lo modificando los patrones de consumo y de producci¨®n -con un nuevo modelo econ¨®mico, en realidad- podremos hacer frente al problema prioritario de los recursos b¨¢sicos.
Joseph E. Stiglitz, profesor en la Universidad de Columbia, recibi¨® el Premio Nobel de Econom¨ªa en 2001. Traducci¨®n de Pilar V¨¢zquez
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