Sal¨®n de rechazados
1 - Perico dibuja y yo escribo, y as¨ª llevamos la friolera de 138 semanas juntos en este dietario altamente voluble, sin m¨¢s interrupciones que los plomizos agostos. Emulando a aquel Otto e mezzo de Fellini, esta p¨¢gina de hoy podr¨ªa titularse Perico ciento treinta y ocho. Porque voy a hablar de Salon de Refus¨¦s, su exposici¨®n en la Sala Par¨¦s. Perico, por una vez, tendr¨¢ que ilustrarse aqu¨ª en esta p¨¢gina. ?C¨®mo hace uno para ilustrarse?
Pienso en las secretas urgencias de todas las semanas de este dietario. Un p¨¢nico a que llegue el s¨¢bado y no haya nada escrito, o que lo escrito llegue tarde a Perico y disponga de poco tiempo para la ilustraci¨®n. Pero el miedo siempre ha estado ah¨ª: para que lo superemos. Un d¨ªa, Perico se fue a Jap¨®n m¨¢s de una semana, y yo pens¨¦ que pod¨ªa tambalearse todo, pero la ilustraci¨®n, de trazo marcadamente nip¨®n -movida por un ligero terremoto-, lleg¨® desde all¨ª con la misma admirable imaginaci¨®n de siempre.
En Jap¨®n precisamente le regalaron un papel muy sensible que ha utilizado en su Sal¨®n de Rechazados, curiosa exposici¨®n donde hay, como m¨ªnimo, tres temas o series diferentes, lo que impide por suerte que existan un centro y una unidad de conjunto. No es laber¨ªntico, pero el sal¨®n tiene una notable complejidad, est¨¢ cargado de l¨ªneas de sombra que cruzan las fronteras del color, del color de la vida. Por un lado, est¨¢n esos dibujos de personajes de nuestro mundo m¨¢s cotidiano, gente an¨®nima colgada de hojas de papel en el centro de la Par¨¦s, bajo la singular claraboya de luz natural: gente an¨®nima colocada de forma que recuerda deliberadamente a los guerreros de Xian. Este apartado, supongo que el m¨¢s vistoso, convive con la serie de los dibujos en blanco y negro, dibujos llam¨¦mosles duros, a los que Perico llama refus¨¦s porque algunos de ellos han sido literalmente rechazados por su autor. Es m¨¢s, los ha empalado literalmente debajo de las muchas capas de dibujos que hay en la columna que se halla entrando en la Par¨¦s a mano derecha, all¨ª donde hay tambi¨¦n una escoba gigante de barrendero que Perico rescat¨® tambi¨¦n, en este caso no de su estudio, sino de la calle misma. Pero, al igual que sucedi¨® con el Sal¨®n de Rechazados parisiense de 1863 -cuando acoger a algunos de los artistas que hab¨ªan impugnado el sal¨®n oficial signific¨® rescatarlos-, muchos de esos dibujos duros que en un primer momento fueron condenados por el autor han acabado siendo rescatados y ahora se hallan en un capazo de supervivientes -recuperados y arrojados- a disposici¨®n del p¨²blico. Esos dibujos est¨¢n en la exposici¨®n -que tambi¨¦n podr¨ªa llamarse Sal¨®n de Rescatados- conviviendo con el ej¨¦rcito Xian de almas an¨®nimas y con la tercera serie, la que tal vez nos resulte m¨¢s familiar en el mundo de Perico: aquellos cuadros en los que en bellas tonalidades vemos a gente despatarrada, en actitud holgazana o en plena siesta, se?oritas desnudas tomando el sol con un muslo sobre el otro, o bien se?ores vulgares o inquietantes, sencillamente felices.
2 - Hay que aplaudir -como creo que hace Quim Monz¨® en el cat¨¢logo- la supuesta falta de unidad de esta exposici¨®n. Creo que ya empezamos a ser un poco mayores todos para seguir siendo sujetos unitarios, compactos, perfectamente perfilados. Ya hay brechas y un reino de sombras conviviendo con los colores vitales. Y, adem¨¢s, la idea de que una exposici¨®n tiene que tener unidad es risible. Es como si nos dijeran que una conversaci¨®n tiene que sostener durante horas el mismo tema, la misma forma o la misma intenci¨®n. Una de las gracias de adentrarse en este Sal¨®n de Rechazados de Perico est¨¢ precisamente en su ausencia interesante de un centro obvio. ?C¨®mo va a tenerlo si toda la exposici¨®n es una conversaci¨®n que ronda m¨²ltiples cuestiones y estados de ¨¢nimo? Otra gracia se encuentra en que ah¨ª mismo, sin darle m¨¢s vueltas al tema, uno puede confirmar aquello que dec¨ªa Novalis de que el camino misterioso va hacia el interior. Aunque sea parad¨®jico -porque es un viaje exterior-, esto lo comprobaremos, sobre todo, si nos adentramos en el sal¨®n y subimos a la galer¨ªa de la primera planta, donde hay una serie de retratos de italianas en blanco y negro. El camino del interior se vuelve ah¨ª tan sinuoso como sensual. Ellas se llaman Gina, Sof¨ªa, M¨®nica, Silvana, Claudia. Y tienen a su lado el cuadro que permite que nos adentremos a¨²n m¨¢s en la avenida misteriosa. ?O es un paseo? En cualquier caso, Perico ya est¨¢ cerca de esa edad en la que, como dicen los ingleses, el perro muerde duro. Si bien es un paisaje inventado, al que alguien equivocadamente ha titulado Palmera, el nombre secreto de esa pieza feliz es Brel. Es el centro oculto e imposible del sal¨®n. Est¨¢ en la galer¨ªa de arriba, a cuatro pasos frontales del lugar desde donde podremos ver de espaldas -como si estuvieran de frente, gracias a la ligereza del papel pintado- los paisanos de la cotidianidad Xian.
Sospecho que a Perico le abrumaba tener que buscar el centro a una exposici¨®n sin unidad, y decidi¨® cederle el lugar del equilibrio al se?or Brel. Y ah¨ª est¨¢ ahora ese se?or compacto, en la primera planta, disfrazado de palmera, sin perro que muerda duro todav¨ªa, en perfecta alineaci¨®n con el resto del ej¨¦rcito Xian de la cotidianidad, y dando involuntaria unidad al conjunto. S¨®lo algo ah¨ª es seguro, completamente cierto. En la claraboya cabe el sol entero y, m¨¢s all¨¢, se intuye el ¨ªntimo aire azul, que nada muestra, salvo a un infinito ser an¨®nimo en posici¨®n marcial, o tumbado con la panza al aire. En los dos casos, la idea es una siesta, una felicidad eterna.
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